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Al día siguiente, el murmullo constante del salón de clases se mezclaba con el golpeteo suave de lápices y el pasar de hojas de cuadernos. Entre todo ese ambiente estudiantil, Chifuyu se encontraba nuevamente frente a la persona que más admiraba: Keisuke Baji.
El rubio mantenía sus manos apoyadas en la mesa, sus dedos entrelazados como si intentara contener la ansiedad que lo acompañaba siempre que hablaba con él. Sus ojos, claros y decididos, buscaban capturar la atención del azabache, pero Keisuke no parecía notarlo.
Sentado con una postura relajada, ligeramente inclinado hacia adelante, hojeaba un viejo diccionario de cubierta desgastada y páginas amarillentas. Sus pupilas se movían con precisión sobre cada palabra, y sus cejas se fruncían levemente cada vez que encontraba un término nuevo. Con la yema del dedo índice, subrayaba mentalmente significados y sinónimos, como si absorber ese conocimiento fuera tan natural como respirar, parecía que nada ni nadie podría sacarlo de esa concentración.