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Inglaterra, 2004.

Anna miró a su madre con frialdad, dándose cuenta del dolor y la culpa que portaba su rostro. Pero era demasiado tarde. Su madre había destruido lo poco que existía de la relación que tenían. Y aunque en ese mismo instante se arrodillara a suplicar perdón, y detuviera todo lo que iba a pasar, para Anna ya era tarde.

- Annie, cariño – murmuró acercándose a su hija, apartándole el pelo de la cara. Sufría al ver a su niña así, y sufría más al darse cuenta de que ella no podía darle la ayuda que necesitaba. – Es lo mejor. Para las dos.

- Te estás deshaciendo de mí – contestó secamente. – Le estás cargando el muerto a otro.

- Sabes que eso no es cierto – negó, las lágrimas anegando sus ojos. – Yo no puedo cuidarte como necesitas, Anna. Allí se harán cargo de ti, sanarás.

La joven de diecisiete años sonrió amargamente y se alejó un paso, para que no la tocara. Miró al hombre que la esperaba, y en un momento de debilidad, sintió un nudo en la garganta, que trató de deshacer tragando saliva, aunque no funcionó.

- Adiós, madre – murmuró girándose, sin esperar el adiós de la otra mujer.

- Adiós, vida mía...

Le dolía el alma. Dejar ir a su pequeña hacía que su corazón doliera. Pero era lo mejor. Su trabajo le imposibilitaba pasar con ella el tiempo que requería. Su hija era una genia caída en desgracia, perdida en una adicción. Y aún estaba a tiempo de sacarla de ese pozo, de que continuara formándose. Pero ella no tenía las herramientas. Sabía que mientras Anna siguiera en Inglaterra, seguiría marchitándose. Por eso la estaba mandando lejos, dejándola en manos de personas de confianza que cuidarían de ella, que la ayudarían con su adicción y la guiarían hacia el lugar correcto.

Por duro que fuera, por mucho que le doliera a Anna, su madre no mentía: era lo mejor para las dos, pero sobre todo para ella.

Sabía que tenía un problema, pero pensaba que lo afrontaría junto a su madre, no en Estados Unidos con unos amigos de su progenitora. Se preguntaba si acaso tenía algo a lo que llamar familia dadas las circunstancias. Y miraba a aquel hombre que había viajado hasta Inglaterra a por ella y se preguntaba si él estaba dispuesto a ocupar el lugar que ella necesitaba.

- ¿Estás lista? – Le preguntó con una sonrisa, algo inusual en él.

Anna asintió y, con los ojos borrosos, se abrazó a él, que la cubrió con sus brazos de forma protectora.

- Cuidaremos bien de ti, Annie – le juró sobando su espalda.

Se recompuso rápidamente, sabiendo que rompería en llanto si se permitía aquello. Se separó, se frotó los ojos, y dejando que aquel hombre rodeara sus hombros con un brazo, caminó con él hasta la sala de embarque.

- La odio – susurró, captando la atención del hombre.

- No – la contrarió él. – La amas, por eso te duele.

- ¿Por qué le haces este favor, Aaron? – Preguntó, mirándolo de reojo.

- Ella es mi amiga, y tú mi ahijada. Haría lo que fuera por ti, pequeña Anna – contestó sonriéndole con dulzura. – Haley está deseando conocerte.

- Y yo a ella – dijo con sinceridad.

Subieron al avión, y ella no se separó ni un segundo de él. De forma extraña, se acababa de transformar en lo más parecido a una familia que le quedaba. Y se sintió culpable por empezar a ver en él una figura paterna, por intentar reemplazar a su padre. Pero él ya no estaba, su vida estaba arruinada y por inteligente que fuera no podía hallar la respuesta a todos sus problemas.

Anna Anderson había tocado fondo, y quizás, sólo quizás, le habían tirado una cuerda para ayudarla a subir.

El Perfil Del Amor // Spencer ReidDonde viven las historias. Descúbrelo ahora