Capítulo 2

Depuis le début
                                    

En cuanto escuchó el apellido el cuerpo del soldado se tensó, a veces le gustaban ese tipo de reacciones, sonrió discretamente y observó al militar a través de las gafas de sol: alto y delgado, cabello rubio casi a rape, tez blanca, labios delgados y lindos ojos color miel.

Nada mal  pensó.

—Señorita Asher, por supuesto. Por favor pase a...

—Registrarme— terminó ella  —gracias soldado.

El joven militar hizo una señal en el aire con la mano y las puertas eléctricas se abrieron dejando pasar el auto a baja velocidad. Estacionó en el Centro De Control De Visitantes adyacente a la entrada, ahí otro soldado le entregó una tarjeta de acceso hecha con anticipación, ya sabían que venía. Al auto le pegaron una estampa en el cristal delantero con la palabra"visitante". Terminando el trámite siguió su camino.

Las sensaciones la embargaron mientras recorría la calle hasta su casa. ¿Era normal considerar una base militar su hogar? Si.  Aquí nació y creció, entre soldados con uniforme y vehículos militares, Fort Lee fue su campo de juegos durante quince años.

Recorrió el camino pasando por los edificios principales, entró en el área habitacional avanzando hasta una intersección, dobló a la derecha calle arriba y siguió unos cincuenta metros más hasta que vislumbró su casa.

Apretó el volante con ambas manos nerviosa y desaceleró lentamente estacionando frente a la residencia de ladrillos de dos  niveles, en el jardín frontal un asta y en la punta la bandera de barras y estrellas permanecía inerte a falta de brisa. Apagó el motor, se miró en el espejo retrovisor y se dio ánimos —Bueno, aquí estoy. Tranquila Jade que todo va a salir de acuerdo al plan.

Salió del auto y fue hasta la casa con la maleta a rastras, llegó al porche, presionó el timbre dos veces y esperó. Minutos después un rostro conocido abrió la puerta de pino de dos  hojas, al verla la invadió la alegría.

—¡Hola Greta!— saludó entusiasmada a la señora de cabellos grises de más de sesenta años. El ama de llaves se le quedó mirando seria, Jade se quitó las gafas de sol  y las colocó sobre su cabeza —Soy Jade ¿no me recuerdas?

—¡Como si pudiera!— le dio una gran sonrisa y la abrazó —¡bienvenida Jade! ¡Mírate! que cambiada estás.

—Gracias...creo.

La hizo pasar, Jade dejó el equipaje al pie de la escalera, nostálgica recorrió con la mirada su casa: duela oscura reluciendo a la luz del sol que entraba por las ventanas, la sala de estar seguía en el mismo sitio que la ultima vez, muebles de piel cafés, una mesa de centro de cristal sin una pizca de polvo, el comedor de madera de cedro para seis personas, al fondo la cocina. Del lado izquierdo un pasillo que daba al estudio privado de su padre.

Colgada en la pared de la sala estaba la foto de su madre, una mujer en sus cuarentas sentada en medio del campo con un vestido floreado y  sombrero rosa de ala ancha, lo que más amaba de la fotografía era la sonrisa que le daba a la cámara, de pequeña cada vez que la miraba pensaba que en realidad le sonreía a ella, se acercó y la observó con cariño preguntándose como serían sus vidas si ella no hubiera muerto.

—¿Dónde está papá?

—En el trabajo, de ser por él viviría en el cuartel, así no perdería el tiempo en venir a comer o  descansar en su cama— dijo Greta caminando a la cocina, Jade la siguió —estoy preparando la cena. Por cierto has perdido peso, antes eras mas rellenita, ahora te vez muy linda.

—¿Qué quieres decir con que ahora eh Greta? ¿Qué antes no te parecía linda?— apoyó ambas manos en la cadera —¡No me contestes! Ya se que cuando era mas chica no me importaba tanto como me veía, pero en el internado había una buena nutriologa, con su ayuda cambié la alimentación y mi estilo de vida, aprendí a comer saludable y empecé a hacer ejercicio ademas de que crecí. Esa combinación se llevó la grasita que tenía de más, bueno casi toda, la cara la sigo teniendo redonda y mi trasero es grande pero no me quejo.

La hija del GeneralOù les histoires vivent. Découvrez maintenant