Una oferta de Jensen

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Agatha Relish se había graduado con dificultades en la universidad de Lind's en el área de contabilidad, después pasó lo de Thomas. Ahora solo se enfocaba en no asfixiarse en su pequeña oficina, en donde la temperatura le hacía sudar la frente; la limpiaba constantemente con un pequeño pañuelo de papel desechable. El foco que pendía del techo radiaba luz blanca, segadora, lo que aumentaba de a poco la sensación de calor en el cuerpo de Agatha. Era verdad que, sentada frente a su escritorio, a veces pensaba en el hombre que había dejado en casa, pero no demasiado; mas bien, se enfocaba en revisar la ficha de almacén que tenía entre sus dedos. La observaba y analizaba con detenimiento, revisando que las salidas coincidieran con el saldo total obtenido de la última semana.

Agatha trabajaba en la fructífera empresa Phoenix, una compañía dedicada a vender muebles finos de diversos materiales, al igual que todo el tipo de artefactos decorativos para el hogar. Había tres sucursales en toda la ciudad de Hunderfield, y Relish operaba en la de la zona centro, casi topando al sur. Esa sucursal era, mas bien, para gente de gama media, pero eso no significaba que la presentación y calidad fuesen malas, aunque no igualaba el prestigio de las sucursales del norte, cuyos precios llegaban, en casos especiales, a los cientos de miles. Y es que había muebles con piel o partes de animales exóticos, lámparas compuestas por decenas de foquitos brillantes y armados con estructuras de oro; espejos bordados con diminutos diamantes y comedores de la madera más fina. Pero eso era la zona norte. El frente del recinto de la sucursal de Agatha tenía las paredes de cristal y, aunque la gente podía ver a través del cristal los muebles y artefactos, gran parte de la visibilidad era bloqueada por los anuncios y carteles de fondo rojo y letras amarillas, anunciando las ofertas de regalo y precios de remate.

A veces Agatha se preguntaba cómo era posible que, trabajando para dicha empresa, estuviera encerrada en una oficina tan pequeña, en donde uno tenía que llevar su ventilador y conectarlo para recibir algo de aire, al menos eso le habían dicho al ser contratada. Sin embargo, el recinto del centro no era el más económico; existía otro. La sucursal del sur era, en su totalidad, para gama baja. Ahí se vendían muebles y artefactos decorativos usados, rotos o en mal estado; y se vendía, en su mayoría, por supuesto. Igualmente, pegado junto al recinto había un enorme almacén en donde se recibía toda la mercancía y trasladaba a las tiendas restantes. Era más costoso, sí, pero, ¿qué dirían los adinerados clientes del norte al ver junto a la sucursal, un enorme almacén operado por personas de economía decadente? Podía haber un choque entre clases y eso rozaba lo repugnante para los residentes de la zona. No era posible. Así que, lo mejor, según los inversores, era poner el almacén en el área de clase baja

Phoenix a tu alcance —era el título de aquella desdichada y descuidada sucursal; en donde los cristales del frente estaba quebradizos y opacos, con la pintura desconchada y desgastada, y la maleza creciendo en las aceras del frente— vendía las sobras de todo lo que casi no servía o carecía de estándares aceptables de calidad, a las personas con salarios bajos. Por eso, Phoenix a tu alcance se situaba en el sur. La compañía había triunfado porque vendía calidad y precios adecuados a las personas correctas.

Agatha miró su reloj: un cuarto para las dos de la tarde. Había terminado su labor quince minutos antes. Se alegró por eso. Pero su sonrisa se difuminó al recordar que, siempre al acabar sus tareas, tenía que ir a la oficina del señor Jensen, que se situaba justo al lado de la suya; caminaba escasos pasos por el angosto pasillo y el cuarto lleno de papeles del hombre estaba frente a ella. No quería hacerlo. Incluso, Agatha, a pesar de la tremenda incomodidad que recorría su cuerpo por el calor de su oficina, y el dolor que sentía en espalda baja por llevar horas sentada frente a su escritorio, trataba de hacer tiempo para no ver al viejo: acomodaba todos los papeles regados, aunque no fueran sus documentos. Guardaba artefactos de en su lugar; acomodó una pluma en un cajón y la engrapadora en otro. Organizó las fichas de almacén recién revisadas y las colocó en su debida carpeta. Agatha siempre hacía eso al terminar su jornada, pero, en esa ocasión, tardaba más, intencionalmente.

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