Capítulo I

2K 158 55
                                    

Sus pies se hunden en la arena y eso le causa una sensación agradable. Cierra los ojos, llena sus pulmones de aire y sonríe. Tiene el cabello largo, lo suficiente como para que la brisa lo desordene y algunos mechones rubios se le peguen a la cara con insistencia. Sin embargo, aquello no le molesta. Está disfrutando. Él ama el mar, hace más de un mes que no viene y ahora está allí. Nada importa.

—¡No seas marica! —le dice una voz masculina por detrás—. Con los brazos abiertos y la cara que tienes te pareces a la pelirroja esa del Titanic.

Ethan compone una expresión de hastío y se gira en dirección del que osa interrumpir su tranquilidad. El sujeto que está frente a él lleva una cantidad ingente de tinta indeleble en el cuerpo; si no te detienes a ver con atención cada una de las imágenes que se ha tatuado, estas parecen una mancha borrosa. Se rapó la mitad de la cabeza para exhibir su más nueva adquisición, unas letras griegas grabadas en su cráneo, y las expansiones que se hizo en las orejas hacen que los lóbulos le cuelguen como si de un momento a otro fuesen a ceder bajo el peso de aquellos grandes aros que lleva puestos.

—Que te follen, Frederick.

El aludido ríe en respuesta y rueda los ojos.

—Ayúdame a bajar la mercancía, luego puedes seguir siendo un marica —responde, dándose media vuelta y encaminándose a su auto. Ethan lo sigue.

Con «la mercancía» Frederick se refiere la cantidad ridícula de licor que compraron para la ocasión. Entre ambos gastaron poco menos de lo que gana un trabajador promedio en un año. En estos casos, aceptar que no tienes conciencia social resulta una forma de elevar tu espíritu. Está bien saber que tienes dinero y no eres un hipócrita ni lo donas a una asociación de niños con enfermedades terminales o a un refugio de animales abandonados para poder excusarte por tener dinero. Igual y el resto del mundo te odia. Deja que te odien con razón.

—Todavía no entiendo qué diablos pinta esto. —Frederick señala con la cabeza una caja que está colocada al fondo del asiento trasero—. ¿Acaso planeas confesarme lo mucho que me amas la luz de la luna?

«Chapoutier» reza en letras negras bastante elaboradas. Es vino tinto. Ethan se encoje de hombros y la alza, junto con otras dos. Frederick lleva la misma cantidad a cuestas y aun así falta casi la mitad de la carga. El fin de semana promete un irreparable daño en el hígado. No importa lo caro que sea el alcohol, nunca se es demasiado rico para emborracharse con dignidad.

—Regs está teniendo una etapa de romántica irremediable y quiere hacerle una cena sorpresa a su novia en la terraza —responde Ethan.

Mientras emprende su rumbo hacia la casa, piensa que es la primera vez que ve a su hermana tan comprometida en una relación. Eso está bien, Regina merece todo lo bueno del mundo y Brooke no resultó ser una acosadora con intenciones de abusar de él mientras dormía. Eso sí, lo está haciendo trabajar demasiado. Subió tres pisos para poder guardar las botellas de vino en la terraza, por no hablar de los adornos y las flores que no solo tuvo que escoger sino también acomodar al llegar al sitio.

Una «cena romántica sorpresa» tiene que ser sorpresa, Regina se lo recalcó varias veces mientras lo convencía de ayudarla. Al final no le quedó de otra, todo fuese para que su hermana tuviera una noche de sexo desenfrenado en la playa, que el amor siempre gane.

«A veces me sorprendo a mí mismo. Es una lástima que sólo beatifiquen a los muertos » piensa Ethan.

Deposita las últimas cajas, que son de cerveza, en la despensa de la cocina y se queda unos minutos admirando su obra antes de darse media vuelta. Luego, busca en el refrigerador una botella fría de agua mineral y sale al patio trasero con Frederick pisándole los talones. Necesita un descanso y sabe que su amigo también. Visualiza unas tumbonas frente a la piscina que le parecen perfectas para lo que tiene en mente.

Las aventuras de Ethan (y Scarlett)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora