La Campana Vespertina

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Una granja se extiende ante él sobre una colina. Kaim cosecha verduras, empuñando su azada con una profunda concentración.
El cielo de esta tarde de otoño es de un color rojo oscuro.
-¿Quizás deberíamos dar el día por terminado –dice la robusta granjera mientras coloca un puñado de verduras en una cesta.
Kaim asiente y se limpia el sudor de la frente.
-Eres de gran ayuda –dice la mujer-. Mira todo lo que hemos sacado.
Kaim responde al halago con un ligero asentimiento.
-¿Sigues sin recordar de dónde vienes? –pregunta.
-Me temo que no...
-Bueno, mientras trabajes así –dice riéndose-, por mí como si vienes de la luna.
-En serio, Kaim, ¿qué harás cuando termine la cosecha?
-Aún no lo sé, no lo he decidido.
-También en invierno hay mucho trabajo que hacer por aquí –dice ella-. No me importaría que quisieras quedarte un poco más...
-Gracias –dice Kaim.
Es una mujer agradable y muy trabajadora.
Cuando se preparan para marcharse, una pequeña campana comienza a sonar.
Aún es un poco pronto para la campana vespertina de la iglesia.
Kaim echa un vistazo a la carretera colina abajo. Avanza por ella un cortejo fúnebre en el que los dolientes rodean una carreta que lleva un ataúd.
La mujer pone la azada en el suelo, se quita el pañuelo de la cabeza y junta las manos.
Kaim escudriña las colinas para ver que todos los labriegos de los campos vecinos hacen lo mismo: juntan las manos, agachan la cabeza y cierran los ojos en dirección al funeral que pasa.
Kaim sigue su ejemplo.
El anciano que abre el cortejo fúnebre balancea una pequeña campana.
Su tañido resuena entre las colinas.
Los dolientes pasan en silencio. Las mujeres con velos negros, los hombres con abrigos negros, las cabezas agachadas.
Los niños en la parte posterior se dan codazos en broma, inconscientes del significado de la muerte.
Cuando el funeral pasa, la mujer levanta la cabeza y parpadea con los ojos húmedos.
-El que ha fallecido va a casa –dice.
-¿A casa? –pregunta Kaim algo extrañado.
-A casa... a la tierra... al cielo... al mar. Como todos los seres vivos.
Kaim asiente con un silencioso reconocimiento. ¿Cuántas muertes ha visto en su interminable y larga vida?
Toda esa gente deja este mundo nuestro y nunca volvemos a verlos. En ese sentido, la muerte es un acontecimiento infinitamente triste. Aunque, si pensamos que al morir vuelven a sus hogares en otra parte,una especie de consuelo e incluso alegría se mezcla con la tristeza.
Pero Kaim, que no puede envejecer ni morir, nunca irá a casa.
LA mujer recoge un puñado de tierra y dice con un profundo sentimiento:
-Muchas vidas son parte de esta tierra; las vidas de criaturas diminutas que no podemos ver, la vida de la hierba marchita... Si lo piensas así, muchas vidas crean estas verduras para nosotros.
-Entiendo...
-¿Puedo pedirte un favor, Kaim?
-Por supuesto...
-Si muero mientras trabajas aquí, ¿esparcirías mis cenizas por este campo por mí? Con un puñado bastaría.
Kaim no tiene palabras. Se esfuerza por sonreír.
Sin su marido, ya fallecido, y con sus hijos lejos de casa, la mujer vive sola en la granja.
Kaim sabe que si sigue trabajando allí, le guste o no, con el tiempo tendrá que velar por la mujer en su lecho de muerte, incluso si muriera dentro de cien o doscientos años.
La campana de la iglesia suena para anunciar el final de la jornada.
La mujer junta las manos delante de ella como hizo cuando pasó el funeral.
-Se me ha permitido acabar un día más a salvo. Por esto doy gracias de corazón. Que mañana sea otro próspero día para mí...
Al rezar, su voz resuena con energía en el pecho de Kaim. Le ocurre cada vez que oye la campana vespertina de la iglesia: se convence de que no pertenece a este lugar.
-Señora –dice a la mujer después de que el último repique suene.
-¿Sí?
-¿Acaso la gente no da gracias por cada día a salvo y reza para tener buena suerte al día siguiente porque sabe que su vida acabará?
-¿Qué ocurre, Kaim?
-Me marcharé del pueblo cuando acabe la cosecha.
-¿Por qué así, de repente..? ¿Qué ha sucedido?
-No tengo derecho a vivir aquí –dice.
Kaim levanta la cesta de verduras con ambos brazos mientras ignora la estupefacción de la mujer
Echa otra larga mirada al atardecer.
-¿Adónde irás si te marchas, Kaim?
-No lo sé. A cualquier parte.
-¿Vas a seguir vagando así?
-No tengo un hogar al que volver –dice Kaim.
Con la cesta sobre sus hombros, comienza a bajar la colina.
Su espalda brilla al rojo del ocaso. 

Lost Odyssey: Mil Años de SueñosNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