74.-Estaciones de tren.

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Las semanas se fueron volando, faltaban únicamente 8 días para la noche del baile. Las chicas del colegio sólo hablan de vestidos, preparativos y despedidas ¿Donde quedó la música? ¿Acaso soy la única que piensa en eso?

Me he dedicado al piano, a tocarlo y a pulirlo, a las tareas del instituto y a componer para mí. Por las tardes doy clases a niños de 5 años que quieren tocarlo, vienen a mi casa y convivo con ellos. Los sábados voy al asilo donde mi bisabuela tiene una amiga que toca el piano pero por sufrir Alzheimer a veces olvida hacerlo, yo soy la que le ayuda a recordarlo, pues dicen que la música es buena terapia. Al final del día toco para todos los ancianos unas melodías clásicas. Los domingos voy a la iglesia y participo en el coro, después voy a la casa hogar con los niños que conocí, a hacer manualidades con ellos y divertirme a su lado, sin olvidar que les llevo las buenas nuevas.

Estoy pensando seriamente en que si no sirvo como pianista, me dedicaré a ser maestra de preescolar, a estudiar de asistente educativo o ser miembro de la iglesia. Me ha encantado estar con los niños tanto como estar en el piano, poder ayudarlos y enseñarles me alegra mucho.
Ya no estoy deprimida por ti, ahora que todo está resulto me siento tranquila.
Cada quien puede tener su vida y seguir adelante.

•••

Sonó la chicharra que daba por concluidas las clases, me alisté para salir.
— ¿Ya tienes tu vestido?—me preguntó una chica agradable que toca la flauta transversal.
—No aún no—contesté.
—Yo tampoco, hoy iré a comprarlo, podríamos ir juntas al centro comercial—sugirió ella.
—Gracias, pero tengo cosas que hacer.
—Está bien.
—Pero si quieres un consejo sobre cuál elegirás, envíame una foto por whatsapp.
—Claro, eso haré—dijo—. Por eso quería ir acompañada de una chica.
—En serio lo lamento.
—No te preocupes, ahora obligaré a mi hermano a que me acompañe.
Pobre del chico, pensé.

Ese día decidí tomar el metro en vez del autobús, pero estando dentro de el me di cuenta que no tenía pase para entrar al vagón, fui a la taquilla.

—Me puede dar un boleto, por favor—le dije a la mujer que los vendía.

—Que sean dos—dijo mi guitarrista apareciendo de la nada, te encontrabas a un lado mío.

—No es nada caballeroso que yo pague tu pasaje—reproché.

—Lo sé—respondiste y diste media vuelta.

—Oye—repuse—. ¿Me estás siguiendo?

—No—te uniste al mismo paso que yo—. ¿Pero te gustaría que te siguiera?

—Me debes dinero—cambié de tema.

—Pero yo no te cobraré lo que hoy te compraré.

—¿Cómo?—no entendía.

—Iremos a comprar tu vestido para el baile—me dedicaste una sonrisa.

—¿Ahorita?

—En este mismo instante.

—No, no—dije más veces la palabra—. Tengo que llegar a casa y apurarme.

—No nos tardaremos, te ayudaré a escoger—sugeriste.

—¿Y cómo es que sabes que aún no tengo vestido? ¿Y tú me acompañaras? Eso suena extraño.

—Porque te conozco—te dirigiste hacia mí—. Sé que no te gustan, sé que no le estás dando importancia a eso, apuesto a que ni siquiera planeas ir con vestido, planeas llevar unos jeans y justificarte con que no tenías tiempo.

—Quizá—respondí sabiendo que tenías razón.

—Quiero que estés linda ese día, es la última vez que te veré, vamos, que sea un regalo para mí—te observé y noté en tus ojos que de verdad querías acompañarme.

A un músico ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora