Primera Parte

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Una pequeña niña de unos 12 años estaba parada en frente de su madrastra quien musitaba con desprecio que, un futuro pretendiente de su hija mayor, Drizella, iba a visitar la casa hoy; y que ella no podía estar presente ya que daría una mala impresión de la familia.

La pequeña, humillada se limitó a asentir e ir con la cabeza baja a su alcoba, una vez dentro cerró silenciosamente la puerta con cuidado de no hacer algún ruido que pueda molestar a alguien, se sentó en su vieja y desgastada cama mirándose en el antiguo espejo, remarcando cada una de sus imperfecciones, que su querida familia insistía en echarle en cara.

Aquel espejo tenía en el borde de la madera izquierdo unas inscripciones ilegibles que siempre habían despertado la curiosidad de la joven, al preguntar por ellas a su madrastra ella le quito importancia y dijo que su madre las había escrito. Ella decía que su madre deliraba y dios la castigó por los rituales satánicos que practicaba, y que era un alivio que haya muerto. Siempre se había referido así a ella y la pequeña se negaba a creerlo. Lo que paso con su madre era un misterio, Cenicienta solo recordaba a su madrastra con una fingida tristeza anunciarle la tragedia, no dijo como ni porque y nunca le brindo respuestas a la niña.

Su madre biológica le cantaba siempre la misma melodía, esa que se había quedado grabada en su mente ya que fue lo último que escucho de ella, no sabía lo que decía, de lo que estaba seguro era que no estaba en su idioma. Aquel misterioso espejo fue un regalo suyo luego de un largo viaje, lo único que aun conservaba de ella. Eso y su ocarina con la cual interpretaba dicha melodía, regalo de su cumpleaños de cinco. Había logrado esconderla de su madrastra para poder conservarla, ella decía que aferrarse a esas cosas haría más difícil superar su muerte. La verdad es que a ella le molestaba tener que ocupar espacio en cosas sin importancia y el gusto que le daba ir en contra de la pequeña rubia.

Ella no podía entender la crueldad con la que había sido escrito su destino, como podía tener una familia tan desamorada, como afrontar la perdida de sus padres biológicos y sin previo aviso, las lágrimas descendieron como una catarata por sus pálidas mejillas. Al alzar la vista hacia el espejo se llevó el susto de su vida al no encontrase con su propio reflejo, sí no con una niña de aspecto dulce mirándola con ternura, como si ya se conociesen.

La rubia se acerco lenta y sigilosamente al espejo, al intentar tocarlo con su dedo se hicieron visibles vibraciones, como si de agua se tratase. La pelinegra traía puesta un vestido rosa pálido y una cinta del mismo color en su cabello, sus ojos negros, aún más oscuros que su cabello, le daban un toque de misterio a su figura angelical, como si su exterior solo fuera un engaño, una fachada para hacer caer a su presa. En su muñeca derecha reposaba un brazalete. Cada uno de los dijes era de un color diferente y llamativo.

-¿Por qué tan triste pequeña? No creo que nadie merezca tus lágrimas...- Dijo esta, parecía unos años mayor que la rubia e inspiraba confianza, esta no contestó, todavía en shock.

-Mi nombre es Calipso, solo quiero ayudarte, linda...- Dijo la pelinegra con tanta seguridad que era como si cada palabra ya estuviese escrita y memorizada, de una forma tan delicada que pudo trasmitir aquella seguridad a la rubia.

-¿Ayudarme como?... ¿Por qué?- Pregunta tímida la niña.

- Cuando te sientas sola siempre estaré contigo, no volverás a sufrir si estas de mi lado...Te lo prometo- Esas palabras alegraron el corazón de la niña, aunque todavía no terminaba de confiar en la morocha, se propuso darle una oportunidad.

-¿De acuerdo, pero, por qué?- Pregunta esta, aún desconfiada.

-Porque yo era como tu y nunca nadie me ayudo jamás, se lo difícil que es...- Esas palabras lograron calmar la curiosidad de la menor.

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⏰ Última actualización: Dec 21, 2015 ⏰

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