Alana supo lo que aquello significaba. Para derrotar al monstruo necesitarían estar a gran altura en el cielo, y sólo Valor Alado podía llevarlos muy por encima del mar de nubes.
Cristal, por su parte, palideció al instante al comprobar que el primer elegido tenía razón, y que no podían estar en los dos sitios a la vez. Irremediablemente aquello traería consigo desagradables consecuencias:
- Pero, entonces- dijo Cristal, pálida y asustada- ¿Eso significa que...morirá gente?
El semblante oscuro de Mirto lo delataba, y el resto del grupo supo lo que respondería antes incluso de que dijera nada:
- Siento tener que decir esto, pero...dudo mucho que ese día no se pierdan vidas. Se trata de una guerra, y como tal, todos los que participen en ella lucharán con todas sus fuerzas- explicó el anciano, a lo que luego añadió- Todo lo que podéis hacer es llegar a tiempo, detener a Ludmort cuanto antes, y evitar el mayor número posible de muertes.
Ray intervino en ese momento para resumir en pocas palabras todo lo que había dicho el primer elegido:
- Cuando el mundo entero vea la destrucción de Ludmort, la gente alzará la vista al cielo y la guerra terminará, ¿verdad?
Mirto asintió con la cabeza, y Erika y los demás supieron entonces lo que debían hacer para detener la guerra entre Oblivia y Metroya: acabar cuanto antes con Ludmort. Siguieron caminando detrás del anciano en silencio, mientras recorrían los pasillos de piedra derruidos del Templo Sagrado.
No tardaron en llegar de nuevo a la habitación de Mirto, varios minutos después. Cuando el primer elegido cerró la puerta al entrar Jack le preguntó, intrigado:
- Maestro Mirto. ¿Qué es eso tan importante que querías entregarnos?
- Paciencia, Jack- respondió el anciano- Enseguida lo veréis.
Mirto se acercó a la estantería, abrió uno de los cajones de la parte inferior del mueble y extrajo una pequeña maleta negra, curiosamente cerrada con candado. El primer elegido se acercó con ella en las manos y la depositó encima de la mesa, a la vista de todos.
Mirto hizo aparecer mágicamente su llave espada en las manos y apuntó con ella al candado, tras el que surgió un rayo de luz del arma directo a él. Se oyó una especie de click, como si se abriera una cerradura, e inmediatamente el candado se abrió sólo.
El anciano volvió a retirar su arma de las manos por arte de magia y separó el candado del objeto. Cuando abrió la maleta delante de todos, Eduardo y los demás se sorprendieron y quedaron boquiabiertos al ver lo que guardaba en su interior.
Envueltas en lana y protegidas por algodón a su alrededor, habían dos pequeños elementos esféricos, similares a los objetos de invocación. Sin embargo, a diferencia de éstos que tenían colores definidos, estas nuevas esferas eran completamente transparentes y cristalinas. Lo más distintivo de ellas y que las hacía especiales eran las millones y diminutas estrellas que se movían lentamente y parpadeaban en su interior, de forma continua y sin parar:
- ¿Qué es...eso?- preguntó Eduardo, asombrado.
Mirto respondió, con total tranquilidad y serenidad:
- Son esferas de los deseos.
El grupo entero se sorprendió al oír aquello y Rex exclamó de asombro, con la boca abierta:
- ¿Esferas...de los deseos?
El primer elegido asintió con la cabeza, seriamente:
- A diferencia de las esferas normales de invocación, que se usan para llamar a los G.F. durante el combate, éstas sirven para cumplir deseos- explicó Mirto.
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Final Fantasy: Memories of a Promise
FanfictionTodas las promesas empiezan. Todas las promesas acaban. Solo una vive para siempre en el recuerdo. En un lejano lugar más allá de la imaginación, existe un mundo llamado Limaria: un planeta poblado por personas y criaturas mágicas. Un hermoso cosmos...
Capítulo 46: El principio del fin
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