XII - ATRÁPAME SI PUEDES

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Una madrugadora cefalea, causada por la falta de sueño y los quebraderos de cabeza, obligó a Francisco a tomarse tres aspirinas y a meterse de lleno en la ducha. Mientras el chorro de agua templada le relajaba los músculos faciales y vaciaba sus pulmones de las preocupaciones, no comprendía cómo las imágenes de lo vivido durante los últimos dos días aparecían ante sus ojos sin ningún motivo aparente: el rodapiés de la habitación manchado con sangre, señal inequívoca de que el asesino se limpió los pies antes de irse, el menú abierto en la página de los champanes, los cuidados rostros de los hermanos de Ahmed, los gestos de indiferencia de los otros detectives, la casi imperceptible lágrima que se le escapó al barman del motel Media Luna, y otros detalles que en un principio él ni se había dado cuenta.

—Mi cabeza trabaja sola —se dijo a sí mismo.

Cerró el grifo y salió de la ducha en busca de una toalla. Se afeitó, se lavó los dientes y se echó colonia de la marca Brummel que, según él, era la de los hombres.

—Me gustaría dejar de pensar —susurró—. Al menos hasta que se me pase el dolor de cabeza.

Se sentó en el borde de la cama y se masajeó en la nuca. Las piezas del rompecabezas se barajaban en su mente cada vez más deprisa, emborronando la mayoría de los entornos hasta que sólo podía distinguir detalles que, en apariencia, no tenían importancia. Un botellín de güisqui abierto en una mesilla de noche y dos de agua con gas en la otra, unas marcas, un anillo, un fular. Objetos que no se habría fijado en ellos ni siquiera si alguien se los estuviera enseñando.

«Rrrrrriiiiiiiiiiinnnnngggggggg».

Sonó el teléfono y le despertó de su embobamiento.

—¿Diga?

Ahmed ya le esperaba en el bar azul para desayunar.

—Bajo ahora mismo —contestó y colgó.

*

—Tenías razón, el colacao está buenísimo —dijo Ahmed.

Francisco sonrió y se sentó a su lado.

—¿Qué te ocurre? Creía que la noticia te animaría.

—Mi cabeza no me deja descansar —comentó Francisco—. Veo cosas y no sé explicar muy bien cómo es que se han grabado en mi memoria.

—¿No te estarás volviendo loco?

—No lo sé. Lo que sí sé es que estamos en un callejón sin salida y no tengo ni la más remota idea de cómo continuar.

—Cuando llegue el detective Khalil a lo mejor se nos ocurre algo.

—Eso espero.

La camarera le sirvió un colacao, en vaso grande, junto con un bollo de canela, azúcar glas y huevo de codorniz. Francisco removió la leche con la cucharilla sin parpadear, sumido en un mutismo muy impropio en él.

—¿Y si de verdad soy un inútil?

—¿Pero qué estás diciendo? Ayer mismo Khalil dijo que se sorprendió por el camino que le llevaron tus deducciones.

—Eso es verdad.

—Y te enfrentaste a él sin vacilar.

—Eso también es verdad.

—Y le tumbaste con una pala mientras él llevaba una pistola.

—¡Eso también es verdad! —dijo animado.

—Y nos equivocamos de lleno, pero eso no es lo importante.

Francisco torció la boca y asintió:

Negro - Crimen en Dubái (Las aventuras de Francisco Valiente Polillas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora