Treinta y nueve

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—A medias.

—Ni de broma —se niega.

—¿El postre? —intento negociar.

—Por una vez que puedo hacer como en las pelis e invitar a cenar a la chica no me lo vas a arruinar.

—¿Entonces no es un gesto desinteresado? —pregunto divertida.

—Es totalmente interesado —asegura.

Suelto una breve risa.

Quedan pocos chicos que cuando salen con una chica pagan la cuenta entera. Soy de las que apoya la igualdad de genero y piensa que lo mejor es pagar a medias, pero si le hace ilusión hacerse el gentleman...

 —Pero tengo una condición—interrumpo su victoria.

—Me das miedo.

—Tenemos que volver a vernos —su risa me alerta de que no tiene sentido lo que digo, estamos a oscuras—. ¡Tú me entiendes!

—Me encantaría —responde risueño.

—¿Con luz?

—Ya hablaremos...

Esas dos palabras me llenan de esperanza e ilusión. 

—Debería irme —dice un poco apenado—. Mañana entro al trabajo pronto.

Una bombilla se enciende enciende en mi mente.

  —Te acompaño a la salida.

—No cuela, listilla —ríe.

—Casi —susurro sintiéndome atrapada.

Keith llama a la camarera para que lo acompañe a la zona de pago, porque, evidentemente, no puede ir solo a oscuras.

Escucho un golpe de la mesa y una risa después.

  —Perdón —dice.

Su voz está muy cerca.

Unas manos tocan mi coronilla, palpan hasta encontrar mis mejillas. Mi corazón bombea sangre más rápido.

—Ups —vuelve a reír—.Creo que ahora sí.

Sus labios se aprietan contra mi mejilla con ternura. Son blandos y suaves, mientras sus manos son un pelín callosas. Contengo el aire el par de segundos que dura el beso.

 —Coco —dice con un deje de satisfacción en la voz.

Tardo un poco en darme cuenta de que habla de mi olor.

  —¿Hablamos mañana? —pregunto  en susurro.

  —Ten lo por seguro.

Me quedo sentada escuchando como sus pasos y los de la camarera se alejan.


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