Parte 1 La Carta

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Habíamos quedado en el café muy temprano cuando los coches apurados se rendían a la impaciencia del ritmo frenético de la ciudad y a las exigencias de la hora punta. Salí del metro de Plaza de Castilla despojándome de los olores que se impregnaban entre los túneles de esta otra ciudad interior, hacía frío y las nubes altas se agrupaban en masas de algodón que techaban la mañana. La prisa de la gente contrastaba con mi tranquilidad.

Encendí la pipa respirando previamente del fuerte olor a invierno que desprendía la plaza, la pequeña nevada de los días anteriores se despegaba del asfalto en forma de manchas, agua y barro; pero no caería más - al menos en el día de hoy - la blanca nieve pues el día se presentaba como agotado de precipitaciones pasadas y pedía pasar taciturno y tranquilo en el anonimato de un frío día de invierno, seco, abigarrado y cubierto.

Mis pasos cadenciosos resultaban molestos a los demás pues iban desacompasados con respecto a la tiranía de los suyos, los cuales circulaban rodeándome como obstáculo matinal que se movía de forma inquietantemente tranquila. Al pasar, me miraban como preguntándose "¿qué hace este hombre?, ¿no ve que las prisas son una dictadura a la que hay que someterse? ¿Acaso alguien puede vivir tan de espaldas a la realidad?"

Sus gestos y aspavientos parecían ser las órdenes que esa tirana daba a sus súbditos, pues viéndoles resultaba imposible no acomodar el ritmo. Hasta que, al segundo paso, me detendría a preguntarme... "¿Por qué corro?, ¿tengo prisa, acaso?" Y así, regresaba a mi honda calada, al resuello cansado de mi pecho embriagado de contaminación y podredumbre y al ritmo tranquilo y arrítmico de mi caminar. "La ciudad es la selva del hombre actual"... y a mis filosofías "lowcost" de quien observa sin entrometerse demasiado en el desastre general.

Al cruzar la calle, pude ver desde lejos la figura eminente de Kevin, su delgadez extrema y su caminar tranquilo como el mío. Un artista, al fin y al cabo, no hace de las prisas más que otro motivo para describir la realidad, pero no puede hacerla suya pues dejaría de ser artista. Su cabeza apuntaba a la vejez en la clásica corona de fraile que empezaba a despoblar su cabeza. Un fraile poco religioso - o mucho, según se mire - pues en sus cuadros dibujaba almas más que personas.

Su arte ecléctico no se podía calificar de actual ni de tradicional, su tenso cromatismo era el fiel reflejo de sus conflictos interiores y de su paradójica paz exterior. Ese cromatismo hizo de sus obras la mejor inversión para los adinerados y el sutil reclamo para aquellos que disfrutábamos del arte. Muchos, considerábamos que el conjunto de su obra había devuelto la esperanza a la pintura agotada de efectismo y vaciedad, pues la había actualizado devolviendo la mirada de los clásicos y reponiendo esa visión de eternidad que impregnaba a sus cuadros.

Como con las pinturas de Murillo o de Velázquez, sabíamos que sus cuadros perdurarían; como Picasso, sabíamos que iba a ser un exponente de su tiempo, un mundo actual que aspira a escapar de sí mismo para elevarse nuevamente en busca de una nueva verdad; si es que la verdad acepta novedades.

Él decía que, en sus cuadros, no buscaba exactamente a Dios sino al hombre solo. Que el concepto de dios en ocasiones resultaba un foco demasiado luminoso que alteraba en esencia al objeto de su arte. Que, al final, Dios resultaba como un fetiche que empleábamos para encontrar lo mejor de nosotros mismos, y él quería desprenderse de esa especie de "cajón de sastre" en el que almacenábamos todo lo que no comprendíamos para darle algún sentido; así, encontrar al hombre en su estado más puro para representar lo bueno y bello que habita en su interior dentro de un estado natural sin interferencia ajena alguna; ya fuera cierta la interferencia, ya fuera inventada.

Recuerdo que, en uno de mis primeros artículos cuando todavía no lo había conocido en persona, llegué a describirlo como el San Juan de la Cruz de la pintura; pues sus hermosas aspiraciones se recreaban de almas ansiosas de una caza alta, de la búsqueda interior de algo bello y perfecto. Una aspiración que excedía de la persona y volaba por encima de nuestras propias cabezas para encontrar lo mejor de nosotros mismos. Un arte puro, inmaculado... pero actual y moderno a pesar de todo.

La Mirada del PintorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora