Capítulo 46: El principio del fin

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Alana supo lo que aquello significaba. Para derrotar al monstruo necesitarían estar a gran altura en el cielo, y sólo Valor Alado podía llevarlos muy por encima del mar de nubes.

Cristal, por su parte, palideció al instante al comprobar que el primer elegido tenía razón, y que no podían estar en los dos sitios a la vez. Irremediablemente aquello traería consigo desagradables consecuencias:

- Pero, entonces- dijo Cristal, pálida y asustada- ¿Eso significa que...morirá gente?

El semblante oscuro de Mirto lo delataba, y el resto del grupo supo lo que respondería antes incluso de que dijera nada:

- Siento tener que decir esto, pero...dudo mucho que ese día no se pierdan vidas. Se trata de una guerra, y como tal, todos los que participen en ella lucharán con todas sus fuerzas- explicó el anciano, a lo que luego añadió- Todo lo que podéis hacer es llegar a tiempo, detener a Ludmort cuanto antes, y evitar el mayor número posible de muertes.

Ray intervino en ese momento para resumir en pocas palabras todo lo que había dicho el primer elegido:

- Cuando el mundo entero vea la destrucción de Ludmort, la gente alzará la vista al cielo y la guerra terminará, ¿verdad?

Mirto asintió con la cabeza, y Erika y los demás supieron entonces lo que debían hacer para detener la guerra entre Oblivia y Metroya: acabar cuanto antes con Ludmort. Siguieron caminando detrás del anciano en silencio, mientras recorrían los pasillos de piedra derruidos del Templo Sagrado.


No tardaron en llegar de nuevo a la habitación de Mirto, varios minutos después. Cuando el primer elegido cerró la puerta al entrar Jack le preguntó, intrigado:

- Maestro Mirto. ¿Qué es eso tan importante que querías entregarnos?

- Paciencia, Jack- respondió el anciano- Enseguida lo veréis.

Mirto se acercó a la estantería, abrió uno de los cajones de la parte inferior del mueble y extrajo una pequeña maleta negra, curiosamente cerrada con candado. El primer elegido se acercó con ella en las manos y la depositó encima de la mesa, a la vista de todos.

Mirto hizo aparecer mágicamente su llave espada en las manos y apuntó con ella al candado, tras el que surgió un rayo de luz del arma directo a él. Se oyó una especie de click, como si se abriera una cerradura, e inmediatamente el candado se abrió sólo.

El anciano volvió a retirar su arma de las manos por arte de magia y separó el candado del objeto. Cuando abrió la maleta delante de todos, Eduardo y los demás se sorprendieron y quedaron boquiabiertos al ver lo que guardaba en su interior.

Envueltas en lana y protegidas por algodón a su alrededor, habían dos pequeños elementos esféricos, similares a los objetos de invocación. Sin embargo, a diferencia de éstos que tenían colores definidos, estas nuevas esferas eran completamente transparentes y cristalinas. Lo más distintivo de ellas y que las hacía especiales eran las millones y diminutas estrellas que se movían lentamente y parpadeaban en su interior, de forma continua y sin parar:

- ¿Qué es...eso?- preguntó Eduardo, asombrado.

Mirto respondió, con total tranquilidad y serenidad:

- Son esferas de los deseos.


El grupo entero se sorprendió al oír aquello y Rex exclamó de asombro, con la boca abierta:

- ¿Esferas...de los deseos?

El primer elegido asintió con la cabeza, seriamente:

- A diferencia de las esferas normales de invocación, que se usan para llamar a los G.F. durante el combate, éstas sirven para cumplir deseos- explicó Mirto.

Final Fantasy: Memories of a PromiseWhere stories live. Discover now