—Solo fuimos a dar una vuelta, eso es todo. No me contó nada, te lo juro —Muriel intentaba apartar a Connor que seguía presionándola contra el coche con violencia—. Connor, me estás haciendo daño, suéltame —suplicó ella antes de que el joven se viniera abajo y comenzara a llorar.

Muriel se frotó el brazo donde Connor la había sujetado y permaneció de pie, esperando a que el chico se calmara para hablar con él. Pero Connor, avergonzado, se dio media vuelta y comenzó a caminar en dirección a su casa. Su reacción había sido violenta, pero en parte, comprensible y Muriel se metió en su coche sintiendo muchísima lástima por él.

Dentro de la casa todavía quedaban invitados, agotados, que querían irse a su casa. Y los señores Dochartaigh que habían subido a sus habitaciones para descansar, aunque nadie podría dormir esa noche. La luz de la habitación de Leona estaba encendida, en ella seguían algunos policías tomando fotos, recogiendo posibles pruebas como su diario y su ordenador y buscando su teléfono móvil, que no había sido hallado en la escena del crimen ni en ningún otro lugar de la casa, ni tampoco estaba en posesión de ninguno de los invitados de esa noche.

El trayecto de vuelta a casa se hizo largo, Muriel no había llamado para avisar de que llegaba tarde y seguro que Dougan estaría preocupado, pero no tuvo fuerzas para coger su teléfono y avisarle porque estaba demasiado cansada y afectada para tener que explicar lo sucedido por teléfono.

Al llegar a casa tuvo cuidado de no hacer ruido al abrir la puerta y al cerrarla. Se quitó los zapatos que dejó a un lado del pasillo y caminó hasta la inmensa cocina donde a Dougan le gustaba preparar la comida. Se tomó un calmante con un vaso de agua y fue hasta su dormitorio, pero Dougan no estaba.

Muriel volvió sobre sus pasos e inspeccionó el salón donde encontró una nota sobre la mesita. La nota decía que le habían llamado de madrugada para cubrir una noticia, Dougan era reportero, y la había estado llamando pero como no respondía tuvo que salir.

Muriel dejó la nota donde estaba y se fue a dormir. En parte estaba aliviada de que su marido no estuviera en casa, seguía en un estado que no era capaz de definir, seguramente se tratara del shock. Y, de haber estado Dougan en casa, no habría tenido las fuerzas necesarias para explicarle todo, como se vio obligada a hacer con el policía.

A las cinco de la tarde la despertó el teléfono de su casa. Tenía uno en el salón y otro en su mesa de noche y alargó el brazo para alcanzar el aparato y respondió a la llamada.

—¿Si?

—¡¡Muriel!! ¡Dios mío, estaba preocupado! ¿qué ha pasado?

—¿Dougan? ¿dónde estás?

—Estoy en Arklow, ¿leíste la nota que te dejé? ¿has escuchado mis mensajes? —Muriel se sobresaltó al escuchar el nombre de esa ciudad y se incorporó de la cama.

—Sí, leí tu nota, pero no he escuchado tus mensajes, me tomé un calmante y he estado durmiendo.

—Muriel... tu amiga... lo siento mucho. Me llamaron para venir aquí pero no supe que se trataba de ellos hasta que llegué, pregunté por ti y me dijeron que te habías marchado, pero no respondías mis llamadas.

—Sí, lo sé. Lo sé. ¿Cuándo volverás a casa?

—Estoy en camino, dame una media hora.

—Está bien, no tardes.

Antes de que Dougan pudiera decir algo más Muriel colgó el teléfono y fue directa al baño. Tomó una ducha de agua caliente y fue entonces cuando comenzó a sentirse peor, se le hizo un nudo en la garganta y empezó a llorar.

Cuando Dougan llegó a su casa se encontró con Muriel recostada en el sofá con el rostro hinchado. Se apresuró en llegar hasta su lado y la contuvo contra su pecho, abrazándola sin decir ni una sola palabra hasta que anocheció.

Cuando Muriel se tranquilizó se levantaron del sofá y ella empezó a recoger su bolso y sus zapatos que había dejado tirados esa mañana al volver a casa. Los fue a llevar a su habitación y de su bolso sacó su teléfono móvil que se había apagado por falta de batería y por eso no había recibido las llamadas ni los mensajes desesperados de Dougan hasta esa tarde cuando la llamó a casa. Probablemente, pensó ella, se hubiera apagado durante la fiesta.

Lo dejó enchufado a la corriente y volvió con Dougan. Apenas probó la cena, se tomó una pastilla para el dolor de cabeza y volvió a la cama mientras Dougan lo recogía todo.

Al acostarse encendió su teléfono móvil para ver sus mensajes. Como suponía la mayoría eran de Dougan, también esperaba encontrar alguno de su jefe o de su madre, pero encontró otro que la dejó helada.

31 octubre. 23:37 p.m.

Leona Ní Dhochartaigh:

Muriel, estás en la fiesta? Sal de ahí y ven a donde fuimos esta mañana, está pasando algo raro.

El sacrificio de LeonaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora