"Cuando el amor arde más fuerte que la guerra y más profundo que la música."
En lo alto del Olimpo, donde los dioses se elevan por encima de los mortales, dos fuerzas opuestas se atraen de forma inevitable: Ares, el dios de la guerra, impulsivo y fe...
Nos amamos con las manos manchadas de ruina, y aun así, fuimos hogar el uno del otro -aunque ardiera."
Se cuenta entre los corredores del Olimpo -allí donde las columnas tocan el cielo y el mármol conserva los ecos de los dioses- que no hay amor más luminoso ni más maldito que el que unió al dios del Sol y al señor de la Guerra.
No fue un amor nacido bajo la bendición de las Musas, ni tejido con hilos dorados por las Moiras. Fue un amor forjado en la fragua de los impulsos, entre el acero y la lira, donde la ternura era una rareza y la furia, moneda de cambio.
Ares, hijo primero de Hera, portador del estandarte sangriento, caminaba entre los campos con los pies manchados de tierra y el alma en carne viva. Su gloria era el estruendo del choque entre lanzas, su deseo: no volver a ser despreciado, ni por los hombres ni por los dioses.
Apolo, en cambio, traía la belleza de los amaneceres y la desgracia de quien los ha visto pasar uno por uno, siempre dejando atrás a quienes más amó. Llevaba en los dedos la gracia de la música y en los labios la maldición del oráculo, pero bajo sus túnicas de oro latía un corazón tan frágil como el de cualquier mortal.
Y así, cuando Ares posó los ojos sobre él por primera vez -en una tarde de caza, cuando Apolo reía junto a Artemis, con los cabellos alborotados por el viento-, no fue el deseo lo que lo consumió, sino el hambre. Hambre de algo que no entendía. Algo que no podía poseer con la espada.
Apolo no se volvió al primer roce, ni al segundo, mas hubo una noche, de esas en que el vino corre con libertad y los dioses olvidan que son inmortales, en la que sus miradas se cruzaron y algo se quebró.
Fue apenas un instante. Apenas una grieta. Pero por esa grieta entró el fuego.
No comenzó mal.
No del todo.
Hubo caricias, sí. Palabras. Hubo días en los que Ares se quedaba dormido al pie de la fuente de Delfos y Apolo se inclinaba a tocarle el rostro, como si pudiera entender la guerra con solo rozarla.
Hubo noches en las que Apolo le hablaba de constelaciones, y Ares, con los brazos cruzados, fingía no escuchar... Pero volvía a preguntar al día siguiente.
Aunque también hubo grietas, pequeñas e invisibles. Como esas fisuras que anuncian el temblor. Ares no entendía el lenguaje suave de Apolo, sus silencios, su forma de amar sin poseer. Apolo no sabía cómo calmar las tormentas de Ares sin convertirse en presa de ellas.
Y así comenzó la caída.
Con un silencio prolongado. Con una promesa no cumplida. Con una mirada celosa lanzada al paso de Hermes, con un "¿Dónde estabas?" que pesaba más que una armadura.
Ares, el temido, se convirtió en centinela. Apolo, el brillante, en rehén de su paciencia. El amor no se apagó, pero ardió de tal forma que ya no calentaba: quemaba.
Esta es la historia de dos dioses que ardieron juntos -y se quemaron- antes de aprender a brillar sin destruirse.
Porque incluso el sol, si se acerca demasiado a la guerra, puede oscurecerse.
. . . . .
Que pasa chavales? Aquí les traigo otro fanfic, espero lo disfruten.
Es algo largo, así que les recomiendo usar los separadores como checkpoint ☝️
Aquí tienen mis diseños de Ares y Apolo para que no se pierdan.
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Eso! Disfruten de la lectura y no tengan miedo en dejar sus comentarios!