Capítulo 8: El paso increbrantable del tiempo (e)

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Seguimos con la historia. Vamos a conocer a la protagonista.

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Capítulo 8: El paso increbrantable del tiempo

Unos pasos rápidos, y de zancada corta, resonando por el pasillo avisaron a Media Luna de la llegada de Clarissa. Escondiendo el libro de hechizos bajo la almohada, y apagando la vela con prisa, la joven se cubrió con las sábanas. Segundos después la puerta chirrió al abrirse.

«Uno, dos, tres... » Media Luna contó los pasos. Como siempre, al llegar al número cinco, una mano cálida le acarició su enredado pelo blanquecino. Apartando algunos mechones de su mejilla, Clarissa observó a Media Luna embelesada. Aquellos ojos violáceos, ahora cerrados e inquietos, coronados por unas pestañas negras, quitaban el aliento. Parecían atravesarte, leerte el alma, descifrando así todos los secretos que creías tener desterrados.

Recogiendo la vela del suelo, de la que todavía se deslizaban pequeñas gotas de cera caliente, Clarissa se levantó dispuesta a marcharse

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Recogiendo la vela del suelo, de la que todavía se deslizaban pequeñas gotas de cera caliente, Clarissa se levantó dispuesta a marcharse. Antes de cruzar el umbral dirigió su mirada de nuevo a donde descansaba Media Luna. En su mirada brilló la añoranza. Ver como había crecido su pequeña le hacía ser consciente de la fugacidad del tiempo y conseguía despertar su lado más sensible. Más de dieciséis años habían pasado, y la rapidez de estos todavía le sorprendía. Los años como granos de arena, escurriéndose entre los dedos sin pausa o tregua...

El sonido de la puerta cerrándose fue como el pistoletazo de salida. Con un salto Media Luna se deshizo de las mantas que la aprisionaban, y tras coger el libro y su piedra de luna, de tonos azules, blancos y violáceos, se acercó al amplio ventanal frente a su cama. Al abrir la cristalera una brisa suave y cálida, que avisaba de la llegada de tiempos calurosos, meció su camisón acariciando su piel.

Entre la oscuridad un foco menguante iluminaba las viejas páginas en su regazo. Con el viento acunando su melena se recostó en el alféizar y dejando sus piernas colgadas en el abismo, balanceándolas, siguió su lectura.

En el piso de abajo una tenue luz, apenas visible, era la prueba de que alguien seguía rondando la zona baja del hogar. Con ojo crítico y andar silencioso, Ananías miró como destellos salían de la ventana de Media Luna. Observando desde la distancia, como un búho aburrido ante una noche tranquila, analizó los hechizos de la joven. Tras unos minutos asistiendo complacida con la cabeza, se fue alejando del cristal para ir a descansar. El progreso de sus conjuros, la agilidad en sus ataques y su maestría en el combate, dejaba constancia de su habilidad como la elegida.

—Su tiempo entre nosotras llega a su fin... —murmuró mientras avanzaba por el pasillo con calma. A sus pies un viejo gato, de pelaje oscuro y desteñido, ronroneaba mientras apoyaba su cabeza en el bajo de su vestido. Su aspecto y tamaño imponía. Llegando hasta la rodilla de Ananías, aquel animal parecía más un lince que un gato— Nosferatus ve a vigilar a la niña. —el gran felino posó sus ojos verdes, como los helechos que rodeaban el prado, en Ananías y tras dar otra cabezada a la pierna de su ama desapareció escaleras arriba.

Al llegar a su habitación Ananías se dejó caer, cansada, en la butaca roja frente a la chimenea encendida. Al lado de las llamas su cornalina se alimentaba del fuego, oscureciendo a medida que se llenaba de energía. Sus manos masajearon su frente. Delante de ella en la pared opuesta a la entrada, un inmenso reloj de manera oscura, trabajaba sin descanso. Su péndulo balanceándose sin tregua no hacía más que acentuar su dolor de cabeza.

Tic, tac, tic, tac, tic...

El sonido parecía burlarse de ella. Cogiendo el colgante, entrecerró los ojos y chasqueó sus dedos con rabia. En respuesta el péndulo, y su ensordecedor recordatorio, se calló de golpe. Bajo la ilusión de haber detenido el tiempo, Ananías suspiró pensativa. Se quedaban sin tiempo, tal vez con suerte tenían un par de años más, pero no eran suficientes. No estaban preparadas. La niña no lo estaba. A pesar de los avances todavía era muy joven e inexperta. Le quedaban tantas lecciones que aprender...

Detrás de ella la puerta chirrió al abrirse. Segundos después las manos de Clarissa masajeaban sus hombros tensos. Suspirando cerró los ojos y dejó caer su cabeza hacía atrás, apoyándola en el respaldo.

— Todo saldrá bien Ana. —la voz de Clarissa se coló en sus oídos y como un bálsamo suavizó las finas arrugas llenas de preocupación de su rostro— Todavía tenemos varios años. —sus dedos ascendieron al cuello de la hechicera oscura— Se equivocará pero de esos errores aprenderá lecciones que jamás podríamos haber pensado que necesitaría. Caerá en la oscuridad, sufrirá, pero cuando despliegue sus alas...—su voz temblorosa parecía romperse con cada palabra.

—Pero cuando despliegue sus alas... —murmuró Ananías con los ojos cerrados y voz firme—la luz de ellas nos salvará a todos.

De nuevo, el péndulo reanudó su marcha.

Tic, tac, tic, tac, tic...

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Espero que os guste. En el siguiente capítulo ya veremos a Media Luna hablar!!

¿Os agobia el paso del tiempo? ¡A mí sí!

Nos vemos la semana que viene amores. 

La chica de la Media Luna (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora