Pero la pregunta era: ¿quería ir yo al Pinar? Era un núcleo de población importante, sin embargo, no estaba del todo seguro de cómo me recibirían allí o cómo me tratarían. Si intentaban apresarme, herirme o... incluso utilizarme para reproducirse; habría sido un error estúpido por mi parte ir directo a la trampa. Yo podía sobrevivir perfectamente en el bosque, buscar refugio, explorar sin ser visto y sin llamar la atención. Aquélla no...

—¡Hola! —oí de pronto.

Alcé la mirada del mapa al instante, sintiendo como el corazón se me detenía en el pecho.

Un hombre estaba fumando tranquilamente en pipa a apenas cinco metros de mí, cubierto de la lluvia bajo un rudimentario paraguas hecho con madera y algún tipo de tela. No le había oído acercarse, ni siquiera le había olido, y mis sentidos eran prácticamente infalibles. Sin embargo, la sorpresa de haber sido sorprendido de aquella manera fue sustituida rápidamente por lo desconcertante de la imagen que tenía ante mis ojos.

Aquel hombre parecía sacado de una serie de dibujos animados infantiles; su ropa, su pelo, su cuerpo rechoncho, la forma en la que fumaba su pipa y el estúpido paraguas que sostenía en su mano. Lo más increíble de todo era que, aquel hombre tan caricaturesco, era un tan temido y aterrador alfa.

El primero que había visto en mi vida.

¿Cómo lo reconocí? Porque, ellos, al contrario que nosotros los omegas, cruzaban más allá la línea entre lo humano y lo bestial.

No se trataban solo de unos lindos bigotes, unos cuernos o una cola peluda, sino de una extraña y perturbadora mezcla entre ambos mundos. Este alfa en cuestión parecía «una cabra montesa».

Como un fauno; pero no de los sexys con el pecho al descubierto que tocaban la flauta de pan, sino de los que daban un poco de miedo. Tenía grandes cuernos de carnero brotando de su cabeza y una anormal cantidad de vello cubriendo todo su cuerpo. No tenía un morro ovino ni los ojos separados, pero sí una nariz chata y afilada que se unía con una línea oscura a sus labios finos y casi inexistentes. Entonces llegaba lo gracioso: su larga perilla decorada con abalorios que le llegaba hasta casi el final de su abultada barriga, sus gafas finas y redondas de Harry Potter y su ropa de corte medieval, con chaleco, camisa de lana gruesa y pantalones de cuero basto.

—Eres Beomgyu, ¿verdad? —me preguntó entonces, acercándose un par de pasos sobre la hierba mojada—. El chico nuevo.

Entreabrí los labios pero no conseguí decir nada al principio. Había barajado y descartado más de cien veces la posibilidad de salir corriendo, pero me había quedado porque aquel alfa parecía de todo menos amenazante y, lo más importante, era demasiado mayor y estaba en demasiada mala forma física como para poder perseguirme en caso de que necesitara escapar.

—Beomgyu—le corregí en voz tan baja que dudaba que hubiera podido oírme—. Beomgyu—repetí más alto, acentuando el final de mi nombre.

—Oh, perdona —se disculpó con una sonrisa de dientes algo torcidos bajo sus inexistentes labios —. Solo lo nombraron una vez y debí entenderlo mal. Aunque no me dijeron que eras tan grande, de eso me hubiera acordado —y sonrió más, como si tratara de romper el hielo con bromas tontas.

Forcé una sonrisa, tan solo con la comisuras de los labios, y, discretamente, dejé la brújula en el bolsillo de mi pantalón en el que también guardaba la navaja multiusos. No sabía lo que el alfa consideraría «tan grande», porque yo medía poco más de un metro setenta y estaba por debajo de la media de los hombres beta. El único que parecía «grande» allí, era él; que me sacaba diez centímetros de altura y, probablemente, sesenta kilos de peso.

—No lo sé —reconocí antes de soltar un leve jadeo de risa contenida y encogerme levemente de hombros—. Perdona, pero los betas no me han dicho que vendrían a recogerme. ¿Tú eres...?

Un omega diferente | YeongyuМесто, где живут истории. Откройте их для себя