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Pasaron unos días.
El invernadero sanaba con la misma lentitud que su dueño. Y aunque las begonias podridas ya eran cosa del pasado, Donghyun sentía cómo algo invisible se había enraizado dentro de él. Ese algo tenía nombre. Y cabello rojizo. Y una sonrisa cálida.
Pero también tenía una casa, una vida, un mundo... Uno donde él no terminaba de encajar.
No podía pasarse los días enteros ahí, arreglando bisagras, cerraduras sueltas o goteras que ya ni chorreaban. Y aunque Sanghyeok parecía cómodo con esa rutina compartida, Donghyun comenzó a sentir una picazón invisible bajo la piel.
Tenía que salir.
—¡Voy al pueblo! —gritó desde la puerta, sabiendo que Sanghyeok estaría en el invernadero, como siempre.
No esperó respuesta.
Caminó sin rumbo, dejando que las calles nuevas le hablaran con su ruido apagado de pueblo chico. Tienditas con toldos desteñidos. Puestos de fruta que olían a sol. Un grupo de niños corriendo detrás de una pelota. Una señora que barría con más fuerza de la necesaria.
Era extraño.
No había sentido nostalgia por ningún lugar desde hacía años, y sin embargo... algo en esas calles se sentía casi cómodo. Casi como un comienzo.
Fue entonces que lo vio: una pequeña tienda con un toldo amarillo desteñido y una pizarra de tiza en la entrada.
"Se busca personal. Turno matutino."
Donghyun no lo pensó mucho.
Empujó la puerta de vidrio que tintineó al abrirse y fue recibido por el olor a pan caliente, especias y algo dulce que no supo identificar de inmediato.
—¡Un momento! —se escuchó una voz desde el fondo, ligera y risueña.
A los pocos segundos apareció un chico de apariencia joven, probablemente menor que él por unos años, con cabello castaño claro recogido bajo una gorra y una expresión tan amable que desarmaba cualquier defensa.
—Hola —saludó el muchacho, limpiándose las manos en un delantal florido—. ¿Vienes por el cartel?
Donghyun asintió, más por impulso que por convicción.
—Sí. Vi el anuncio y... bueno, tengo algo de tiempo. Y manos útiles.
—¿Sabes sonreír? —preguntó el otro, cruzándose de brazos con una ceja levantada.
Donghyun lo miró sin expresión por unos segundos. Luego, apenas, una media sonrisa se formó en sus labios.
—Funciona —dijo el chico, sonriendo con sinceridad.
Se presentó como Woonhak. Dueño del local, según dijo, aunque su juventud y el ambiente relajado hacían difícil imaginarlo al mando de algo. Tenía una forma de hablar directa pero cálida, como quien ya había tratado con todo tipo de personas y aún así elegía la amabilidad.
