✧PRÓLOGO. Contrato entre reyes✧

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Mira con desdén hacia la enorme y resplandeciente construcción que se alza por encima de la niebla en su base. Para ser un sitio que debe sentirse como algo neutral y seguro para ángeles y demonio, lo único que produce en Bill es la sensación de que quien lo construyó quería humillarlos a ambos.

Durante los tiempos de guerra, la torre había servido como el punto muerto, un sitio sagrado que no podría ser profanado por la muerte y cuyas puertas servirían como escudo para todo aquel que pidiera asilo. Hoy en día, no es más que una construcción vacía en medio del Limbo; tal vez por eso es el sitio perfecto para esta reunión.

Sin esperar una invitación, el rey de los demonios se abre camino hacia el interior de la torre de medianoche, ignorando las miradas molestas por su falta de respeto de quienes cuidan el lugar.

Nunca entendió la necesidad de colocar la escalera de caracol más complicada que pudieron crear, ¿realmente era necesario obligar a alguien a subir tantos escalones en favor de la estética? Además, parece que el arquitecto olvido que tanto ángeles como demonios poseen alas, las escaleras solo dificultan aún más el vuelo.

Suspirando, extiende sus largas alas negras y emprende la subida hacia la Sala Celestial, el punto más alto en la torre. Las puertas doradas están abiertas y, de su interior, se escuchan murmullos que apenas le importan al demonio; entrando con la elegancia de un burro, Bill tropieza un poco al aterrizar por no medir correctamente el tamaño de sus alas.

—Vaya, —dice la voz gruesa y burlona del rey del cielo —vean quién se ha dignado a venir.

Intentando ocultar la pena que le invade, Bill acomoda su saco y les dedica la mayor sonrisa fingida que es capaz de ofrecer. Los seres místicos encargados de los reinos ya se encuentran reunidos y sentados a la mesa central, el demonio avanza tranquilamente, molestando al rey Asriel por la calma con la que toma asiento y se acomoda.

—Disculpen la demora, —dice tranquilo Bill —ya saben cómo es el tráfico a estás horas, más muerto que nada pero no tengo mejores excusas.

Bill sonríe al escuchar el gruñido del ángel, siendo esta la primera vez que se reúnen los reinos desde que la guerra entro en pausa, molestar al gobernante del bando contrario es la peor estrategia que Asriel podría tomar.

—Lo importante es que estás aquí. —asegura una mujer de cabello blanco —Ahora, la razón por la que estamos en este lugar es de suma importancia...—hace una pausa para mirarlos a todos —para todos los reinos.

—¿Estás segura de que es así, Edalyn? —pregunta Asriel con preocupación —¿Es siquiera posible?

La mujer asiente, mirando con angustia el enorme árbol dorado frente a la mesa. Bill sigue su mirada, impresionado por el resplandor que irradia la planta, colocado junto a la siempre cerrada puerta hacia el balcón, rodeado por pequeñas partículas brillantes y doradas que, al verlas desde lejos, recuerdan a las estrellas: el árbol del Rukh, el origen de toda vida en el Universo. Sonríe, maravillado, al contemplarlo por primera vez.

—Me temo que sí. —responde con cansancio Eda —Nunca antes alguien había podido dañar tanto al árbol, y me temo que esto solo este empezando.

Con una seña de Edalyn, un chico de cabello castaño, vestido con una capa azul antigua, entra en la habitación, sosteniendo lo que parece ser una cúpula de cristal con algo negro en medio.

—Encontramos esto en la mañana. —dice el chico dejando la cúpula en medio de la mesa —Solo podemos suponer que alguien ha estado robando almas, sino...—hace una pausa y suspira —no parece existir una razón para que el Rukh este muriendo.

Bill observa con asombro las pequeñas estrellas oscurecidas, completamente inmóviles, que irradian una sensación tan fría y lúgubre, que el demonio aparta la mirada incapaz de continuar viéndolo.

My Star In This Hell [En Edición]Where stories live. Discover now