Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.
Felix esperó en el baño hasta que los ronquidos empezaron.
Le tomó horas. Horas ahí sentado en el piso de baldosas frías, con la espalda contra la puerta, escuchando. Escuchando los pasos de Minho por el departamento. Escuchando cómo limpiaba el vidrio roto de la lámpara. Escuchando cómo se metía en la habitación. Escuchando cómo se movía en la cama, inquieto, todavía enojado incluso en su intento de dormir.
Y después, finalmente, los ronquidos.
Esos ronquidos pesados, constantes, que significaban que Minho estaba profundamente dormido. Que era seguro salir.
Felix se levantó con cuidado. Le dolía todo. El labio partido, el ojo hinchado, las costillas. Cada movimiento mandaba oleadas de dolor por su cuerpo. Pero se movió igual.
Abrió la puerta del baño despacio, centímetro a centímetro, rezando para que no chirriara. No lo hizo. Salió al pasillo.
Los gatos aparecieron de inmediato, saliendo de sus escondites. Doongie maullaba bajito, frotándose contra sus piernas. Soonie lo miraba desde la puerta de la habitación, cauteloso. Dori estaba debajo de la mesa del comedor, solo sus ojos brillando en la oscuridad.
—Estoy bien —susurró Felix, aunque claramente no era cierto— Vengan.
Se fue al living, y los tres gatos lo siguieron. Se dejó caer en el sillón con cuidado, tratando de no hacer ruido. Soonie se le subió al regazo de inmediato, Doongie se acomodó a su lado, y Dori se quedó en el respaldo, vigilante.
Felix se quedó ahí sentado, en la oscuridad. Solo la luz del farol de la calle entraba por las cortinas entreabiertas, pintando todo de naranja enfermizo. El ruido de la calle, los pocos colectivos que pasaban a esta hora, se escuchaban porque la puerta estaba abierta. Podía escuchar los ronquidos de Minho desde la habitación. Constantes. Seguros.
Algo en él había cambiado.
No sabía exactamente qué. Pero mientras estaba sentado ahí, con los gatos alrededor, con el cuerpo dolorido y la boca con sabor a sangre, Felix se dio cuenta de algo.
Esto no podía seguir.
No iba a seguir.
Se levantó del sillón, despacio, y caminó hacia la ventana. Casi por instinto. Casi por necesidad.
El departamento de Chris estaba iluminado.
Felix se acercó más, agarrándose del marco de la ventana. Miró hacia el edificio de en frente escondido detras de las cortinas.
Chris estaba en su sillón, pero no estaba leyendo. Tenía un libro en las manos, sí, pero no lo miraba. Miraba hacia su ventana, hacia afuera, hacia el edificio de Felix. Su expresión era... rara. Preocupada, tal vez. Cada tanto fruncía el ceño, después se pasaba una mano por el pelo, después volvía a mirar.