Capítulo único

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Un día nublado me dirigía al trabajo caminando, como de costumbre. Trabajaba en un hospital psiquiátrico como recepcionista y tenía que llegar antes que todo el demás personal. Debía hacer un poco de aseo en la sala de espera, abrir la recepción, poner un incienso y enviar mails a los respectivos tutores de los internos.

Esa mañana no fue diferente a las demás. Saludé a los porteros y abrí la puerta principal, que rechinó por las oxidadas bisagras. Lo primero que vi al entrar fue que los cuadros estaban torcidos hacia la derecha. Todos ellos. No quedaba uno derecho o torcido hacia el otro lado. Naturalmente me pareció extraño, pero no había nadie ahí así que pensé que podía haber habido un pequeño sismo de madrugada o que alguien en otro lado del establecimiento había cerrado una puerta con la suficiente fuerza como para sacudir todo.

Pero eso no fue todo lo que vi, al acercarme un poco al mostrador, que era mi área de trabajo, pude ver los papeles que se suponía estaban en uno de los archivadores, regados por todo el suelo. Esta vez sí me entró un escalofrío por la espalda. Quería voltear hacia todos lados para asegurarme que no había nadie, porque no debería haber nadie, pero tenía miedo que al hacerlo fuese a encontrarme con algo que no pudiese explicar. Tal vez un fantasma, después de todo había muerto mucha gente en ese edificio. Los internos solían pasar toda sus vidas tras esas paredes dado que la mayoría no tenía cura y eran puestos en el centro por sus familiares y dejados ahí.

Sacudí un poco la cabeza y alejé esos pensamientos. Eran las 7:45 am, lo que significaba que dentro de poco llegaría el personal administrativo que trabajaba conmigo, mis múltiples jefes, los doctores y las pocas visitas que los pacientes podían recibir. Habían días en que no iba nadie. Esos eran días tranquilos. De cualquier forma, debía arreglar ese desastre, así que dejé mis pertenencias a un lado, me arrodillé en el suelo y empecé a recoger los papeles. Estaban tan dispersos y entreverados que inclusive tuve que meterme abajo del escritorio para sacar algunos que habían quedado atrapados bajo el tacho de basura.

De pronto escuché un ruido. Sonó como un golpe seco que hizo que me golpeara la cabeza contra el escritorio dado que seguía agachada. Me refugié ahí, en posición fetal, y pasados unos minutos no escuché nada más, así que de a pocos me fui levantando hasta que mis ojos pudieron visualizar la superficie del mostrador. Había una caja.

No recordaba haberla visto cuando llegué. Además, todo en la sala era blanco, y esta caja contrastaba drásticamente, era negra, la habría notado de haber estado ahí cuando llegué.

Esta vez sí volteé en todas direcciones. No sentía que estuviese sola, alguien me miraba. Luego sentí que estaba siendo demasiado paranoica, la caja debió estar desde el inicio, sólo que al entrar apurada tal vez no la vi.

Era una caja extraña. Toda negra, sin nada escrito y con una cinta adhesiva que cerraba las dos solapas superiores. Tampoco decía de parte de quién venía o para quién era en caso que fuese un envío. La tomé entre mis manos, la guardé a un costado e intenté volver a mi trabajo.

Una vez llegaron mis demás compañeros nadie parecía notar la extraña caja que yacía a un lado, ocupando gran parte del área detrás del mostrador. Tampoco quería hablar del tema con nadie, sólo quería volver a mis tareas habituales y seguir con mi vida, así era yo. Por eso, a la hora del almuerzo fui a la oficina de mi jefe inmediato, el Dr. Espinoza, con la caja misteriosa en las manos.

Él, muy ocupado como de costumbre, me preguntó qué hacía ahí. Se molestó cuando le conté que había hallado una caja sellada, sin ningún indicio de quién podía ser el dueño. Omití todo lo demás. Me dijo que la dejara en la sección de artículos perdidos que estaba en portería y que no ocupase mi tiempo en trivialidades, había mucho trabajo por hacer y estaba perdiendo mi tiempo. Además, me dijo que yo ya sabía qué hacer con los artículos perdidos sin identificación. Luego me hizo salir de su despacho sintiéndome algo avergonzada por todo el asunto. Tal vez podía ser parte de mi imaginación todo el contexto. Tal vez la caja sí había estado ahí todo el tiempo y los cuadros siempre habían estado chuecos.

Llevé la caja a donde me indicaron e intenté olvidar todo el asunto.

Pasaron algunas semanas. No podía evitar preguntar todas las mañanas al entrar a trabajar, y al salir, si alguien había reclamado ya la caja. Sin embargo, había pasado un mes sin que nadie la reclamara, y ciertamente me preguntaba qué había dentro. La curiosidad me mataba y ese misterio me tenía al pendiente.

Desde mi puesto de trabajo se veía la portería por una ventana que daba al jardín delantero del establecimiento y ahí, sobre una mesa con un cartel que decía "Cosas perdidas" estaba la gran caja negra a la intemperie. Se podría decir que todos los días me ls pasaba mirando la caja, a veces la miraba fijamente inclusive horas.

Pero un día, casi medio año después, decidí que todo tenía que acabar. Iba a abrir la caja de una vez por todas, iba a enterarme qué contenía e iba a seguir con mi vida.

Fue así que esperé a que fuera de noche, y como de costumbre me toco cerrar la oficina. El portero que tenía turno ese día era el mayor de todos, tendría unos sesenta años y no tardó en quedarse dormido. Una vez esto ocurrió me acerqué despacio para no despertarlo y tomé la caja entre mis manos. Esta ahora era mucho más pesada de lo que recordaba, algo que me extrañó, pero de todas formas caminé decidida hasta mi escritorio que quedaba bajo el mostrador, apoyé la caja y me senté contemplándola. Al fi la tenía.

Con mucho cuidado, sin arruinar el cartón para poder volver a sellarla y que al día siguiente nadie se diera cuenta, retiré la cinta adhesiva y la pegué del borde de la mesa para reutilizarla más tarde. Respiré hondo. Era el momento que había estado esperando todos estos meses, sin saber porqué. Tenía una obsesión con esa caja. Empecé a contar para abrirla sin arrepentimientos. Sujeté ambas solapas, una con cada mano.

-5, 4, 3... -no pude esperar más. Abrí la caja de golpe.

Mis ojos no podían creer lo que veían. Era una hoja de periódico. La tomé con cuidado y le di la vuelta. Toda aquella hoja tenía noticias escritas en formato muy pequeño a excepción de una que contenía una fotografía.

Saqué mis anteojos de leer de la cartera y mirar detalladamente lo que había ante mí.

La noticia era del 5 de mayo. Ese era exactamente el día que encontré la caja sobre el mostrador. Algo en mí entendió que tenía sentido todo ello, pero no pude evitar sentir que me faltaba el aire y un frío infernal me recorrió toda. Seguí leyendo el título de la noticia: "Paciente mujer de 43 años es asesinada por otra paciente en centro psiquiátrico". Miré la fotografía que acompañaba la noticia. Era yo.


Caja negraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora