4 Las mejillas de Lola

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Rentabilidad
La supervisora de servicios escolares sólo atendía casos excepcionales. El mío lo era.
-Otra vez quieres cambiarte -expresó exenta de todo fervor, casi con hastío-. ¿Y ahora, por qué?
-Bueno, profesora, mire, he pensado mucho en mi vocación. Creo que no soy bueno para las matemáticas. Aunque si uno se esfuerza, claro, pues todo se puede ¿verdad? Tampoco, ya lo pensé bien, me atrae aprender de memoria los códigos legislativos. Eso es aburrido. Necesito algo más moderno que me permita interactuar con gente y sobre todo, ayudar. Eso es lo que busco. Ayudar. -¿Cómo? -¡Quiero ser cirujano plástico! -Ajá... -se llevó una mano a la cabeza y usó los dedos como peine improvisado para acomodarse el cabello-. Te inscribiste en la Facultad para cursar ingeniería, a los seis meses solicitaste cambio al área de leyes. Ahora quieres ser médico. ¿Mañana aspirarás viajar al centro de la Tierra?
-No se burle. He pensado que convertirme en cirujano plástico sería prestigioso y lucrativo. -¿De verdad? ¿Lo viste en televisión?
Enrojecí. En efecto. Me había hecho asiduo a una nueva serie cuyos personajes se volvieron ricos gracias a la usanza de mujeres, aunque hombres también, que invertían grandes sumas sometiéndose a operaciones de embellecimiento. Desde la lona traté de dar mis últimas patadas. -Elegir carrera es una decisión crucial. ¡Debe hacerse con cuidado! -Sin duda alguna, Uziel. Sin duda alguna. Por eso no voy a autorizarte otro cambio hasta que hagas el análisis fundamental. Eso te dará un panorama más completo y podrás considerar pros y contras para que estés bien seguro.
-Ya tomé el curso donde se hace ese análisis.
-Pues vuelve a tomarlo y hazlo de nuevo, ahora a conciencia. Déjame llamar a la profesora encargada. Espera.
-No hace falta. Si quiere yo voy a verla. -Prefiero evitar el riesgo de que lo olvides. Levantó su teléfono y dijo cosas que no escuché. Habló en voz alta, pero yo desconecté los hilos de mi atención. ¿Quién se creía esa mujer? ¿Por qué no seguía mis instrucciones y punto? Era yo, no ella, quien decretaba sobre los derroteros de mi vida.
Viendo esa escena en retrospectiva detecto que mi verdadero problema era de actitud. Nada me satisfacía porque tenía baja autoestima y pésima disposición para esforzarme.
A los pocos minutos entró una profesora de piel rojiza y mejillas muy abultadas. Ambas mujeres charlaron. Sólo oí las conclusiones.
-A este joven le negaré el cambio que solicita en tanto usted, profesora, no me haga llegar una carta aprobatoria de la decisión; guíelo en el análisis fundamental.
La mujer carirredonda me llevó a su oficina. Sus mejillas eran singulares. Parecía como si se hubiese injertado dos pelotas de esponja debajo de los ojos.
-Soy la maestra Lola. Puedes tutearme. Vamos a trabajar juntos.
La observé sin interés. Sus enormes mofletes la hacían parecer obesa sin que lo fuera.
Me entregó un material impreso para que lo estudiara. Eché un vistazo a las hojas. Demasiada información. -¡Qué flojera. Lola! -¿Cómo dices? -Me dijo que podía tutearla. -Sí, eso no me molesta, pero ¿por qué dices «qué flojera»? -¡Son muchas opciones! ¿Cómo voy a elegir entre tantas? -Descartando por grupos, como cuando vas a un restaurante en el que hay muchísimos platillos. Primero te preguntas si apeteces carne, pescado, pollo o vegetales, eliges un grupo y de ese un subgrupo, y así hasta llegar al platillo ideal.
Hojeé el material. Revisé los grupos de mi interés. Ingeniería, leyes y medicina. Eran dispares. Cada uno exploraba perspectivas casi opuestas. ¿Y si buscaba otro? Total, si no me gustaba podría volver a cambiarme después. Se lo insinué a Lola y ella esbozó una sonrisa entre irónica y vanidosa que la hizo parecer más esférica. Comenzó un discurso que no quise atender.
-Necesitas desarrollar una cualidad importantísima de la que careces. Se llama conciencia de elección definitiva. Elige lo mejor que puedas y después ve hacia delante hasta las últimas consecuencias. La carrera es como un matrimonio. Cuando alguien se casa pensando en divorciarse, seguro lo hará. Convéncete de que tu decisión profesional es para siempre.
-¿Y si de todas formas me doy cuenta que lo mejor es divorciarme -enseñé los dientes en una caricatura de sonrisa-, de mi carrera, quiero decir?
-Si te divorcias, de tu carrera, también quiero decir -ella no sonrió-, podrás seguir dos caminos: buscar otra a la que eventualmente también hallarás defectos y de la que querrás separarte de nuevo; y segundo, quedarte sin carrera para siempre. ¿Cuál te gusta? -Pues me gustaría -insistí con chocante mordacidad-, ¡buscar hasta hallar a mi media naranja!
-¿Aunque para entonces ya seas abuelo? -Claro ¿eso qué importa?
-No, Uziel. Hay decisiones cruciales que tienen un tiempo límite. Estás en el punto crítico de tu vida, no puedes darte el lujo de distraerte. Elegir con quién casarse, dónde vivir, qué carrera estudiar, dónde trabajar y muchas otras cosas importantes, debe hacerse con cuidado y método. Si sigues, negligente, dando tumbos, tu vida llegará a un estado de caos. Además, los antecedentes de inestabilidad profesional son muy mal vistos. Pocos empresarios quieren contratar a un joven que hizo dos años de arquitectura, dos de música y
uno de cocina sin terminar algo. -Ah -volví a hojear el mamotreto tomando todo a la ligera; hallé una lista de requerimientos que supuestamente las personas que buscan ocupación deberían revisar; mi vista se detuvo en uno de los puntos explicados-. ¡Esto me gusta! -leí-. Rentabilidad. La rentabilidad es la capacidad que tiene algo para generar beneficios económicos. Los negocios rentables producen más ingresos que gastos. La rentabilidad es un índice que mide la relación entre utilidades y la inversión de recursos que se utilizaron para obtenerlas. Un empleo o carrera es rentable si nos permite generar ingresos a cambio de una inversión razonable y sana de trabajo. Nuestra ocupación debe cumplir con varios requisitos, uno de ellos es que sea rentable. De nos serlo, comenzaremos una larga lucha por subsistir que hasta puede apartarnos de nuestra verdadera vocación. La elección de empleo, empresa o carrera tiene que ser el camino que nos lleve a hacer lo que nos gusta, para obtener lo que siempre hemos deseado tener. Eso es rentabilidad.
Leí entonando de manera exagerada. La maestra Lola me dejó terminar la lectura, después con voz apacible remarcó:
-No pierdas de vista que el análisis fundamental habla de que tu ocupación debe tener diez características. ¡Diez! La rentabilidad es sólo una de ellas. -¡Pues para mí es la más importante!
-Uziel, todo el mundo quiere más dinero, pero los recursos monetarios sólo le llegan a las personas fuertes. ¿Quieres generar riqueza en tu ocupación?, no busques dinero ¡mejor hazte fuerte!
Entrecerré los párpados en ademán desafiador. Lola me quitó el legajo para hojearlo. Ahora fue ella quien leyó en voz alta.
-La fortaleza es la virtud de la convicción, el compromiso y la acción. La fortaleza nos permite resistir y acometer. Los vicios que se oponen a la fortaleza son el miedo, la indolencia y la comodidad. El miedoso
siempre quiere escapar. El indolente (in=no, dolente=dolor; el que no quiere sentir dolor), es frío, flojo, quejumbroso. El comodón (el que es amante de la comodidad), sólo piensa en su bienestar -cerró el material y lo acarició con un mohín de chocante misticismo-. Este concepto es oro puro -reiteró-. Uziel, espero que no te enojes por lo que voy a decirte. Muchos, como tú, comienzan la lectura de libros, se inscriben en cursos y participan en competencias, pero dejan todo a medias. Abandonan sin terminar ninguna meta. Son indolentes, miedosos y comodones. Eso genera pobreza. Si quieres ser fuerte, practica la autodisciplina. Aprende a decir «no» a los escapes y la comodidad. No desistas. No te rindas. No sucumbas a la tentación. No renuncies a tus sueños... Hoy en día muchos padres dicen a sus hijos a todo que sí. ¿El resultado? Los hijos se vuelven débiles. Antes de un maratón o triatlón, el competidor se prepara mentalmente para resistir, incluso para sufrir. Sabe que debe ser fuerte. Terminar la competencia es una prueba de fortaleza. Física y mental. La vida también: Terminar los ciclos es una práctica exclusiva de los fuertes. Nadie sale de una situación adversa, se recupera de una caída, acaba una carrera profesional o logra objetivos sublimes, siendo débil.
