Darren tiene varios tatuajes, he visto algunos de ellos en sueños, pero el más llamativo es ese sin duda: Las manos esqueléticas que lo abrazan por la espalda, le reptan por la base del cuello como lo haría una serpiente al enroscar a su presa y clavan sus afiladas falanges sobre la nívea y delicada piel que le cubre la yugular. No sé si es el juego de luces y sombras que la tinta interpreta sobre su piel o el diseño general del tatuaje, pero el resultado es escabroso, incluso retorcido.

Le tiendo la mano, apartando la vista antes de que note el esmero con el que mis ojos resiguen su piel. Me siento como una niña con un juguete nuevo: Entusiasmada. Trato de no detenerme en lo triste que es que toda mi motivación actual por vivir dependa de acosar en el mundo real a las personas que veo en sueños. De hecho lo categorizaría como aplastante y avasalladoramente triste.

—Eider, me llamo Eider.

Pero no tengo intención de pararlo.

*

La bóveda celeste posee un tono azabache tan oscuro cuando salimos de la exposición que me recuerda a las plumas de un cuervo. No hay una sola nube impidiendo el resplandor de la Luna, que se alza grandiosa en el centro del paisaje, y la brisa es gélida, pero soportable.

—¿Ves ese de ahí? El del cabello rojo —Kim me dio un codazo bajo para llamar mi atención. Su dedo acusador señala a uno de los jóvenes artistas con lo que Darren está hablando, a unos metros de distancia de nosotras— Pues es un gilipollas. Uno con mucha pasta, pero un gilipollas al fin y al cabo. Se me lanzó borracho como una cuba después de una inauguración, tenía más manos que un pulpo.

—Espero que le dieras una buena tunda.

—Lo empujé e iba tan ebrio que se cayó y partió el labio.

—Me encanta cuando las cosas salen bien —Sonrío aún con los brazos cruzados bajo el pecho.

Nos quedamos donde estamos unos minutos más, únicamente amparadas por el manto estrellado del cielo.

Observo a la chupipandi de excéntricas personalidades con las que Darren está conversando (y de las que sé su guion vital gracias a que Kim les ha hecho un traje a medida). Todos eran artistas de élite o influencers invitados a la exposición, aunque era evidente teniendo en cuenta las apariencias variopintas de todos ellos y el hedor a arrogancia que despedían. Era como si necesitaran dejar en evidencia la cantidad de ceros que cosechaban sus cuentas bancarias.

Lo veo debatir de forma puntual con alguno de ellos, casi sin inmutarse. Sus despampanantes ojos los miran con cierto aletargamiento a través de las gafas, mientras los escucha con la atención justa y ese posado de indiferencia tan propio de él: con una postura indolente y las manos metidas en los bolsillos dejando en claro que lo que le dicen le importa, pero no demasiado.

Después de un rato de cháchara, se despiden y Darren se acerca a nosotras dando tumbos con aire disperso.

—Creo que con esto has sobrepasado tu capacidad para socializar en lo que queda de año —bromea Kim al verlo llegar.

—No se callaban ni debajo del agua —Resopla pasando de largo.

—Son gajes del oficio, ya lo hemos hablado varias veces —Se le acerca por detrás y le da un par de palmaditas esperanzadoras en el hombro—. No te queda otra si quieres seguir dedicándote a esto.

Chasquea la lengua como si sintiera apatía por el uso de las palabras. Lo imagino pintando, envuelto por ese aura taciturna que lo acompaña allá donde va, esgrimiendo un pincel como arma contra la tela virgen de un lienzo.

—En fin, ¿y ahora qué? ¿Salimos a celebrar este nuevo éxito? —El vigor de Kim es tangible.

—Ni hablar —responde Darren, cortante, y ella alza las cejas como si le resultara impensable recibir una negativa. Yo me limito a ver cómo se desarrolla el panorama— ¿Qué? No, no pongas esa cara. No vamos a ir a ninguna parte. Estoy exhausto.

*

Si he aprendido algo esta noche es que Kimberly goza de una capacidad innata de convicción. Es alucinante cómo doblega la voluntad de cualquiera, incluso la de Darren que visto está que no es un hueso fácil de roer. A decir verdad, eso no hace más que multiplicar los interrogantes que ya tengo, pero mi vida es tan soporífera sin esa dosis de emoción que me niego a desvelarlos de golpe.

La insistencia incorregible de Kim nos ha llevado hasta la barra de un bar que, al parecer, ellos ya conocían. Llevamos dos rondas de Jagger y, frente a nosotros, tenemos una tercera de tequila. Hay un chupito de tequila por cabeza.

—¿Haces los honores? —me insta ella pasándome la sal.

La cojo y me vierto un poco sobre el dorso de nuestras manos. Brindamos con torpeza, nos lamemos el resto salado en la piel, bebemos de un trago el contenido y lo acompañamos del mordisco pertinente a la rodaja de limón.

—Esto está durísimo, Daniel —Darren se aparta el chupito de los labios como si el recipiente le quemara. Una mueca torcida le arruga las facciones—. Voy a palmarla si me bebo el resto.

—No haber vendido los cuadros, amigo.

Según Kim, íbamos a tomar una ronda por cada cuadro vendido.

—Las facturas no se pagan solas, y el alquiler tampoco por desgracia.

—¡Bah, anda que te van a preocupar a ti las facturas con el éxito que estás cosechando! Recuerdo hace unos años, cuando me pagabas las cervezas contando uno a uno los centavos del monedero, quién lo iba a decir entonces que eras sólo un corderito recién salido de Bellas Artes.

—La verdad es que sí que iba pelado de pasta.

—Estoy seguro de que si me pongo a echar cuentas de lo que me dejabais a deber los fines de semana aún rascaría algo.

—Por si acaso no te pongas a ello, no vaya a ser que tengas razón.

Darren le da un par de palmadas en el hombro, bromeando, y Daniel se aleja de nosotros entre risas para atender al resto de clientes que esperan tras la barra.

—Ignoraba que supieras ser simpático —comento entre tanto me distraigo haciendo rodar el vaso con el dedo.

—Soy una caja de sorpresas —asegura con socarronería y una dura carcajada sale disparada de mi boca, como un arma de fuego. Me dedica una mirada de soslayo desde su prominente altura—. ¿Hoy no vas a tirarme ninguna copa encima?

Me volteé de forma mecánica planteándome si era estúpido o sólo se lo hacía y dudé de sus intenciones al notar cierta picardía en su mirada.

—¿Estás retándome?

—Sí, te estoy retando. Quiero ver hasta dónde estás dispuesta a llegar —Se recuesta en la barra sin perderme de vista—. ¿Y bien?

El oxígeno no me llega al cerebro por una milésima de segundo. Tiene una sonrisa de media luna colgando de los labios que me ataca los nervios. Quiero pensar que probablemente se deba a que estoy un poco borracha.

—Hasta donde tú quieras —Me apoyo en el mostrador dominada por la falsa seguridad que me brinda el alcohol y, sin meditarlo más de una fracción de segundo, añado—: Dime con qué sueñas y veremos qué puedo hacer al respecto.

Es instantáneo, la sonrisa se le petrifica en los labios y empieza a caerse a pedazos. El océano que habita en sus ojos me observa como si yo fuera un navío fantasma.

El silencio se instaura entre nosotros y yo no me atrevo a romperlo; estoy absorta por el modo en que me observa, como si fuera una ilusión. De repente, los acordes de una nueva melodía resuenan por el local y, entre el gentío, Kim aparece brincando al ritmo de la música.

—¡Dios, cuánto amo esta canción!

Nos coge por el brazo y tira de nosotros hasta que la multitud nos engulle a los tres.

Llueven sueños sobre Main StreetDonde viven las historias. Descúbrelo ahora