Capítulo 3: En el ojo del huracán (e)

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Cada vez queda menos para que conozcamos a la protagonista.

¿Alguien más está emocionada?

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Capítulo 3: En el ojo del huracán

Hacía horas que Ananías se había marchado de su casa para preparar en la Tierra todo lo que hacía falta antes de desaparecer con la pequeña. A pesar de que sabía que lo que iban a hacer era inevitable y necesario, Clarissa no pudo evitar pensar en los pobres padres de la criatura. Pensó en sus caras al ver que la cuna de su hija estaba vacía y fría. Un escalofrío le recorrió el cuerpo haciéndole suspirar resignada.

Ante ella se encontraban pilas y pilas de libros que había desenterrado de su desván. Todos ellos eran sobre hechizos que en un futuro debería enseñar a la joven que secuestrarían. Cerrando los ojos un momento se sentó en el suelo. Ojalá hubiese otra opción menos dolorosa, pero no podían permitirse el lujo de perderla. No podían permitir que Ella la encontrará antes. Comparado con lo que aquella tirana le haría a la pequeña, el secuestro sonaba cada vez mejor.

Tras colocar en la estantería todos aquellos libros, salió de su casa y miró el lugar. A pesar de lo mucho que echaría de menos aquella zona del bosque, y su pequeño jardín, tenía que moverse. Nadie podía saber dónde estaban. Con una sonrisa, y tras mirar que nadie estaba cerca, se frotó las manos traviesa. No había nada mejor que un poco de magia para alegrar las penas.

Extendiendo las manos hacía la casa empezó a murmurar viejas y olvidadas palabras que hicieron resplandecer las piedras de su muñeca. Ante su ceño fruncido, y mejillas sonrosadas por el esfuerzo, la casa se fue encogiendo, y encogiendo, hasta que se quedó del tamaño de una manzana. Agachándose, y quedándose de cuclillas, se abrazó las rodillas y se quedó mirando su hermosa casita. Las paredes blancas estaban cubiertas de enredaderas y flores de mil colores. Las tejas, del tamaño de las semillas de girasol, eran de color verde oscuro y recubiertas de musgo. Levantándola con cuidado del suelo, trató de mirar el interior de esta a través de las ventanas redondas. Por lo que pudo ver, todo seguía en su sitio. Con suerte esta vez solo se le romperían cinco tazas y no veinte... Eso es lo que pasaba cuando tu mejor amiga era una fugitiva buscada por todos y debías mudarte cada dos por tres para no levantar sospechas.

Metiéndose la falsa manzana en el bolsillo, se dio la vuelta lista para irse. Su trabajo en Minerva ya estaba hecho, ahora tendría que ayudar a Ananías a realizar su parte. Sacando un papel arrugado de su vestido, leyó el conjuro que la llevaría hasta Villa Verde. Levantando frente a ella la mano derecha, pronunció aquel hechizo en latín. En su mente trató de visualizar la puerta roja y la plaza frente a la iglesia que le había descrito horas antes Ananías. Con la imagen del salón y la chimenea en sus pensamientos, comenzó a recitar el conjuro. Su brazalete parecía temblar en su muñeca, iluminándose intensamente. Envuelta por una ráfaga de luz, sus palabras se apagaron mientras dejaba atrás su hermoso jardín y daba la bienvenida a la casa de su amiga. Ananías al notar su presencia, dejó de leer el mapa frente a ella y se giró a mirarla. Una simple inclinación de su cabeza fue el saludo que le dio. Avanzando por aquella sala extraña con una chimenea crepitante, miró por encima del hombro de Ananías.

Sus curiosos ojos esmeralda miraron aquel antiguo mapa. En el centro se podía ver en letras cursivas el nombre de la capital: Minerva. El resto de los pueblos se distribuían alrededor de ese nombre. Se podían ver una veintena, cada uno de distinto tamaño, pero todos ellos llenos de seres únicos. Si bien Minerva era un cóctel de todo tipo de razas, desde hechiceros hasta hombres lobo, las pequeñas poblaciones que la rodeaban solían tener menos diversidad.

La chica de la Media Luna (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora