Once my heart was ruled by emptiness

Jotaro mentiría si dijera que no le agrada tener a Jolyne por todos lados las últimas semanas. Su hija es todo lo enérgica que él no fue a su edad, habla cuando quiere y muy en alto, se salta las reglas aunque con previo aviso de que lo hará, adora a su madre y la llama abuela con tanta constancia que Holly no se resiste a preparar cada plato de comida italiana que ella le pide. Josuke, que ya ha pasado varias veces a saludar, se ha ocupado de conseguirle un uniforme y ayudarla a personalizarlo con mariposas, una falda más larga de lo que esperaba y algunas cosas que su Jiji le dejó tomar de su maleta de viajes.

Lo único malo es que ella parece disfrutar más de la compañía de Kakyoin que de la suya. No es que la culpe, no ha hecho realmente mucho por ganarse su cariño en todos estos años, sobre todo cuando decidió volver a japón. Con Noriaki siempre ha sido diferente, desde que lo acompañó la primera vez a verla, porque realmente no tenía ganas de lidiar con su ex y Jolyne al mismo tiempo; estaba abrumado por las responsabilidades de padre que de pronto eran más palpables, su matrimonio había sido un capricho que calculó mal y con el que hizo infeliz a alguien que no lo necesitaba, no podía soportar el mundo fuera de su trabajo. Su mejor amigo fue el único en intentar —porque fue un intento, no algo seguro— ponerse de su lado. Lo obligó a ir a ver a Jolyne. Le compraron un peluche de estrella de mar —porque Kakyoin pensó en decirle que era por su marca de nacimiento—, además de un juego de maquillaje para niñas con colores estridentes.

Jotaro no había dicho nada durante la visita, solo se dejó pintar las uñas, explicó a Jolyne el papel de las estrellas de mar en la ecología marina y durmió con ella la siesta. Noriaki fue quien habló con Anne, encerrados en la cocina con dos vasos de café. Después de ello, Anne se comportó mucho más comprensiva con sus inconsistencias, incluso cuando eran obvias las mentiras que debía decir para no presentarse cuando debía y aceptó que Kakyoin apareciera a suplir sus deberes más veces de las que era aparentemente necesario.

Había sido una coincidencia y una bendición que la Fundación SpeedWagon hubiese enviado a Noriaki Kakyoin a América entonces, debido a rumores de una flecha en algún lugar de la Florida y que Jotaro hubiese podido reencontrarse con su amigo. No sabía que estaba casado —en proceso de divorcio—, tampoco que tenía una hija. No habían hablado desde la fatídica tarde, a mitad de su residencia universitaria, en la que Jotaro se comportó como el patán que siempre conservaba dentro.

—¡No puedo creer que papá nunca me haya dicho que tenías algo así aquí! —Jolyne está corriendo por el laboratorio de Kakyoin, un complejo dedicado a la cultivación hidropónica y el cruce de especies—. Hay una chica de la clase B en América que cuida el invernadero del colegio, siempre es muy amigable y le regala plantas a mi madre cada primavera.

—Puedes llevarte unas cuantas a final de año —le dice Kakyoin—. Puedo decir que las perdí en un experimento.

—¡Gracias, Kakyoin-san!

Jolyne va de un lado a otro husmeando. Antes hacía lo mismo, cuando Jotaro la llevaba al acuario o a las playas donde debía inspeccionar especies, una vez bucearon juntos. Pero su hija no es así de efusiva con él... quizá sí con Anne, con Kakyoin, con la abuela Holly e incluso con el viejo Jiji, pero jamás con Jotaro y sabe que es su culpa. Solo que ahora no entiende bien cómo arreglarlo, está en camino a ser una adulta, es grosera, arrebatada, se mete en problemas, pero eligió venir con él, aunque creyendo que su vida era otra. ¿Lo odia? Vino aquí esperando que Noriaki fuese como un segundo padre.

Se queda en la oficina de la entrada, revisando sus propios asuntos en una computadora.

De vez en cuando mira por los muros de cristal como su hija recoge las faldas para agacharse y tomar alguna de las plántulas que Noriaki le muestra. Hay allí también mariposas, guardadas en un recinto especialmente dedicado a ellas, donde proliferan plantas del trópico y frutas pequeñas, se ve allí tan feliz como en un parque de diversiones, más como la niña que no ha dejado de ser y menos la adolescente arrogante que siempre es con él. También se detiene en su amigo, con su impoluta bata de laboratorio sobre los pantalones oscuros y la camisa verde, su cabello rojo siendo incluso más llamativo que las flores, ¿cuándo fue que pensó que de verdad podía echarlo de su vida? No se arrepiente de la existencia de Jolyne, no odia a Anne, pero... ¿qué habría pasado si no huía de él como ahora huye de Jolyne? Tal vez nunca lo sepa, tal vez sea mejor así.

I KnewDonde viven las historias. Descúbrelo ahora