Capítulo 5 |

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Me levanto de la cama de un sobresalto y dejando mi sudorosa silueta dibujada en las sábanas

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Me levanto de la cama de un sobresalto y dejando mi sudorosa silueta dibujada en las sábanas. Al abrir los ojos me encuentro ante la cotidiana familiaridad de mi habitación, pero eso no consigue relajarme ni un poco. De hecho, necesito un buen lapso de tiempo antes de conseguir regular mi respiración, que sigue agitada por el sueño en el que me he escurrido esta noche.

Me llevo la mano al pecho. El corazón me galopa como si me hubiera pinchado un jeringazo de adrenalina y los latidos de este me retumban en las sienes con tal vigor que parecen estar puestos en altavoz.

Al parecer, Darren se quedó con mi cara anoche, porque ha soñado conmigo. Concretamente, con mi muerte. En cualquier otra ocasión agradecería que alguien quisiera acabar ya con mi sufrimiento, pero no ahora. Quiero decir, ayer mismo encontré un motivo por el cual levantarme con menos ganas de extinguirme por las mañanas, así que no veo oportuno acabar bajo los neumáticos de ningún coche todavía.

En el exterior de la habitación, oigo al torbellino de mi compañero de piso acercarse. Tan solo un par de segundos después, la puerta se abre y Adrik irrumpe en el cuarto como suele hacerlo. De forma estrepitosa y salvaguardando su desnudez únicamente con unos calzoncillos.

—¡Eider, ¿estás bien?! —Lo observo con el mismo entusiasmo que me despierta la vida a primera hora de la mañana: ninguno— Te he oído gritar.

Paladeo el silencio unos instantes y noto cómo un sudor frío se me desliza por la nuca.

—¿Qué habíamos dicho de esto de ir semidesnudo por casa? —le recuerdo.

—¿Que es un espectáculo para la vista?

—No. Bueno, sí —resoplo y a él le aparece una media Luna en los labios—, pero dijimos que a partir de ahora no iríamos en pelotas para evitar situaciones incómodas.

—A mí no me genera ninguna situación incómoda —concluye—. Además, estos bóxers me los regalaste tú por Navidad, ¿qué problema hay?

Revoloteo las pestañas. Adrik lleva puestos los bóxers rosas con dibujos de berenjenas que le regalé las navidades pasadas, lo cual es evidentemente un problema porque dejan poco o nada a la imaginación y le marcan un paquete enorme en el que, ya de por sí, intento no fijarme.

—¿Cómo te sentirías tú si yo fuera en pelotas por casa? —contraataco mientras finjo no ver por el rabillo del ojo el pedazo de trompa de elefante que tiene entre las piernas.

—¿Agradecido con el Señor?

Le lanzo una de las almohadas y él se cubre la cara sin parar de reírse.

—¡Eh, agresiva!

Me devuelve el almohadazo sin pensar en que él es un gigante de casi dos metros de alto y tiene una fuerza en los brazos digna de la cantidad de horas que se pasa en el gimnasio, mientras que yo soy una blandengue que el único ejercicio que hace entre semana es el de levantarse de la cama, porque los findes ya ni hago el intento.

Llueven sueños sobre Main StreetDonde viven las historias. Descúbrelo ahora