4.El barquero

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    El aire volvió a llenar de nuevo mis pulmones cuando mis ojos comprobaron que no había nada a la deriva

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El aire volvió a llenar de nuevo mis pulmones cuando mis ojos comprobaron que no había nada a la deriva. Pero la incertidumbre seguía taladrando mis pensamientos. Había buscado por toda la isla sin dar con ella. Solo quedaba un lugar: fuera de la isla.

Decidí salir corriendo hacia el embarcadero. Pronto saldría el último barco hacia tierra firme. Si ella montaba en ese barco sería yo el que se quedase atrapado y solo.

Recordé la última conversación en la que me preguntaba si yo volvería a la ciudad. Ella no quería quedarse sola con su padre. Desde la separación con su madre ya no volvió a ser el mismo. Nadie vuelve a recuperarse de un golpe así y menos cuando debes afrontar que la culpa es toda tuya.

El barquero pretendía soltar los amarres cuando abordé la pasarela.

—Casi te quedas en tierra, compañero—dijo el barquero con tono amigable—. Ya no sé cuándo...

—¿Está Paula aquí? — interrumpí sus palabras.

En esa pequeña isla había muy pocos habitantes y todos se conocían. Además, no podías acceder a la isla sin el ritual de presentación que Julián, el barquero, le hacía a cualquier desconocido que pretendiera descubrir ese pequeño trozo de tierra emergida.

—No, no la he visto por aquí. ¿Sucede algo?—preguntó al descubrir mi preocupación.

Me limité a estudiar los rostros de todos los pasajeros evitando las explicaciones innecesarias. En el barco se encontraban la gran mayoría de los residentes de la isla, pero sin rastro de Paula.

—¿Has hecho algún viaje a la ciudad a lo largo de esta tarde?—seguí con el interrogatorio.

—Hice uno a la hora del café pero ella tampoco subió en él—respondió intuyendo mi próxima pregunta.

—¿Estás seguro?— dudé de su respuesta rebuscando sus rostro entre la gente.

—¿Cómo no iba a estarlo? Me ofendes con tu pregunta— volvió a su tarea de soltar la cuerda que apresaba a su barco—. Conozco a todos y cada uno de los que subís a mi barco. Y la carita de esa preciosidad no pasa desapercibida.

Hice caso omiso a su comentario. Julián era joven como yo y no hubiera desperdiciado una oportunidad de poder flirtear con ella.

—Estará en casa con sus padres. O con sus amigos. Ellos también van a quedarse aquí un par de días hasta que pase la tormenta.

Una nueva anotación quedó apuntada en mi mente. Serían los próximos en visitar.

—¿Vas a venir?— preguntó echando las cuerdas al bote—. No volveré hasta que pase la tormenta.

Tomar decisiones tan rápido y sin pensar pueden conducir al fracaso.

«Sigues en la isla, ¿verdad?— intenté convencerme—. Me niego a pensar que te has ido sin avisarme»

Y mis propios pensamientos evitaron que me subiera al barco rumbo a ningún lugar donde poder encontrarla. Si volvía a la ciudad no habría manera de regresar a la isla.

— Último aviso, amigo— insistió alterando mi decisión.

Lleno de ira impulsé la pequeña embarcación ayudándole a emprender su viaje y observé como Julián saltaba rápido a su interior.

— ¡Qué tengáis buen viaje!— grité retomando mi búsqueda por la isla.

Ya me encontraba bastante lejos del embarcadero pero lo suficiente cerca para escuchar el último consejo de Julián que me dejó un poco desorientado.

—¡Espero que la encuentres antes de que la tormenta os borre junto a toda la isla!


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De vuelta [Terminada]✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora