Capítulo 5 segunda parte

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En una vieja torre en ruinas que localizaron poco antes del anochecer, al borde de un acantilado, los hombres esperaron pacientemente la llegada de los Nocturnos. Bromearon y rieron para tratar de obviar lo que ocurriría en las siguientes horas, y los esclavos sin lengua fueron los que más alegría y bienestar mostraron entre todos ellos. Los últimos cuatro días, en los que básicamente se habían dedicado a caminar, correr y ocultarse, habían sido por mucho los más felices de sus vidas, y se lo agradecían constantemente a los Cazadores mediante sonrisas y gestos amistosos. Habían conocido la libertad, y sintieron la absoluta sensación de placer y plenitud que producía en el alma.

Anocheció, y las sombras de los hombres que los perseguían comenzaron a moverse entre los árboles que distaban aproximadamente un estadio de la ruinosa construcción en la que se encontraban. No se movieron de ahí, Maarwarth había ordenado que únicamente cercaran a los huidos, y permanecieron así durante toda la noche y también el siguiente día.

Los fugados permanecieron ocultos, turnándose para dormir mientras otros vigilaban la linde del bosque. Las reservas de agua se terminaron algo antes de la puesta de sol, por lo que no padecían sed. Las castañas y los bulbos que habían recolectado en los últimos días fueron consumidos un tiempo antes, para evitar la pesadez de la digestión cuando tuvieran que pelear.

Tras un tiempo relativamente largo, cuando hubo oscurecido del todo, las oscuras líneas formadas por los guerreros de Maarwarth se posicionaron ante la torre semiderruida. El astuto general había sido informado la noche anterior, mediante palomas mensajeras enviadas por sus súbditos humanos, de la presencia de los Cazadores Negros en el Bosque de Ärmen, y acudió en persona al lugar donde los tenían cercados. Los siervos aseguraban haber visto a Ódeon y Cádlaw.

Los Nocturnos avanzaron en silencio, centenares formando varias líneas, con su general al frente. Maarwarth hizo que se detuvieran cuando vio salir a los humanos formando una compacta línea, armados con las picas y las espadas que habían obtenido de sus víctimas.

─ ¿Usarás a tus arqueros, bastardo? ─ gritó la potente voz de Ódeon.

Maarwarth se adelantó varios pasos.

─ Tú eres para mí ─ siseó mientras apretaba los dientes, y ordenó el avance de sus tropas.

Los humanos, incluidos Quinn y el resto de los esclavos, se adelantaron varios pasos y lanzaron sus picas contra el Ejército de la Noche. Después cargaron sobre el numerosísimo enemigo.

Un Cazador Negro saltó momentos antes del encontronazo, rodó por suelo pasando por debajo de la pica que trató de herirlo, y al erguirse clavó sus dos espadas en el abdomen del Nocturno que tuvo en su frente. Después fue ensartado por tres picas.

Otro de los Cazadores esquivó la espada que quiso hendir su carne, cortó la mano que la sostenía, y después saltó sobre otro de los Nocturnos clavándole la espada en el pecho, mientras el extremo de una pica de otro de los engendros se adentraba en su costado.

Cádlaw atacó junto a un puñado de soldados. Los bravos Silenos mataron a varios de los primeros Nocturnos a los que hicieron frente, pero un enjambre acorazado cayó sobre ellos agujereando sus cuerpos. Su general, aún con el brazo anquilosado, manejaba la espada con suma destreza. Ladeó su cuerpo y clavó su acero en el costillar del primero que trató de caer sobre él. Al segundo le clavó un puñal en la cara, esquivó la pica del tercero y atravesó su pecho mediante una certera estocada. Un Lobohombre saltó desde las líneas posteriores y lo derribó, destrozando su hombro izquierdo mediante una poderosa dentellada. Cádlaw clavó la espada en el torso del monstruo al caer de espaldas, perforando su corazón y provocándole una muerte instantánea. Después varios Nocturnos saltaron sobre el indefenso Sileno y comenzaron a morderlo en brazos, piernas, abdomen y cuello. Sintió cómo sus miembros perdían tensión y el dolor comenzó a desaparecer. Tosió, expulsando sangre por la boca, y su vista se oscureció.

