―Quien quiera que haya sido: amo a ese chico ―habló Dustin por lo bajo dirigiéndose a sus amigos y arrancando una ola de risas disimuladas por parte del grupo.

Luego de un largo discurso sobre lo irresponsables y rebeldes que eran todos, haciendo hincapié en que descubriría quien había sido el culpable; el señor Smith liberó a los diferentes cursos de la tortura que duró alrededor de hora y media permitiendo que los jóvenes regresaron a sus respectivas clases.

Luego de un largo discurso sobre lo irresponsables y rebeldes que eran todos, haciendo hincapié en que descubriría quien había sido el culpable; el señor Smith liberó a los diferentes cursos de la tortura que duró alrededor de hora y media permiti...

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En medio del silencio de la clase de Inglés, el teléfono de Peyton vibró ruidosamente sobre la mesa y en un instante el profesor Doyle giró la vista hacia sus alumnos.

―¿Qué he dicho, y siempre repito, antes de iniciar la clase? ―habló el hombre con cansancio—. No es difícil: nada de textos y de llamadas. Ni siquiera «solo estaba viendo la hora» porque para algo está colgado el hermoso reloj sobre el pizarrón. Está por demás prohibido el uso de teléfonos celulares dentro del aula. ¿Acaso me han visto usando el mío mientras dicto la materia?

Nadie respondió y Peyton se hundió en su asiento alejando el móvil de la vista del profesor.

—La próxima vez, el osado u osada, irá a visitar al señor Smith. ¿Entendido?

Los miró seriamente antes de retomar el tema del día.

La pelinegra escuchó a Dustin reír por lo bajo en el banco de adelante, pero lo ignoró y desbloqueó el teléfono esperando no ser descubierta. Revisó la notificación más reciente y vio que se trataba de un mensaje de su mejor amiga, tan oportuna como lo era siempre.

OLIVIA: ¿vienes a casa después de clases? Estoy tan aburrida que ya comienzo a arrepentirme de haber fingido que tenia fiebre para poder faltar.

Estuvo a punto de teclear una respuesta cuando la punta de una varilla azotó con fuerza sobre su cuaderno.

―¿¡Qué acabo de decir!?

El profesor Doyle se encontraba frente a ella viéndola con el rostro desencajado de furia.

La chica palideció.

—Yo…

―Usted, sí. Usted se levantara en este preciso momento e irá a la oficina del Director, a él le expondrá sus excusas ―bramó con severidad—. ¡Ya!

Peyton intentó defenderse pero el hombre movió la vara desde su mesa hasta la puerta del salón. Sin más remedio, se levantó bajo la mirada de sus compañeros y caminó muerta de vergüenza hacia la salida.

―Swan ―habló el señor Doyle de pronto―, haga el favor de dejar su teléfono en mi escritorio. Y, si es que se me da la gana, lo tendrá de regreso al finalizar la clase.

Refunfuñando todo tipo de maldiciones, Peyton obedeció y salió directo hacia la oficina del señor Smith.

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