-Está bien, está bien -estallé con puerilismo trivial-, no acabo lo que empiezo y me gusta la comodidad. ¡Lo reconozco! -la reté-. Según usted, que sabe tanto, no tengo remedio ¿verdad? ¡Estoy destinado a ser pobre!
Detectó mi cinismo. Sabía que no la tomaría en serio. Aún así, quiso hacer un último intento. Esta vez cambió de tono y estrategia. Me relató un cuentito.
-En tiempo de luchas entre güelfos y gibelinos, un rey güelfo capturó a su adversario, le quitó su castillo y lo encerró en la torre más alta. Pasaron los meses. Al
esclavo le creció el pelo. Se arrancó cientos de cabellos y los amarró. Luego tomó un papel sucio, escribió algo con un carbón. Lo ató a la hebra de cabellos y lo dejó caer al vacío. Hizo señas desde la ventana. Su esposa se acercó a la torre y vio el papel que decía amarra un hilo. Ella corrió a la casa, por un hilo de algodón que ató al cabello. Él lo jaló. Luego subió otro hilo más grueso cada vez, hasta que subió una soga. El esclavo escapó. Abajo lo esperaban sus amigos. Reorganizó el ejército, volvió por sorpresa y recuperó su reino. Uziel, compréndeme. Sólo se necesita una hebra de intención para amarrar de ella una cuerda de fortaleza. ¿Quieres ser fuerte? Empieza por lo simple. Termina ciclos sencillos. Ve menos televisión, prepárate más y quéjate menos. La fortaleza es un propósito que requiere ser decidido y una práctica que requiere ser ejercida. Hazte fuerte.
Soplé apretando los labios. El cabello de mi frente revoloteó unos segundos. Luego emití un breve mugido. -Mmh. -Uziel, así como la sociedad discrimina a los inestables, también discrimina a los débiles de carácter. Los margina. Los trata mal. ¡Les paga mal! -A mí la sociedad no me hará eso.
-Ojalá -se puso de pie y me tendió la mano dibujando una hemisférica sonrisa-. ¿Nos vemos mañana en el seminario? -Tal vez.
Salí corriendo. A las puertas de la universidad hallé un desvencijado taxi colectivo. Me subí. Si me daba prisa, podría comer con Lucy.
Llegué a las oficinas de la municipalidad y vi que mi novia aún trabajaba. La esperé en la puerta del corredor. Era una chica de cuerpo llamativo y mirada cálida. Años atrás se inscribió en un movimiento de política juvenil y cuando su partido ganó las elecciones locales fue empleada como secretaria en el Ayuntamiento de la ciudad. No contaba con oficina propia. Laboraba en uno de los viejos escritorios apretujados del pasillo principal por el que desfilaba mucha gente.
En pocos minutos observé cómo varios hombres le hicieron insinuaciones procaces. Ella ignoró a la mayoría, pero en uno de los casos siguió el juego. Devolvió la insinuación y ambos rieron. El sujeto se sentó sobre el escritorio de Lucy y coqueteó con ella. -Oye ¿quién es ese tipo? -le pregunté a la primera secretaria del pasillo. -Es nuestro jefe. Fugeiro.
Caminé despacio, sigiloso. Cuando mi novia me vio, tomó uno de los papeles sobre la mesa y fingió que discutía con su superior sobre el legajo.
-Buenas tardes -dije.
-Hola -respondió-, licenciado Fugeiro, le presento a Uziel.
El hombre me saludó, brincó al suelo y volvió a su despacho. Era el único que contaba con oficina.
Lucy seguía como turbada. -¿Vamos a comer? -le pregunté. - si. vamos.

DECISIÓN CRUCIALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora