🐉|N.S|🐉~~~~~~42: Déjame adorarte~~~~~~

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La mano libre de Itachi se enredó en la cascada blanca que era su cabello, no con urgencia brusca, sino con una posesión tierna y determinada. Sus dedos se hundieron en las hebras sedosas, acariciando su cuero cabelludo, inclinando su rostro hacia el suyo para profundizar el beso, en un gesto que era a la vez protector y profundamente posesivo.

Era un abrazo que desafiaba la gravedad, una metáfora viva de cómo él la sostenía, cómo la elevaba por encima de sus tormentas.

Con un suavidad que contrastaba cona fuerza de sus brazos, Itachi la llevo hasta la cama, la desnudo y la recostó sobre ella. Las sábanas frescas se pegaron en su espalda desnuda, y Masumi sintió el aire frío acariciar su cuerpo. Itachi no apartó la vista. Sus dedos, callosos pero gentiles, comenzaron a trazar surcos sobre el abdomen pálido, como si estuviera leyendo una historia escrita en su piel. Cada caricia eran palabras mudas: estoy aquí. Esto también es parte de ti. Y yo lo amo todo de ti.

Masumi cerró los ojos. No por vergüenza, sino porque el pero de su mirada era demasiado, demasiado intenso, demasiado real. Cuando los labios de Itachi se posaron sobre su clavícula, sintió el calor húmedo de su boca, la presión firme pero cuidadosa de sus dientes al mordisquear la piel piel delicada justo sobre el hueso. Un gemido bajo escapó de sus labios, y sus manos se aferraron como más fuerza sobre los hombros anchos de Itachi, sus uñas hundiéndose levemente en la tela ajustada de su camiseta. Podía oler el jabón en su cuello, mezclado con ese aroma masculino que era solo suyo.

No hubo prisa. Itachi se tomó su tiempo, como si cada centímetro de ella fuera sagrado. Sus labios descendieron, trazando un camino de besos húmedos entre sus pechos, deteniéndose para lamer los pezones duros, rosados, que se endurecía aún más bajo su lengua. Masumi arqueo la espalda, un sonido ahogado saliendo de su garganta cuando él los tomo entre sus dientes, tirando justo lo suficiente para que el dolor se mezclara con placer, para que cada chupón dejara su marca. Sus manos no permanecieron quietas. Una se deslizó hacia abajo, colándose entre sus piernas hasta encontrar el calor húmedo. Dos dedos de deslizaron a lo largo de sus labios hinchados, recolectando la humedad que ya había comenzado a acumularse, antes de hundirse en ella con lentitud tortuosa.

—Itachi —jadeó Masumi, sus caderas levantándose instintivamente para recibirlo, sus muslos temblando.

Él no respondió con palabras. En cambio, su boca abandonó sus pechos para descender aún más, sus labios rozando el vientre plano, beso cada rincón, cada espacio. Lamió la piel sencible alrededor del ombligo, su mano libre manteniendo sus caderas en su lugar. Cuando su lengua finalmente encontró su clítoris, hinchado y palpitante, Masumi gimió, sus dedos enredándose en su cabello negro, desordenado, tirando con cuidado mientras él trabajaba en ella con una devoción que rayaba en lo religioso.

—No te muevas —murmuró contra su piel, su voz vibrando contra su centro, y el comando, combinado con el movimiento circular de su lengua, la hizo gemir más fuerte.

Sus dedos no dejaron de moverse dentro de ella, curvándose para rozar ese punto interno que la hacía ver estrellas, mientras su boca succionaba, lamiendo y chupando como si estuviera sediento y ella fuera el único manantial en el desierto.

Masumi podía sentir como se acercaba, cómo el calor se enroscaba en su vientre, cómo cada músculo se tensaba en anticipación. Pero Itachi no la dejaría ir. No aún. Retiro sus dedos, dejando un vacío que la hizo quejarse y se levantó sobre ella, sus ojos negros brillando con una oscuridad que prometía algo más que ternura.

