Capítulo II: Inevitable

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El sonido que emitían unas aves lograron sacarme del sueño, abrí los ojos lentamente y bostece un par de veces; aún somnolienta busqué mis pantuflas pero no las encontré, sin darle importancia me puse de pie y camine hacia la puerta.

-¿Pretendías escapar?- Sonrió el hombre de ojos verdes

Un grito ahogado impregnó la habitación, sobé mis ojos incrédula y mire a mi alrededor. No estaba en mi habitación; las escenas vividas el día anterior comenzaron a golpear una a una con fuerza, toqué mis sienes en señal de dolor y contuve una que otra lágrima que se atreviera a salir.

-El vice-comandante ordenó que no te tocáramos hasta terminar el interrogatorio, pero nunca se me ha dado bien obedecerlo- Continuó el guerrero mientras cruzaba los brazos con tranquilidad y me dedicaba su más altanera mirada de superioridad.

-No busco causarles problemas, ingresé aquí debido a que...- Intenté explicarle sin éxito al ser interrumpida.

-¿Cuáles serán tus últimas palabras?- Cuestionó el hombre tras alzar su espada contra mí sin abandonar la sonrisa a la que ya comenzaba a tenerme acostumbrada.

-¡No! ¡Espera!- Exclamé intentando cubrir mi cabeza con ambas manos.

-Okita, deja de asustarla- Suspiró un joven de cabellos largos y castaños.

-Sólo me divertía un poco- Sonrió el aludido.

-¿¡Por qué!?- Cuestioné indignada observando como aquel hombre de cabellos relativamente cortos aún sostenía el arma afilada entre sus manos.

Mis ojos se humedecieron y un par de lagrimas osaron mostrarse, en mis cortos 19 años de vida jamás había odiado tanto a alguien como a aquel hombre y su diabólica sonrisa. La frustración comenzó a escalar cada una de mis células hasta llegar al único lugar que debía mantener sellado; mis labios.

-¿Crees ser el más fuerte por apuntar con tu espada a una mujer desarmada? ¡No eres más que un pedazo de samurai!- Alcé la voz con toda la adrenalina recorriendo cada una de mis venas.

-¿Desarmada?- Cuestionó maquiavelicamente el hombre llamado Okita Souji tras quitarle la espada a su compañero y lanzarla a mis pies -Si ya no tengo honor de nada sirve que me contenga- Sonrió.

Observé la espada tirada en el suelo por unos segundos, los finos grabados en la hoja de la misma eran una obra de arte digna de admiración. Temí tocar el mango y alzarla, pues artefactos así sólo son vistos en el museo y son altamente valiosos.

-¡Basta Souji!- Ordenó la voz masculina.

-Eh, llegó Hajime-kun- Se lamentó el hombre de ojos verdes.

-Hijikata-San tuvo que salir de la ciudad debido a un asunto importante y me ha encomendado llevar a cabo el interrogatorio.-

-Tal vez hubieras preferido que mi espada termine rápidamente con ésto antes de ser torturada por Hajime-kun- Sentenció Okita.

Permanecí en silencio mientras ordenaba mi cabeza y mis palabras, ésta era la oportunidad que buscaba para cambiar la estrategia del juego, con algo de suerte; o quizás, mucha de ella lograría convencer a Saito Hajime de mi inocencia y volver a casa.

El estruendo repentino del galopar de los caballos acercándose, alertó a los samurai a mi alrededor; quienes abrieron las puertas corredizas para ver caer a un hombre ensangrentado con una aparente herida en el pecho. Instintivamente corrí hacia la víctima pero dos espadas se interpusieron en el camino.

-Verás, éste hombre es importante para nosotros. Es el comandante del Shinsengumi, Isami Kondo y si muere será un problema para tí- Explicó Okita mientras rozaba suavemente mi mejilla con la hoja de la espada.

En un abrir y cerrar de ojos mi mochila y yo eramos trasladadas junto al hombre herido a una habitación contigua bajo la sigilosa supervisión de Okita y Saito.

Abrí cuidadosamente las telas que cubrían la herida, dejándola al descubierto; pude notar que era profunda. La desinfecte y cocí como pude con lo que tenía en la mochila, con suerte la hemorragia se detendría.

La vida pasa tan lenta desde este lado del tiempo, sin luz, sin tecnología; en lugar de música sólo escuchas el sonido de las espadas chocando entre sí, y los niños son arrullados por el grito de valentía de sus padres antes de comenzar una pelea.

Deje escapar un suspiro mientras observaba el pálido rostro de mi paciente.

El sonido de los pasos de un hombre ingresando a la habitación me sacaron de lo más profundo de mis pensamientos, y pude sentir nuevamente la presión a la que estaba sometida. Mi vida en éste tiempo dependía del hombre atrás de mí, sus cabellos color índigo y su fría mirada azulada me daban la impresión de que no sería nada fácil convencerlo de algo. En momentos así sólo queda decir la verdad, a pesar de que con ello arriesgue lo único realmente valioso que poseía en éste mundo; mi propia vida.

Probablemente pasaron unos cuantos minutos, aunque para mí parecían horas intentando acomodar mis ideas antes de armarme de valor y decirlas o tan sólo voltear y mirar la tela de su yukata, pues lo último que quería hacer era mirarle el rostro. Al reaccionar y darme cuenta de que estaba a unos pasos de abandonar la habitación decidí hablar.

-Saito-San, si este hombre al que aprecian tanto muere en mi cuidado.. ¿Dejarías que te cuente mi historia antes de morir?- Cuestione mientras observaba el cuerpo del hombre herido con resignación.

-No- Respondió el samurai con firmeza.

Cerré los ojos en señal de decepción pero mis labios dibujaron media sonrisa, en realidad sabía que se negaría; pero nadie puede culparme por intentarlo.

-Dejaré que me cuentes tu historia ahora...- Continuo Saito sin abandonar el lugar donde se encontraba.

Mis ojos se abrieron en asombro, podía sentir su gélida mirada azulada sobre mí y el decibel de su voz era un susurro intimidante que me invitaba a decir la verdad.  

-Mi nombre es Yukimura, Chizuru...-

Era demasiado tarde para huir o buscar la "máquina del tiempo" que me trajo aquí, pues nuestras miradas ya habían decidido dar el primer paso, el primer contacto entre dos mundos que jamás debieron cruzarse.

Perdida en Hakuouki: Memorias del ShinsengumiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora