05. Final

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A medio trayecto uno de los camiones de la marina se ofreció a llevarnos, era una distancia relativamente larga hacía el otro lado de la ciudad y a pie nunca íbamos a llegar a tiempo; una vez estuvimos sobre el vehículo nos repartieron víveres para resistir el día. Pensé en toda la gente que estaba perdiendo familiares, en toda esa gente que estaba siendo manejada por esas mentes hostiles. ¿Quién fue quien trazó estos planes siniestros sobre nosotros?

De pronto algo embistió el vehículo, me sostuve fuerte, y los gritos no se hicieron esperar cuando una de esas criaturas se trepó en modo amenazante y esos dientes afilados se mostraban ante nuestros ojos cansados y cuerpos petrificados del miedo.

—¡Brinquen! —gritaron los de la marina. Pero la criatura agarró a uno de los que iba con nosotros, cerró su enorme mandíbula a la altura de su cuello y la sangre comenzó a emanar en una roja cascada mientras la vida escapaba de sus ojos; masticó y masticó y nos miró con furia.

Hacia un ruido extraño como si siseara, si nos movíamos íbamos a ser los siguientes, la marina apuntaba hacia la criatura pero no disparaban. ¡¿Qué demonios estaban esperando?! Me miró fijamente y sabía que quería comunicarse.

Negué con la cabeza porque no quería escucharlos, ya había tenido suficiente por una noche y ahora el día nos bañaba con cálidos rayos del sol, pero con una invasión que tenía demasiadas bajas. Siseó con fuerza la criatura y evadí la mirada, no quería.

—Huyen despavoridos porque saben cuál es su destino.

Aquella voz la conocía, miré detrás de la criatura, era Misael, pero los ojos parecían ausentes, una fina tela los cubría, estos hijos de puta los controlaban. Me puse de pie con todo el valor del que me armé.

—No huimos, defendemos esta tierra como podemos y ustedes vienen a invadirla como si les perteneciera; no nos pertenece pero fuimos puestos aquí por una razón.

El siseo de la bestia incrementó, la mirada de Misael era del mismo enojo, estaban conectados.

El accionar de un arma rasgó el aire en el que estaba, el disparo había producido un sonido que me había privado el sentido del oído, y el aroma a pólvora me lleno las fosas nasales, la criatura cayó muerta mientras se desintegraban, miré a Misael quien seguía ausente. Se dio la media vuelta y caminó lejos de nosotros. Sólo podría recuperar a mi amigo si acabamos con todas esas criaturas; al cabo de una hora llegó otro vehículo con un arma apostada en la parte de arriba el cual iba manejado por uno de la marina, yo solo esperaba que tuviera buena puntería.

—¿Es amigo tuyo? —preguntó una señora.

—Sí —musité y suspiré.

Llegamos a la intersección de la glorieta donde estaba la estatua de Leona Vicario y seguimos por la avenida Insurgentes. Los semáforos no funcionaban, la zona naval que se encontraba en esa zona hacía aparcamiento junto con sus vehículos y resguardaban a su gente en sus casas-habitación.

—¿No ha pasado nada aquí? —preguntó el conductor.

—Sí, pero comenzaron a volverse locos, hombre esas cosas son capaces de correr y se transforman en cosas horrorosas, maté si al caso unos cinco porque son rápidos.

—Si te digo esto, vas a cagarte del miedo; este chico —dijo señalándome a mí—, asegura que esas cosas le temen al fuego, y venga que vivimos en el caribe, esas cosas han de estar en la bahía.

—¿Y por qué te llevas a esa gente ahí? —preguntó escéptico el de la naval y un crujido me hizo girar, sólo para ver como el conductor se iba desprendiendo de su piel humana.

—¡BAJEN! —grité. La sangre salpicó en todas partes y todas las personas comenzaron a gritar y a correr sin dirección alguna, la criatura estaba alterada y se abalanzaba hacia la gente que permanecía quieta por la impresión. Un montón de marinos comenzaron a dispararle a la criatura quien antes de morir decidió matarse a sí mismo abriéndose la mandíbula hasta que esta tronara.

Terror InterestelarWhere stories live. Discover now