Capítulo 6: Alianzas inesperadas (e)

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Hola de nuevo amores. Este capítulo esta lleno de emociones fuertes.

¡Espero que estéis preparadas!

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Capítulo 6: Alianzas inesperadas

Tras la protección que le brindaba los arbustos, Clarissa se movía inquieta sin dejar de vigilar el último lugar en el que había visto a Ananías desaparecer. Su malestar no hacía más que incrementarse a medida que pasaban los minutos y nada parecía suceder.

Justo cuando pensaba ir en su búsqueda, varios gritos a lo lejos la obligaron a agacharse nuevamente. Temiendo lo peor, espero en silencio. En su mente solo existía un único pensamiento. Una única cosa por la que luchar: «Proteger a la niña». Tratando de calmar su respiración, repitió aquella frase sin cesar, como si se tratase de un mantra en el cual encontrar consuelo.

Su mirada recorría el lugar en busca de algún signo de amenaza. Sus músculos ardían bajo la rigidez a la que estaban sometidos. Y sus pequeñas y redondas orejas parecían estirarse atentas ante cualquier sonido. Con el corazón atragantado, su cuerpo se sobresaltó al escuchar el suave repiqueteo de unas llaves. Sin moverse y con el cuerpo en tensión, prestó atención a aquel sonido que no paraba de acercarse. Inspirando profundamente trató de mentalizarse para lo que podía suceder. Lentamente y con prudencia se asomó a ver quien era el dueño de aquellas llaves.

Sus ojos, ya acostumbrados a la oscuridad que la rodeaba, distinguió una figura alta y encapuchada que miraba entre los árboles en silencio. Le bastaron dos segundos para reconocer de quién era aquella silueta. Sin poder contenerse un instante más, salió de su guarida y fue corriendo a reencontrarse con ella.

—¿Se puede saber en qué diablos estabas pensando para tardar tanto en regresar? — la voz quebrada de Clarissa obligó a Ananías a tensarse. Como un animal acorralado dio dos pasos hacía atrás — ¿Te haces una idea de lo que me has hecho sufrir? —siguió regañándola enfadada en voz baja. Ananías por su parte la miró sorprendida por su furia. Pocas veces la había visto así, con la mirada encendida y llena de rabia— ¡Al escuchar los gritos pensé que te había pasado algo! —sin saber cómo reaccionar ante las olas de ira que salía, como un tsunami, del pequeño cuerpo de Clarissa, sacó de su espalda la jaula y la plantó frente la cara de su compañera a modo de escudo.

Curiosa como siempre, Clarissa se calló de golpe y acercó su nariz a la jaula. Confundida le tomó un segundo comprender que era lo que se escondía entre las manos su amiga. Al ver al hada acurrucada en un rincón de la jaula, con las alas caídas y la miraba llena de miedo, la mente de Clarissa se percató de lo sucedido. Sin mediar palabra, ayudó a Ananías a encontrar cual de las llaves robadas era la que abriría aquella prisión. La segunda de ellas fue la que logró sacarle un chasquido a la cerradura.

Visiblemente cansada, la criatura apenas podía sostenerse en pie y mucho menos alzar el vuelo. Con pasos lentos y pequeños, se arrastró fuera y se sentó en las tibias manos de Clarissa. Dejando la jaula en el suelo, Ananías sacó de su bolsillo una cantimplora de cuero llena de agua. Usando una gran hoja, vertió parte del contenido y se la ofreció a la sedienta criatura. Tras un par de sorbos, pareció recobrar un poco de color y fuerza.

Con la mirada llena de preocupación Clarissa miró a Ananías, pero ella se encontraba con la mirada perdida entre los árboles. Su rostro serio y su pose rígida. Sus ojos azules y grises se entrecerraron. Como una presa que ha captado la presencia de un depredador, ladeo la cabeza y esperó.

Con sumo cuidado, Clarissa se acercó a su compañera. Con un brazo sujetando a la niña y con el otro extendido frente a ella, Clarissa espero a que algo sucediera. Los instintos felinos de Ananías jamás fallaban.

La chica de la Media Luna (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora