Las venas de Karen Loman

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En el hospital de la ciudad de Hunderfield, como si fuese una especie de regla obligatoria, las recepcionistas tendían a odiar su trabajo, y la gente cercana a ellas sabían muy bien los motivos. Era una jornada de estrés y enfado, en donde los clientes las consideraban estúpidas e incompetentes, agrediéndolas y culpándolas por todo lo que les pasaba en ese hospital. En una ocasión, una mujer histérica aventó ácido a la cara de una recepcionista, alegando que el hospital tenía la culpa de la muerte de su esposo en su última operación neuronal la semana pasada.

En otro suceso y por la noche, dos hombres (o quizá fue uno solo) golpearon sin piedad a Karen Loman al término de su turno, matándola y dejándola irreconocible. Karen salió del hospital a las once de la noche, directo a su casa y a pie. Aquellos hombres la siguieron hasta divisar la soledad en las calles para atacar. La recepcionista había atendido a los hombres horas antes en el mostrador, pero, como solía pasar, se sentían disgustados por condiciones que ponía el hospital y no ella. Karen solo informaba, pero se llevaría todo el desquite de los hombres.

Al parecer, su enojo se debía a que la factura médica mostraba una cantidad mayor a la acordada. Los hombres eran hermanos, y su madre, ancha como oso, se había caído de las escaleras, rompiéndose el pie izquierdo. Alegaban que el precio a pagar superaba la cuota que habían aceptado. Karen respondió, amablemente —como se le exige y obliga a toda recepcionista del hospital principal de Hunderfield —, que los precios siempre podían variar y que eso se les debió haber notificado en la consulta con el médico encargado de su situación. Continuaron insultándola, tanto que Karen se hartó, alzó su voz y dijo algo parecido a: "Miren, eso es algo entre los doctores y ustedes. A mí sólo me dan la factura por cobrarles. Puedo hablarles a los doctores para que aclaren la situación, pero por favor cállense y déjenme de faltar al respeto. No es mi culpa a acudan un hospital fuera de sus posibilidades económicas". La recepcionista pudo ver cómo los hombres se marchaban echando chispas, empujando las puertas de cristal, para después subir a un auto que no le tomó importancia. Pero Karen les había dicho algo a esos hermanos que todos en Hunderfield sabían a la perfección: el hospital Kasprock —Ubicado hacia el Norte (punto cardinal en donde la gente adinerada residía en sus casa en los fraccionamientos más exclusivos, donde es más común ver un mercedes que un gesto sincero de agradecimiento)— era el principal de toda la ciudad de Hunderfield, donde trabajaban los doctores más calificados cobrando tarifas anuales que gente de clase media o baja no podrían pagar ni con su seguro de vida. "La calidad cuesta", solía escucharse como un murmullo al abrir sus brillantes puertas de cristal al entrar.

SÍ, era un hospital exclusivo para gente exclusiva, pero no era el paraíso para todos, y menos para las desdichadas recepcionistas que tenían que soportar insultos por la escoria que se creía superior a todos. Era raro el día en que una recepcionista no recibiera el comentario de: "Incompetente...Estúpida...Mentirosa" O, incluso, les recalcaban la misma palabra "Recepcionista" con una especie de asco y disgusto como si fuese algo repugnante y tan bajo que podrían pisarlos con sus zapatos relucientes, si quisiesen.

Per Karen Loman hubiera preferido cualquiera de esos insultos, aguantarlos todo un día; o un tremendo escupitajo en la cara en vez de tener que vivir aquel traumático suceso. Ella caminaba en una calle solitaria de pavimento liso y gris, alumbrada por un poste negro y alto que desprendía una luz amarillenta. Caminaba del lado derecho, aún con su uniforme azul como de enfermera, aunque no lo era, obviamente. Llevaba una trenza que relucía sus cabellos rubios falsos con su melena café. Comenzó a caminar más rápido. Había notado que un mercedes negro la perseguía desde cuadras atrás. El auto oscuro se acercó y ella apresuró más el paso. Cambió su bolso de mano izquierda a la otra, para sacar el gas lacrimógeno que siempre llevaba consigo tratando de que las personas del automóvil no sospecharan.

AUSENTE (Actualizando)Onde as histórias ganham vida. Descobre agora