A diez horas del celo, ya era noche cerrada y había hecho una cena rápida y ligera, porque no tenía demasiada hambre. Mascaba una pieza de fruta y miraba a Yeonjun con una expresión aburrida y un tanto frustrada. El alfa había empezado a exhibirse delante de mí, o algo similar. Más bien, decir que se «exhibía» era una interpretación mía de lo que realmente estaba sucediendo.

El salvaje había comenzado a dejarse ver y a estirarse, como si estuviera haciendo sus ejercicios matutinos: arqueaba la espalda, tensaba los brazos y las piernas, erizaba la cola... pero después se dejaba caer, revolviéndose en el suelo y mirándome con una leve sonrisa en los labios. Me recordaba muchísimo a un enorme gato con ganas de jugar, pero uno que, nada más acercarte, huía corriendo.

Si no te acercabas, sin embargo, seguía revolviéndose, moviendo la pesada cola y quitándose la ropa hasta quedar desnudo. Y si decidías no prestarle atención, ronroneaba cada vez más alto o, simplemente, se acercaba lo suficiente para tirar algo al suelo y obligarte a mirarle.

—Te juro que me estás enfadando muchísimo —le dije.

A ocho horas del celo, ya estaba tumbado en el mar de mantas y almohadas que era la cabaña.

Esperaba conseguir dormir un poco y no pasarme la noche en vela, pero sería difícil conseguirlo con un Yeonjun que no paraba de nadar bajo las sábanas y tirar del libro que intentaba leer.

El salvaje, con su cabeza cubierta por una manta, volvió a acercar la mano a la novela, muy lentamente, casi como quisiera provocarme.

—No. Yeonjun ... No —le dije, cada vez más serio y cortante.

Pero al alfa le dio igual, con un rápido gesto, terminó arrancando la novela de mis manos para llevársela con él al extremo de la cabaña y tirarla por al ventana abierta.

—¡Yeonjun! —rugí.

El salvaje se rio y salió de debajo de la manta para revolverse entre las almohadas, desnudo y sonriente. Ahora que volvía a tener toda mi atención, se estiró, me enseñó su precioso y musculoso cuerpo cubierto de vello atigrado y terminó rodando para ponerse cara a mí, con las piernas bien abiertas.

No tenía la polla del todo dura todavía, pero llevaba una hora o así con ella más hinchada de lo normal. Lo que sí había sufrido un cambio significativo eran sus huevos, visiblemente más grandes y llenos, como dos melocotones de pelaje níveo y suave.

Nada ni remotamente similar al desproporcionado cambio de los bovinos, pero se notaba que el cuerpo del salvaje se estaba preparando a conciencia para darme todo el semen que hiciera falta. Quizá fuera eso lo que su mente idiotizada quisiera mostrarme.

—Sí, tienes unos cojones preciosos —asentí, con la esperanza de que eso le calmara un poco. Yeonjun se sonrojó y sus mejillas se volvieron del color del carmín sobre su espesa barba. Se mordió el labio inferior con sus dos grandes colmillos de carnívoro y, con esa expresión tan tonta en el rostro, se acercó de vuelta a mí para revolverse entre unos cojines cercanos.

—¿Por qué no duermes un poco y te relajas? —pregunté, abriéndole la manta con la que me
tapaba.

El alfa no dejó de mirarme y no se movió. Con un suspiro de cansancio, negué con la cabeza y me recosté, cruzándome de brazos en la penumbra.

Echaba mucho de menos a ese Yeonjun drogado y sedado del primer celo, aunque, para ser sinceros, era lo único malo que podía decir hasta el momento de toda aquella experiencia.

Por mi parte, todo había ido mejor que nunca: sin ataques de ansiedad, sin nerviosismo, sin taquicardias ni sudores fríos. Notaba una extraña sensación en el abdomen, una especie de cosquilleo acompañado de una sensación de excitación y una absurda cantidad de líquido omegático. Había tenido que quitarme los pantalones a media tarde solo para no seguir manchándolos. Pantalones que Yeonjun robó antes de salir corriendo y riéndose. Lo que había hecho con ellos, era todo un misterio.

Un omega diferente | YeongyuWhere stories live. Discover now