A su lado, diez Cazadores habían hecho que más de treinta pálidos cadáveres mancharan el suelo con su negra sangre. Los Nocturnos que los rodeaban recularon, incapaces de perforar la defensa, y entre ellos aparecieron guerreros armados con ballestas, mediante las cuales tuvieron que acabar con los aguerridos luchadores.

Maarwarth, acompañado por sus mejores hombres, se enfrentó a Ódeon y los cinco Cazadores que luchaban a su lado. El Nocturno, perfectamente reconocible por su caso crestado por púas de acero, se dirigió hacia el vigoroso Cazador, que ya había hecho caer a seis de los pálidos seres.

Ódeon lo vio llegar, cuando los Nocturnos que tenía ante él se apartaron para dejar paso a su señor. El imponente Nocturno ladeó la cabeza haciendo sonar a las articulaciones de sus vértebras, se deshizo de su escudo y armó la espada hacia el vigoroso humano.

Ódeon respiró hondo, el cansancio comenzaba a hacer mella en él, al igual que en el resto de los hombres, pero usaría hasta su último aliento para tratar de atravesar el sucio corazón del detestable Nocturno. Tomó impulso y lanzó un mandoble hacia el cuello de Maarwarth, quien lo detuvo con su negro acero. Después, el Nocturno trató de perforar el abdomen del Cazador, pero este lo esquivó y trató de alcanzar a su contendiente en una pierna. Maarwarth reculó un paso,  y volvió a cargar contra Ódeon con renovada furia.

Al lado del recio Cazador, sus hombres comenzaban a caer, y el propio Ódeon fue alcanzado en el muslo izquierdo por su magnífico oponente. La herida produjo una acusada cojera en el humano, quien apretó los dientes y descargó sendos mandobles contra Maarwarth haciéndole retroceder de nuevo. Esto enfureció al orgulloso Nocturno, que no era capaz de comprender cómo alguien tan castigado por las circunstancias era capaz de resistir de aquel modo.

Maarwarth comenzó a hacer girar su larga espada, describiendo elipses irregulares en su frente mientras se aproximaba de nuevo hacia el Cazador, quien posaba altivo esperándolo. Entonces el Nocturno envió una increíblemente veloz estocada hacia el Ódeon, convencido de que este sería incapaz de evitarla.

El experimentado Cazador  previó el movimiento y desvió la hoja del Ser de la Noche, golpeándole la cara con la empuñadura de su espada y enviando un mandoble que trató de cercenarle el cuello. Maarwarth, sorprendido, contorneó su espalda, esquivó la acometida y seguidamente  hizo descender con tal fuerza su acero que quebró la maltrecha hoja de Ódeon. Después atravesó su bazo y el riñón izquierdo, haciendo que más de la mitad de la negra hoja de acero sobresaliera por la espalda del Cazador.

El Nocturno acercó su cara, cuyo pómulo roto sangraba profusamente, a la de Ódeon, quien mostraba un amargo gesto de dolor mientras un fino chorro de sangre caía desde su boca entreabierta.

─ Se acabó, Cazador.

Ódeon lo miró directamente a los ojos.

─ Esto nunca acabará, Maarwarth, siempre habrá Cazadores. Algún día el acero de uno de ellos te hará morder el polvo, y tus armas resonarán al caer.

El Nocturno soltó su espada, y en un rápido movimiento asió la cabeza del Cazador desplazándola hacia atrás. Después bebió su sangre.

Los cadáveres de los hombres fueron cargados hasta el fondo del valle, e introducidos en una gran cueva justo antes del amanecer.

Maarwarth había llevado consigo, durante todo el viaje, al propietario de Cádlaw y los Cazadores Negros, quien pertenecía a una de las familias más antiguas y acaudaladas de la alta sociedad entre los Nocturnos. El opulento Nocturno caminó al lado del propio Maarwarth frente a los algo menos de cincuenta cadáveres, y realizó un gesto de negación con la cabeza.

─ Falta el gigante, y también el que limpiaba la cocina, además de otros dos Cazadores Negros ─ dijo ─. Tampoco están  el  Murio, el alto Mesenio y uno de los Silenos.

Maarwarth apretó los dientes hasta hacerlos rechinar, y abrió exageradamente sus ojos cuando se dio cuenta.

Cazadores Negros II, Torre de Fuego (Relato breve).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora