Capítulo 6, segunda parte

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─ Ya vienen ─ expuso Híglac ─. Quizá los Nocturnos no nos puedan dar alcance pero el que ha emitido ese sonido es muy veloz.

─ Ha sonado muy lejos ─ respondió Wíglaf ─. En cuanto los Nocturnos vean la distancia que les llevamos lo soltarán para que nos de caza. Hay que evitar que recorten la ventaja, así solo tendremos que matar al Licántropo.

El Cazador era consciente de que los Nocturnos que los seguían estaban frescos, mientras que los humanos llevaban días moviéndose a marcha forzada. El ascenso era tremendamente empinado, y quizá excesivamente largo para sus posibilidades. Pero, ¿qué opción quedaba más que intentarlo?

Saltaron de piedra en piedra tan rápido como la escasa luz les permitió, y vencieron la zona rocosa. Sin Nombre les había explicado mediante gestos, el día anterior, que podrían alcanzar el collado desde el que descenderían al valle del Exes, al amanecer. Si lo lograban, ni los Nocturnos ni el Lobohombre podrían exponerse a los rayos del sol y seguirlos.

Ascendieron tan rápido como pudieron durante más de cuatro horas. Sin Lengua parecía volar sobre las piedras, y se detenía constantemente para animar a sus compañeros mediante los extraños sonidos que producía con su boca desprovista del órgano modulador del sonido. Wíglaf lo seguía de cerca, pero tanto Timor como Híglac tenían serias dificultades para continuar su marcha.

Las nubes dieron paso a un extenso claro que permitió a la circular luna iluminar la empinada y estrecha vaguada. No eran una, sino dos las veloces sombras que ascendían mediante largos saltos a menos de dos estadios de distancia.

Híglac se acercó a Wíglaf, quien esperaba junto a Sin Lengua. Timor venía algo más abajo.

─ Seguid ascendiendo, Wíglaf ─ dijo el arquero ─. Los detendremos.

─ Pero...

─ ¡Wíglaf! ─ abroncó Timor, que acababa de llegar, a su compañero ─. Es el lugar ideal, un cañón estrecho con paredes verticales, la brillante luz de la luna llena, el mejor de los arqueros...

─ Y un muro ─. Híglac completó la frase posando la mano en el hombro de Timor.

Sin Lengua palmeó la espalda de Wíglaf y reanudó el rápido ascenso, después de ofrecer su pica a Timor. El Cazador miró a sus compañeros con los ojos húmedos, y siguió al veloz guía.

─ ¡Os esperaremos arriba! ─ gritó mientras corría tras Sin Lengua.

El primero de los Lobohombres no tardó en llegar. Híglac se apostaba sobre una cornisa, con su arco apuntando hacia la veloz masa, mientras que Timor cerraba el paso situado en el fondo de la estrecha vaguada, portando dos lanzas de aguzado arpón.

Cuando el Licántropo estuvo lo suficientemente cerca, una de las flechas de Híglac hendió su oreja. El horrible ser ni siquiera llegó a sentir el corte, pero le dolió cuando el siguiente proyectil lo alcanzó en el muslo. Aceleró, y las siguientes dos saetas entraron en el pecho y en la barriga.

El Lobohombre vio a Timor, y aún corrió a mayor velocidad, usando pies y manos, cuando otra flecha se alojó bajo la clavícula. Entonces Timor armó su brazo y lanzó la primera de sus picas con una fuerza difícil de igualar por un hombre. El arpón silbó mientras cortaba el aire y se clavó por encima de la ingle del monstruo. Seguidamente, otro proyectil lanzado por Híglac se clavó en su cuello, con lo que su avance se hizo más lento.

El segundo lanzazo de Timor fue definitivo pues traspasó a la terrible fiera desde el esternón hasta la columna vertebral, haciendo que trastabillara y cayera hacia un lado. El silencio era espectral, y los Cazadores escrutaron el valle en busca del segundo Licántropo.

Cazadores Negros II, Torre de Fuego (Relato breve).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora