-Dame esa entonces, espera, ¿por qué es amarilla?

-Porque es de mango, joven.

Az evita decirle que los humanos son criaturas muy complicadas y extrañas y se remite a asentir. Camina con la chica a la caja y una vez que ella le dice el precio, él saca el dinero.

-¿Los pesos son la moneda de aquí, verdad?

-Así es, joven.

-Bueno, no sé cuanto sea, pero aquí tienes-deja un par de gruesas monedas de oro sobre el cristal y toma la botella. La chica se alarma como si hubiera visto un arma y le arrebata la botella de las manos.

-¡¿Ahora qué?!-pregunta Az mostrando los dientes. La empleada le contesta que tiene que cambiar el oro pues no puede pagar con él.

-A unas tiendas hay una casa de cambio y compran oro y plata. Perdón, señor, pero no puedo vendérsela así-estruja la botella contra su pecho como si fuera un peluche.

Az sale de la tienda con la cara roja y las manos en puños. Llega a la casa de cambio, cambia la mitad del oro que trae por un enorme fajo de billetes y unas cuantas monedas y se lo echa todo al pantalón.

-Aquí está-dice lanzando un billete de quinientos pesos sobre el mostrador y tomando su agua-, y si vuelves a decirme algo te arranco los dientes.

La chica abre los ojos y Az sale de la tienda. Busca una tienda de ropa con los ojos y destapa su botella. Le da un largo sorbo y después otro y otro y otro más.

"¡Con razón se alteró tanto la mujer esa! Esta agua está deliciosa. Seguramente quería tenerla para ella sola y no vendérmela. Malditos campesinos... pero ya quiero verla en el círculo de Avaricia. Ahí no habrá ni una gota de agua de... -mira la etiqueta de su botella-, de mango, no señor".

Encuentra una tienda con las letras AG en la paste superior y entra. Comienza a ver la ropa sin soltar su botella. La tela hule bien, está perfumada y eso le agrada a Az quien sonríe.

-Hola, amigo, bienvenido a ¡Ay Güey! ¿Puedo ayudarte con algo? ¿Estás buscando algo en especial?-Az se voltea para ver al vendedor que debe rondar los veinticinco-. Vaya, tienes los ojos completamente negros.

-¿Eso está mal?-pregunta Az preocupado y soltando la ropa, dispueto a irse.

-No, no, para nada, amigo. Es sólo que casi no se ve tu cornea-el vendedor se acerca a su rostro, lo que incomoda a Az-. ¡Qué chingón!

-Gracias-murmura Az sintiéndose extraño.

-¿Buscas algo en especial?

-Sí, de hecho sí, quiero una casaca de lino por favor con corte estilo inglés, si no tienes entonces italiano. Una capa en color vino tinto. Unos pantalones negros de franela y unos zapatos negros también. Oh, y si tienes una chaqueta azul marino también quisiera que me la confeccionaran.

El vendedor tarda un segundo en procesar todo y después se dobla de la risa. Una risa fingida, claro, pero agradable. Le da un golpe en el brazo a Az quien se lo devuelve más fuerte, mirándolo enojado.

-Ay, amigo, me hiciste el día. No tenemos chaquetas ni capas, pero si tenemos unos pantalones ajustados muy padres y unas sudaderas, por si quieres checarlas.

-¿Qué corte es el pantalón?

-Corte chingón.

-¿¿Perdón??-pregunta Az incrédulo. De verdad, que raras criaturas son los humanos vivos, los pecadores son mucho más mansos.

-Así se llama el corte. Corte chingón. Pasa por acá, te enseño las tallas.

Después de que Az se mide unos pantalones ajustados, una sudadera parecida a la que su madre le regaló en su cumpleaños, una playera negra con el estampado de un corazón rojo y una playera de manta blanca, camina a la caja, pone todo sobre el mostrador y aparta la sudadera.

Demasiados recuerdos.

-¿Quieres que te tamitemos tu tarjeta "¡Ay Güey! Que descuentos"? puedes llevarte en monedero el veinte por ciento de todas tus compras.

-No.

-¿Seguro? Con lo que llevas aquí podrías acumular unos quinientos pesos que te servirían para otra compra.

-No, gracias.

-¿Tienes tarjeta BancaFox? Con ella puedes pagar todo a quince meses sin intereses.

-No-dice Az pellizcándose el puente de la nariz y cerrando los ojos.

-¿Quisieras contestar nuestra trivia ganadora? Si aciertas a cuatro preguntas tienes un diez por ciento extra en tu compra siguiente. No es acumulable -continua el vendedor mientras sonríe y levanta el índice. Luego nota que Az está acostado sobre sus brazos cruzados en el mostrador-. Amigo, ¿estás bien?

-Sólo quiero pagar, sólo eso, por favor. Déjame pagar, podría robarme esta ropa pero no quiero causar problemas aun. En serio quiero ser bueno por un rato-suplica.

-Oh, perdón. Son dos mil seiscientos sesenta y seis.

Az extiende varios billetes. El cajero toma su dinero y lo guarda en la caja registradora. Le da un recibo y su ropa en una bolsa.

-Gracias por tu compra, amigo. Recuerda que tienes veinte días para cualquier tipo de cambio...

-¡Ya, por favor!-grita Az huyendo de la tienda.

"¡Malditos humanos! De verdad merecen más carbón en sus hornos. Si para ellos el Infierno es... el Infierno, mi tormento es su mundo. No se callan nunca y negociar con ellos es horriblemente difícil. ¿Dónde quedó la sencillez con que lo hacían en las películas? Por un momento pensé que me harían como en la película Mujer Bonita de mil novecientos noventa dirigida por Garry Marshall y me iban a sacar de ahí, y luego no me dejaban salir. Qué horror de mundo, que horr..."

Sus pensamientos quedan inconclusos cuando un chico choca contra él. Az estaba a la mitad del pasillo mirando a la nada y respirando nerviosamente y el otro chico iba con el teléfono en las manos, escribiendo un mensaje.

-Perdona. Mi culpa-dice el chico despegando por un momento sus ojos verdes del teléfono mirando a Az. Se fija en sus ojos negros -que al parecer son lo único que conserva del Infierno- y luego continúa su camino sin darle importancia.

Az le mira la enorme espalda y algo sucede en su interior. Un mar de celos por su altura y su masculinidad choca con sus paredes interiores como las olas contra los riscos.

Ojalá te caigas en la calle y te atropelle un camión como a mí.

La misma voz y la misma reacción se repiten. Az sacude la cabeza para alejarla y entonces mira el trasero del chico que comienza a perderse entre la multitud. Llena perfecta los pants entubados que trae. Sacude de nuevo la cabeza con más energía, igual que un perro mojado.

Mira hacia el techo del centro comercial, a un cartel de Adidas:

"Mejorando al mundo, un paso a la vez".

La mente de Az lo deforma en:

"Arruinando el mundo, una vida a la vez"

Sigue al chico de los pants ajustados por todo el centro comercial y luego fuera de él.

El Diablo Entre Nosotros Where stories live. Discover now