Periodo II: Dion

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 Periodo II: Dion el Reino

Con el tiempo abandoné definitivamente las tierras de Gludio para asentarme en Dion. Estaba un poco aburrido de tantos asesinos que en mayor o menor medida rondaban sus alrededores y nos solían poner en aprietos, además tenía ganas de seguir acercándome paso a paso a la gran capital de la nación y para ello debía ir dejando atrás uno a uno los reinos que se interponían en mi camino. Es cierto que Gludio era mi reino y eso influyó a la hora de partir, pero al haber crecido en la apartada Talking realmente me sentía poco ligado a este territorio, y es que en Talking siempre hemos sido muy nacionalistas y abogábamos más por la autodeterminación antes que rendir cuentas a un lord lejano.

Entre Dion y Giran y no había mucha distancia así que me permitía de vez en cuando ir a la gran ciudad del sur a hacer algunas compras, pues su castillo tenía unos impuestos exiguos que dejaban unos precios de venta al publico mucho menores que los que se encontraban en Dion o Gludio. Además en la ciudad del comercio —como era conocida—, podías encontrar mejores armas y armaduras que en las pequeñas tiendas que hasta ese momento había visitado. Más aún, el mercado callejero de la ciudad era uno de los más importantes y numerosos del mundo conocido. Era en definitiva, un buen lugar para pasar un día de compras.

Debido a esta diferencia de impuestos y por tanto de precio, un par de veces me puse el traje de especulador y compré cosas en Giran que vendía a un coste superior en Dion. Con esto me pude ganar unas adenas de más, ya que aún con el incremento de precio que yo le añadía al producto, seguía siendo más barato que en la otra ciudad.

En Dion como decía un par de capítulos atrás, existían diversas zonas donde entrenar y yo puedo afirmar que las visite prácticamente todas.

Al norte había un cordillera montañosa circular de fácil escalada, y cruzando esta se encontraba Cruma Marshlands, un pantanal donde se acumulaban los primeros stakatos con los que entrené. Eran unos seres horrendos con cabeza alargada y estrechas que llegaban al metro de extensión, con ojos a ambos lados de la misma y una enorme boca de afilados dientes. De color grisáceo metalizado, tenían cuerpo y extremidades parecidas a las de un humano, pero cubiertos por gruesos caparazones de insecto que lo cubrían por completo. Además su largas alas cual libélula imponían sumo pavor. Por si esto no fuera poco, también utilizaban dagas y pequeñas armas afiladas en combate.

Mis enfrentamientos contra ellos fueron continuados durante unos días. Eran unos rivales poderosos y aunque no resultaba difícil parar sus golpes con mi escudo, lo complicado consistía en golpearles yo a ellos, ya que revoloteaban torpemente por el lugar haciendo dificultoso el alcanzarlos. Verdaderamente me ayudaron mucho a ganar velocidad en el cuerpo a cuerpo.

En la propia Cruma, muy cerca de donde yo entrenaba, hay una enorme montaña de unos cien metros de altura en la que nunca me fijé demasiado, hasta que un día mientras caminaba por la cima de la cordillera local, me paré a vislumbrarla de verdad. Desde allá arriba existía una espléndida visión y quedé anonadado al contemplar el espectáculo que se presentaba ante mi.

El montículo tenía una forma redondea bien definida, estaba montado como un puzzle de piezas colosales y en la parte superior del mismo había algo inaudito; las ruinas un poblado milenario. Sin embargo aún no me había percatado de lo más importante y fue poco a poco como le tomé forma a esa extraña montaña. Tenía una abertura enorme en la parte delantera así como unas ondulaciones a ambos lados de su frontal... No podía creerlo... ¡Era un maldito caparazón de tortuga de tamaño estratosférico! ¡Con una ciudad en lo más alto de ella! Imaginar ese ser en movimiento para mi era impensable, impensable hasta que mucho tiempo más tarde me vi bajo el gran dragón Antharas... De un tamaño si no similar, parecido.

Crónicas de Aden (Paralizada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora