0 1. - cuando todo empezó

19 2 0
                                    

CAPÍTULO 1.

CUANDO TODO EMPEZÓ

El timbre de la casa de Ana sonó, indicándole que su invitada había llegado. Se levantó con algo de esfuerzo, pues la enorme barriga de embarazada cada vez dificultaba más sus movimientos.

Abrió la puerta, y detrás se encontró con una sonriente Mia.

—¡Cuánto tiempo! —exclamó Ana, yendo a abrazar a su amiga.

—¡Y que lo digas! —concedió la otra—. ¿Habrán sido unos dos años?

Ambas mujeres habían ido a la universidad juntas, lo que las terminó por convertir en inseparables. Unos años después, Mia se había casado con un portugués en uno de sus exóticos viajes y le había seguido hasta su tierra natal por amor. Por otro lado, Ana se había quedado, apenas haciendo un máster en Alemania y volviendo de nuevo a casa, donde conoció a Antonio... el resto era historia.

Era por eso, que habían estado tanto tiempo sin verse. Mia había llegado hacía apenas seis meses, y en cuanto le contó a Ana que tanto ella como su marido habían vuelto para quedarse, pronto fijaron una fecha para ponerse al día.

Cuando se separaron del abrazo, charlando se dirigieron a la terraza, donde Ana había preparado algo de té y pastas.

—¿Qué tal la vuelta? —preguntó Ana—. Llevas tantos años fuera que me pregunto si todavía recuerdas cómo es hablar tu idioma natal.

Era como si los años no hubiesen pasado, y todavía se encontrasen en la universidad, sacando defectos al último novio de Ana —hasta que Antonio llegó, no había tenido demasiado buen gusto— y haciendo los deberes en el último minuto.

—¡Claro que me acuerdo! —se defendió Mia—. ¿Qué tal tú todo por aquí? Además de lo evidente, claro...

Ana miró con amor a su redondeado estómago.

—Solo me quedan dos meses para ser mamá. No puedo esperar, y sé que Antonio tampoco. Está casi más emocionado que yo —rió—. ¿Qué es de ti? ¿Algún niño o niña a la vista?

—Tuve mellizos, Siena y Jaime —respondió Mia, pensando en cómo aquellos dos diablillos habían intentado retenerla en casa con pucheros y lloros para que no fuese a encontrarse con su amiga—. Y aunque les quiero con toda mi alma, he de decirte que a veces es agotador tener dos al mismo tiempo. Cuando le hago caso a uno, la otra protesta, y cuando la atiendo, se me queja él. Y vuelta a empezar.

—La semana pasada fui al ginecólogo, y te informo que vas a ser tía de una preciosa niña, Delilah.

—¡No puedo esperar! ¿Crees que saldrá pelirroja como su padre?

Ana se encogió de hombros mientras se acariciaba su marcado estómago con actitud protectora.

—Ni idea, la verdad. —Acto seguido, cambió de tema—. ¿Crees que os quedaréis aquí por un tiempo?

—Ese es el plan. Quiero volver a asentarme aquí, y que mis niños conozcan donde nací.

Decidieron dejar el tema, y entre risas y sorbos, acordaron que una vez que la niña de Ana fuese lo suficientemente mayor, intentarían que sus hijos fuesen amigos.

Y así fue cómo Delilah, Jaime y Siena se conocieron.

—¡Mamá! —lloraba una chiquilla de siete años mientras tiraba de la camiseta de Mia—

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

—¡Mamá! —lloraba una chiquilla de siete años mientras tiraba de la camiseta de Mia—. ¡Lo han hecho otra vez!

Mia suspiró. Siempre que los juntaban pasaba lo mismo.

— ¡Deliah, Jaime, venid aquí!

Ellos dos se acercaron, curiosos por saber con qué motivo les había llamado la madre de los mellizos.

— ¿Qué pasa tía Mia? —preguntó la pelirroja, de seis años.

—Chicos —dijo Ana—, ¿qué os hemos dicho la tía Mia y yo sobre dejar a Siena sola cuando jugáis? Eso no está nada bien. Hay que incluir a todo el mundo.

—Que tenemos que dejarla jugar con nosotros... —dijeron los niños al mismo tiempo.

—... porque es una tonta que no sabe estar sola —completó Jaime, con el ceño fruncido. Con lo que costaba despistar a Siena para que fuese la que pillase y ellos dos se escondiesen...

Detestaba que su hermana fuese a chivarse a su madre, porque siempre acababa por quedarse sin postre. ¡Y encima aque día iban a comer en casa de la tía Ana! Se quedaría sin sus deliciosas galletas con pepitas de chocolate...

— ¡Jaime Salma! —regañó Mia—. ¿Acaso no te he dicho incontables veces que no debes insultar a tu hermana?

El chiquillo hizo un puchero y sacudió la cabeza, haciendo que el flequillo demasiado largo que llevaba le cayese sobre los ojos.

—Sí —dijo, no sonando arrepentido en lo absoluto.

No terminaba de entender que Delilah era amiga tanto de su hermana como suya, y no tenía demasiadas ganas de hacerse a la idea.

— ¿Qué significa imcont... imcontabels? —preguntó Delilah, ajena a las furibundas miradas que Siena y Jaime se estaban lanzando,

—Es "incontables", Deli —respondió su madre—, y significa que no se puede contar.

— ¿Entonces eso significa que Jaime le ha dicho "tonta" a Siena muchísimas veces? —dijo la pelirroja, abriendo mucho los ojos.

Siena asintió con las mejillas llenas de lágrimas mientras se limpiaba los mocos con un pañuelo que había encontrado en el bolsillo de su pantalón.

— ¡Eso está mal, Jaime! —regañó Delilah dirigiéndose a su amigo—. ¿Por qué haces eso?

—Es que si no... —La última parte de la frase no llegó a oírse de lo bajito que la susurró.

— ¿Qué? —demandó la niña. Siena era su amiga también y no quería que nadie la tratase mal, a pesar de que era un año mayor que ella, igual que el chico.

Jaime hinchó los carrillos y se puso realmente rojo.

— ¡Porque si no, no puedo estar a solas contigo! ¡Y ella siempre se mete en medio! ¡Cuando viene solo estás con ella!

En cuanto lo hubo gritado, salió corriendo, dejando a las dos niñas confundidas y a Mia y Ana con una cariñosa sonrisa en el rostro.

—Los novios de Delilah lo van a tener crudo en un futuro... —comentó Ana, tomando una pasta—. Me parece que van tener que pasar todos por encima de Jaime.

Mia simplemente se encogió de hombros, con una misteriosa sonrisa escondida detrás de su taza de té.    

Hey there, Delilah | ✓Where stories live. Discover now