Se quitó la camiseta en un movimiento fluido, revelando el torso esculpido, los músculos definidos que se movían bajo la piel clara cada vez que respiraba. Masumi bajo sus manos, recorriendo los abdominales marcados, sintiendo el calor que emanaba de su cuerpo como si fuera un horno. Cuando sus dedos rozaron el bulto duro en sus pantalones, Itachi contuvo el aliento, sus caderas empujando instintivamente hacia su tacto. Pero no la dejo tomar el control. Con un movimiento rápido, se deshizo del resto de su ropa, liberando su polla, gruesa y palpitante, la cabeza brillante con la humedad de su excitación.

Se colocó entre sus piernas, su cuerpo grande cubriendo el de ella. Antes de entrar se detuvo. Sus ojos buscaron los de Masumi y en ese momento ella supo que no era solo sexo. Era más. Era todo. Con una lentitud que la volvió loca, Itachi se hundió en ella, centímetro a centímetro, estirandola, llenándola hasta que Masumi sintió que no podía respirar, que no había espacio en su cuerpo para nada que no fuera él. Un gemido largo y tembloroso escapó de sus labios, y sus uñas se clavaron en su espalda, dejando marcar rojas que Itachi ni siquiera parecía notar.

—Masumi —gruñó, su voz áspera, rota mientras comenzaba a moverse.

Cada embestida era profunda, medida, como si estuviera memorizando la forma en que su cuerpo lo recibía, la manera en que sus paredes se ajustaban a él, lo apretaban, lo invitaban a ir más hondo. Los sonidos húmedos de sus cuerpos uniéndose llenaban la habitación, mezclándose con sus jadeos entrecortados, con los crujidos de la cama bajo su peso combinado. Itachi inclinó su cabeza, capturando sus labios en un beso hambriento, desesperado, mientras sus caderas mantenían un ritmo implacable.

—Más — suplicó Masumi contra su boca, sus caderas levantándose para encontrarlo, sus pechos aplastándose contra su torso sudoroso con cada movimiento.

Itachi no necesitaba que se lo pidieran dos veces. El control que había mantenido hasta ahora se rompió. Sus embestidas se volvieron más fuertes, más rápidas, el sonido de piel golpeando piel resonando en el aire. Una de sus manos se enlazó con la de ella, llevándola por encima de su cabeza, mientras la otra se cerraba alrededor de su garganta, no para ahogarla, sino para sentir el latido acelerado de su pulso bajo sus dedos.

—Eres mía — gruñó, y el posesivo en su voz la hizo estremecer, su orgasmo acercándose como una tormenta. —Solo mía, Masumi... Mi amor... Mi reina.

Ella no pudo responder. Las palabras se ahogaron en un grito cuando el placer la golpeó, una ola abrasadora que la arrasó desde el centro hacia afuera, haciendo que cada músculo se tensara, que sus paredes se contrajeran alrededor de él con espasmos incontrolables. Itachi no se detuvo. Sus movimientos se volvieron erráticos, sus caderas golpeando contra las de ella con un ritmo desesperado, hasta que, con un gemido gutural, se enterró en ella hasta el fondo y se quedó quieto, su cuerpo temblando mientras se vaciaba dentro de ella en pulsos calientes que la llenaban hasta rebosar.

Cuando finalmente colapsó sobre ella, su peso era reconfortante, un recordatorio de que estaba anclada, de que no se ahogaría en la marea de emociones que la inundaban. Masumi envolvió sus piernas alrededor de su cintura, sus brazos alrededor de su cuello, aferrándose a él como si fuera lo único que la mantenía en pie. Podía sentir su corazón latiendo contra el suyo, sus respiraciones entrecortadas sincronizándose poco a poco. No hubo palabras. No las necesitaban. En el silencio que siguió, solo estaba el calor de sus cuerpos entrelazados, el sudor enfriándose sobre sus pieles, y la certeza absoluta de que, a pesar de todo, del dolor, de las cicatrices, de los fantasmas que aún los perseguían, esto era real. Esto era suyo. Y nada ni nadie podría arrebatárselo.

 Y nada ni nadie podría arrebatárselo

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Princesa Suiton ||Itachi Uchiha||Where stories live. Discover now