Episodio 2. La amante de conveniencia

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Matilde se sentía atrapada en una relación tormentosa que le impedía siquiera buscar ese algo distinto que juraba encontrar en cada enfado que tenía con Javier, pues el grado de fascinación por su imagen,las relaciones tan interesantes del mundillo literario que le propiciaba ser algo más que su secretaria y las conversaciones sobre literatura y escritura que tenían ellos dos resultaban demasiado agradables para ella, demasiado tentadoras como para perderlas por la menudencia de un amor no correspondido.


Javier empleaba con inteligencia y cierta dosis de perversión este tipo de situaciones provocando escenas de forma un tanto forzadamente dramáticas con la intención malsana de revivirlas luego en sus obras de modo que le sirvieran para dar forma a la vida de sus personajes cuando la situación de bloqueo creativo era tal que necesitaba de vivencias reales para describir esos tensos momentos de dramatismo exacerbado.


No obstante, Javier no era tan frío como en realidad pudiera parecer,lo suyo era más bien profesionalidad y cierta dosis de método con lo que se exigía una distancia que en realidad era artificial. A nadie iba a explicar que tales situaciones iban horadando su psique hasta alcanzar quizás un daño irreparable pues el supuesto estoicismo hacia las nuevas relaciones no escondían otra cosa que la muerte de aquel amor que sintieron él y Silvia, su mujer. Una muerte certificada y con esquela en el obituario desde ya hacía tiempo.


Salió al exterior de la casa para respirar la primavera y liberarse de la tensión de la escena. El jardín se le antojaba escaso y decidió bajar por las rocas hasta alcanzar el agua en su parte menos peligrosa. Alejado de la rompiente se saco los zapatos y remojó los pies en el agua. Las sensaciones eran importantes para Javier, sin el conocimiento exacto de lo que sucede en su cuerpo no era capaz de describir los momentos o lugares con la intensidad que a él le gustaba describirlas.


El sol incidía sobre el agua y rebotaba rielando y bailando al son dulzón de las olas del mar, a lo lejos unos veleros ceñían su cuerpo curvo cincelando los mares al salir en busca del Océano. Cada escena le servía, cada rayo de sol, cada olor, cada objeto rugoso o liso que cayera en sus manos hambrientas de sensaciones... Javier cerró los ojos y dejó que la sal entrara por los poros de su piel hasta alcanzar el mismo cerebro; el cual, como una grabadora,transformaba en palabras cada sensación recibida y descrita.


Luego estaría la ocasión de colocarlo en tal o cual escena. "Escribir"- decía siempre - "es una labor de arquitectura, primero escoges los materiales que vas a emplear haciendo una labor de deconstrucción de la realidad. Luego los sitúas donde quieres, justo donde los precisas. Y lo difícil es que salga un edificio bonito. Para eso,hay que tener además de buenos materiales y saber qué quieres hacer; saber cómo hacerlo" En eso era un experto sin comparación.


Así que las sensaciones y los sentimientos no eran más que las piezas que recogía para elaborar su obra y, si para eso tenía que estar casado o mantener una amante pero ser fiel a la vez, lo haría. La obra en Javier lo era todo. Absolutamente todo. Los demás, la gente que convivía con él por ejemplo, no eran otra cosa que aquellos otros edificios de los que él robaba los materiales necesarios para su novela. Como un ladrón que a escondidas entra con la ganzúa encasa ajena para llevarse a cualquier precio y de cualquier forma aquello que necesitaba para componer su obra.


Echó la mirada a lo lejos y cruzó la misma con el perfil de la casa señorial que se dibujaba con un contorno preciso en el cielo azul dela mañana; en la ventana estaba Matilde pensativa dirigiendo su mirada hacia él. Ella le miraba a él con fijeza como intentando comunicar algo relevante y él le preguntaba con la suya qué era lo que estaba pasando.


¡¡¡Ya sé lo que le pasa a esta novela!!! - gritó desde lo alto. Javier dio un salto y corrió por las rocas hasta alcanzar la puerta de la casa. Nada le detenía cuando de la opinión de sus novelas se trataba. Matilde le esperaba en la sala de abajo, con la chimenea de gas encendida a media potencia. Una sala amplia y clara, con dos orejeras a los lados y la chimenea en el centro ocupando el lugar principal. Matilde le esperaba paciente con el manuscrito en la mano, se la veía arrebatadora cuando recién duchada se ponía con aspecto impecable y recto, más si encima estaba con el fuego alumbrando a su espalda dibujando su perfil y la melena suelta como caída de forma informal con un desorden equilibrado y estético. Un aspecto deliberadamente informal. Los dos pequeños lunares en la comisura de los labios la harían irresistible para cualquier otro que no fuera Javier.

- Bien, bien... - Se sentó enfrente de ella con la mirada algo desorbitada y las manos inquietas, como expectantes, revoloteando entre los dedos de forma nerviosa. Jadeaba del esfuerzo realizado pero se recompuso con una fuerte espiración. - Es... es la misma novela de hace años... ¿Verdad?

- No, Javier. No es la misma novela de hace años. Esta novela es completamente original. Es, seguramente, tu mejor novela. La más pulcra y precisa, en la que más profundizas en los personajes. Las descripciones son tan diáfanas y nítidas que parece que estás en ese lugar mismo que describes. Los personajes son tan reales... Javier, esta novela es... absolutamente increíble.

- ¡¡¡Eh, qué bueno!!! - Javier estaba eufórico, una crítica tan buena viniendo de Matilde era casi impensable. Matilde solía ser muy exigente y puntillosa, pero en esta ocasión todo era positivo, era desde luego una situación increíble. Algo no encajaba demasiado.

- Espera, Javier, espera un poco... Es tan real la novela como que estás describiendo tu misma vida. Lian Thorpe, el empresario de éxito, guapo y utilitarista eres tú; su mujer, que siempre le espera de sus viajes de negocios sin saber qué es lo que hace con su vida cuando no está a su lado, es Silvia tu propia mujer; y por último, Laica su secretaria rusa, secretamente enamorada de él, con la que comparte su otra vida y... que él la ve como... una diosa de la belleza, alejada y sofisticada, intocable y frágil como el cristal, que podría romperse nada más besarla, me describe a mí de alguna manera demasiado hiriente como para soportar leerla una vez más. Una gran novela sí, porque no es una novela... es la pura realidad.



El encierro del escritorWhere stories live. Discover now