Consiguió librarse de una mano, se limpió las lágrimas con cuidado y pasó las yemas de los dedos por los labios entreabiertos de él. No pudo evitar sentir que se había equivocado. Se había equivocado terriblemente. "Solo soy un nuevo nombre en la lista de conquistas de Hell Capobianco", pensó, "Y como un nombre más, no tardará en sepultarme bajo nuevas desconocidas a las que enamorará y romperá el corazón". Pero equivocarse sabía tan bien.

Había algo en el rostro de Hell observado de cerca que la llevaba a la confusión. Algo había cambiado, algo que no había notado desde su vuelta. Tenía ojeras oscuras bajo los ojos azules y un pequeño corte a la altura de la ceja derecha ya cicatrizado. Se revolvió inquieta al pensar que Hell hacía mucho que no dormía. No del todo. "¿Qué ocurre? ¿Qué te atormenta de este modo?" Acarició su mejilla hasta su cuello. ¿Continuaría ese mafioso molestándolo? ¿Qué había pasado en aquel año para tenerlo tan cerca y no acabar de reconocerlo? "Es Hell, pero no es Hell. Algo lo aterra aunque intente ocultarlo. Puedo sentirlo."

En aquel preciso instante, fue consciente de que nunca más podría reponerse. Fue una corriente eléctrica que la recorrió de arriba a bajo y que le transmitió una oleada de pánico. No le importaba ser una más de la lista de Hell. No le importaba compartirlo; siempre podía deshacerse de las demás. No le importaba que la quisiese a medias. No le importaba que desapareciese y apareciese cuando le apeteciese.

Solo quería tenerlo cada cierto tiempo, cuando él decidiese. Podría vivir con una distancia temporal, pero no definitiva después de aquella noche. Después de que la besase de forma delicada. Después de que acariciase cada parte de su cuerpo hasta hacerla estremecer. Después de que se introduciese en ella casi con respeto. Después de sentir que nunca jamás volvería a estar tan unida a alguien como lo estaba a él en ese instante. Después de ver galaxias en sus ojos.

-Gracias – susurró dándolo un beso -, porque sé que no me quieres, pero me tratas como si así fuera.

Hell la acercó más a él si era posible por el contacto de sus labios pero no se despertó. Su móvil sonaba en algún lugar de la habitación, en el bolsillo de su chaqueta. Era increíble cómo era de profundo su sueño.

Kiara se deshizo de su amarre con cuidado al principio, luego recurrió a la fuerza bruta. Tropezó con su propia ropa hasta llegar al lugar preciso. Era un número privado.

-¿Sí?

Lo que siguió a continuación fue algo surrealista. Aquel tipo al otro lado de la línea, fuese quién fuese, estaba amenazando e insultando a Hell. Hablaban sobre Aya, sobre habérsela llevado de repente. Iba a pagarlo muy caro, decían, con su jefe no se jugaba. Estaba diciendo semejante sarta de barbaridades que no pudo sino cortar de inmediato.

-No, escúchame tú a mí – murmuró con voz tensa -. No vuelvas a llamar a este número. No vuelvas a intentar comunicarte con Hell. Dile a tu jefe que le rajaré el cuello si le toca un solo pelo. Lo juro por Dios.

Colgó. Miró la cama de nuevo. Hell había notado su ausencia porque ahora tenía el rostro levemente crispado. "Oh, vida, ¿desde cuando estás soportando esto?" Si se había marchado de casa, había sido por ellos. Tal vez había pensado que las amenazas podrían llegar a cumplirse y que lo mejor era marcharse por un tiempo. Esos matones habían dejado bastante claro en el callejón el día de la boda de los Wolf que podían hacerle mucho daño. Podían acabar con él, no importaba lo bien que se le diese boxear y lo mucho que presumiese de ello. Y ella solo había empeorado la situación cargándoselos. "Hell Capobianco hace años que debería estar bajo tierra. Que siga vivo a estas alturas es solo cuestión de suerte. Pero la suerte se acaba", esas habían sido las palabras de Rhett Capaldi que ahora tanto la atormentaban. ¿Se le habría acabado la suerte? ¿Podía eso ocurrir?

Éxtasis (Saga Adrenalina II)Where stories live. Discover now