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Lo primero que sintió fue el olor.
Tierra húmeda. Menta.
Y algo más, algo limpio y cálido que no recordaba haber sentido en mucho tiempo. Un olor que no dolía.
Abrió los ojos lentamente.
El techo era blanco, de madera, con vetas suaves que se cruzaban como ríos antiguos. No había luces frías ni manchas de humedad. Solo claridad.
Se incorporó a medias, y enseguida un peso invisible le cayó encima, obligándolo a jadear.
Estaba cubierto por una manta. Estaba en un sofá.
Y estaba vivo.
No era poca cosa. El dolor aún seguía allí, agazapado como un animal herido entre sus costillas. Pero ya no lo devoraba.
Solo lo observaba. Esperando.
Donghyun miró alrededor. No reconocía el lugar, pero tampoco le era completamente ajeno. Había plantas por todas partes: trepaban por los marcos, colgaban de los techos, se inclinaban hacia la luz como si supieran exactamente dónde estar. No eran solo decoración.
Estaban vivas. Realmente vivas.
Y eso era raro.
Él había estado cerca de demasiadas cosas moribundas como para no notarlo.
Intentó levantarse, pero apenas alzó el torso, la habitación giró en círculos lentos, crueles. Cerró los ojos. Contó hasta cinco. Volvió a abrirlos.
Una taza sobre la mesa.
Té frío.
Una nota escrita a mano junto a ella:
"Si despiertas, no te asustes. Estoy cerca. Sanghyeok."
El nombre lo golpeó más fuerte que el recuerdo.
Sanghyeok. El chico del invernadero. El que tenía manos limpias y voz amable. El que no se asustó.
Donghyun se llevó las manos a la cara. La piel le ardía. No sabía si de vergüenza, fiebre o algo más viejo que ambos.
¿Qué había dicho mientras dormía? ¿Qué parte de sí se le había escapado, otra vez, sin permiso?
Se recostó lentamente otra vez, con la nota en la mano y por primera vez en días, dejó que el cuerpo dejara de luchar. Tal vez podía quedarse solo por una noche más.
Solo hasta que dejara de doler.
O al menos...
Hasta que Sanghyeok empezara a hacerle las preguntas que no sabía si podía responder. La nota aún estaba en su mano.
Sanghyeok.
Ese nombre tenía un peso raro. No era exactamente comodidad, pero sí algo cercano. Como agua tibia cuando uno está acostumbrado a sobrevivir con frío. Donghyun dejó la hoja de papel sobre su pecho. Cerró los ojos. Y entonces lo sintió otra vez.