El segundo celo

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El segundo celo que pasé con Yeonjun en La Reserva fue el mejor de mi vida, aunque eso no fuera
difícil.

La diferencia entre este celo y todos los anteriores, o el primero que pasé con él, no fue el acto en sí; prácticamente igual a la primera vez; sino por el antes y el después. La antelación y el desenlace del mismo.

Comenzó con una escalofrío que recorrió toda mi columna vertebral y me erizó el vello del cuerpo, los bigotes y la cola. Me revolví un poco y solté el aire por los labios. Yeonjun , no muy lejos de mí, recogiendo los restos desperdigados que quedaban del gallinero, volvió la cabeza al momento y sonrió.

—Ya empieza... —ronroneó.

—Sí, eso parece —murmuré en respuesta antes de continuar barriendo las plumas y lo que quedaba de las pobres aves, únicas víctimas del ataque explosivo.

—¡Voy a prepararlo todo! —exclamó, muy emocionado y sonriente, mientras saltaba entre los huecos como un niño a punto de celebrar su cumpleaños.

—Vale. Sí...

A esas alturas era cuando normalmente empezaba a ponerme muy, muy nervioso. Entre las veinticuatro y dieciocho horas previas me angustiaba, empezaba a sudar y no paraban de darme pequeños ataques de ansiedad. Sin embargo, en aquella ocasión solo empecé a sentir un leve cosquilleo en el vientre, una cálida anticipación de lo que se avecinaba. A media mañana comencé a mojarme más de lo normal y Yeonjun empezó a perder la cabeza.

Me preparó un café quemado, con un buen poso de grano molido en el fondo y una rama de canela sin cortar. Cuando quise preguntarle qué cojones había pasado, vi al salvaje de cuclillas a mi lado, mirándome fijamente con sus ojos de jade y oro, sonriendo como un maníaco y agitando su cola de tigre de un lado a otro hasta dar graves golpes sobre la madera del suelo al final de cada recorrido.

—No malgastes café si no estás en condiciones, por favor —le pedí.

Yeonjun asintió muy lentamente y, de pronto, produjo una risita tonta de quinceañera antes de taparse los labios con una enorme mano de garras negras.

—Qué bien hueles... —jadeó en voz baja.

Entonces volvió a emitir aquella risita tonta, se cubrió la boca como si hubiera dicho algo totalmente vergonzoso y, para terminar, se sonrojó.

Lo más sorprendente no fue eso, sino que, tras todo aquello, salió corriendo para trepar a uno de los árboles y esconderse entre las ramas. Mirándome entre las hojas, volvió a reírse.

—Madre mía... —murmuré—. Dime que esto es culpa de la cuenta, por favor...

El cuerpo del alfa había comenzado a reaccionar al mío, a la absurda cantidad de feromonas que yo estaba emitiendo debido al celo; pero la primera vez solo le había sedado y calmado. En esa ocasión, parecían haberle vuelto completamente subnormal.

Yeonjun no paraba de seguirme y espiarme, siempre escondido en algún lado. O, al menos, eso creía que intentaba, «esconderse», porque parecía haber perdido todas sus increíbles habilidades para la sutileza. El salvaje se agazapaba como un niño entre la maleza, detrás de los árboles o entre las cajas y barriles; demasiado grande como para taparse del todo, siempre sorprendido cada vez que le lanzaba una mirada y le veía volver a esconderse y le oía reírse.

—¡Para ya! —terminé gritándole—. Me estás poniendo los pelos de punta, joder.

Pero no paró, de hecho, solo fue a peor.

A doce horas del celo, empezó a aparecer de pronto, de cualquier lado, y me daba un beso o un abrazo sorpresa antes de salir corriendo, agitando las manos en alto hasta volver a desaparecer entre la maleza susurrando: «mi omega, mi omega».

Un omega diferente | YeongyuМесто, где живут истории. Откройте их для себя