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—¡Despierta, papá! ¡Despierta!— La pequeña niña de siete años saltaba sin parar sobre la cama, produciendo un constante rechinido que resonaba en la habitación. Su energía inagotable finalmente logró sacarlo del sueño. Al abrir los ojos, fue recibido de golpe por los intensos rayos del sol que se filtraban por la ventana y caían directamente sobre su rostro. La luz lo deslumbró y no pudo evitar gruñir en señal de descontento, mientras fruncía el entrecejo con irritación.

Con un esfuerzo notable, dio la vuelta en la cama, posicionándose de espaldas al colchón, y se quedó mirando al techo. Con sus manos, empezó a frotar su rostro en un intento de despejarse, antes de abrir ligeramente uno de sus ojos. A través de la rendija de luz que se filtraba por la habitación, intentó enfocar la vista en su hija, quien, ataviada con una pijama adorable decorada con fresas estampadas en ella, lo observaba con una sonrisa deslumbrante con sus pequeños dientes de leche a la vista.

—Na-yeon, ¿qué...?— balbuceó, con la voz entrecortada, mientras trataba de aclarar su visión, que aún se encontraba borrosa y cansada.

—¡La escuela, papá! ¡Voy a llegar tarde y no te despertabas!— exclamó Na-yeon, sentándose junto a su padre, sin perder su pequeña sonrisa iluminada a pesar de la situación.

Gyeong-Seok emitió un leve gruñido, como si la palabra escuela hubiera resonado en su mente aún somnolienta.

Sí, la escuela. Al principio, él se había mostrado reacio a inscribirla en una institución educativa convencional, ya que sabía que tenía la opción de contratar tutores para ofrecerle una educación personalizada a su hija. No obstante, la insistencia y los constantes berrinches de Na-yeon hicieron que reconsiderara su decisión. Ella deseaba ir a una escuela típica, anhelando hacer amigos y relacionarse con otros niños de su misma edad.

A veces se lamentaba no ser un padre muy estricto.

Con un suspiro pesado, Gyeong-Seok se incorporó lentamente, apoyando las manos en el colchón. Observó a Na-yeon, que lo miraba con expectación, sus piernas colgando del borde de la cama mientras las balanceaba de un lado a otro con impaciencia.

—Está bien, está bien, ya me levanté —murmuró mientras pasaba una mano por su cabello despeinado. La niña soltó una risita, divertida por el aspecto desordenado de su padre.

—Te ves como un erizo, papá —bromeó Na-yeon, y Gyeong-Seok le lanzó una mirada cansada pero cariñosa.

—Y tú como una pequeña alarma —replicó, poniéndose de pie mientras estiraba los brazos por encima de su cabeza, dejando escapar un leve bostezo. Luego miró el reloj en la mesita de noche y sintió una punzada de culpa al ver que, efectivamente, ya era tarde.

—¿Has desayunado algo? —preguntó, caminando hacia la puerta mientras se ajustaba la camiseta arrugada.

—Todavía no. Quería esperar a que tú te levantaras para comer juntos —dijo la niña con una expresión de orgullo, como si ese pequeño acto de consideración fuera su mayor logro.

Gyeong-Seok sonrió levemente y le revolvió el cabello con ternura. —Está bien, vamos a arreglar eso. Primero, ponte los zapatos y revisa que tu mochila esté lista. Yo me encargo del desayuno.

Na-yeon asintió con entusiasmo y salió corriendo hacia su habitación. Él se quedó unos segundos observando el pasillo vacío, reflexionando. No era fácil criar a una niña solo, especialmente cuando el trabajo no dejaba mucho margen para dedicarle todo el tiempo que él deseaba. Sin embargo, esos pequeños momentos —sus risas, sus ocurrencias, sus abrazos inesperados— eran lo que le daba sentido a todo.

Gyeong-Seok dejó escapar un suspiro profundo, cuyo eco reverberó en cada rincón de la amplia habitación, llenando el espacio con una sensación de pesadez.

Lo Que Nos Une.  ●[GyeonHyun]●Where stories live. Discover now