Capítulo 11: Los tres hombres

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Apenas el elenco hizo su última reverencia ante la ovación de pie del conmovido público, Alma e Izar pusieron pies en polvorosa. Con las respiraciones aceleradas frente a los servicios de la parte trasera del salón, ella se arrancó el trozo de celo que se había pegado en los labios justo antes del beso. Sostuvo el pedazo de cinta transparente con orgullo frente a Izar y le sonrió con picardía.

—¿Has visto qué trucazo? —Rio como una niña que había hecho una travesura ingeniosa, su pecho todavía subiendo y bajando por la carrerilla—. Lo vi una vez en una serie. No pensé que funcionaría.

Izar examinó el rastro rosáceo que Alma había dejado plasmado sobre el celo. Se llevó una mano a los labios; todavía estaban tibios, recién besados y casi palpitantes. Se aclaró la garganta para acallar la estúpida urgencia que sintió de relarmerlos con la lengua. 

—O-oye...—«¿Qué se supone que diga ahora?» El romántico príncipe había desaparecido. Ahora solo estaba Izar, con demasiados pensamientos atropellándose en su cabeza y unos latidos que no terminaban de apaciguarse.

—Demonios, ahí viene tu abuela —chilló Alma del susto— ¡No puede saber que yo era la golondrina, con o sin celo de por medio! ¡Que eres mi cliente!

Acto seguido, la chica huyó al servicio como Cenicienta al escuchar las doce campanadas. Izar se quedó mirando aquella puerta negra con expresión contrita.

—Allí estàs, maco —«Guapo» Lo llamó la voz de su abuela, con la que solo solía comunicarse por teléfono. Aún así, Izar se enderezó con postura respetuosa sin pensárselo.

Yaya...—«Abuela» La saludó, sin saber qué reacción obtendría. Por eso lo tomó por sorpresa recibir un afectuoso par de besos teñidos con aroma a jabón perfumado, así como un sutil estrujón de mejillas.

Has estat fantàstic —«Has estado fantástico» Izar se sonrojó y arrugó la boca— ¡La de años que han pasado desde que te vi actuar! Qué orgullosa estoy...

—Si no ha sido nada del otro mundo...—Se rascó la nuca y desvió la mirada.

Izar podría tener problemas con sus padres, pero eso no cambiaba la estima que sentía hacia su abuela. Desde niño admiraba su finura y carácter, y apreciaba sus constantes mensajes llenos de afecto. Por un momento, retrocedió en el tiempo hasta sentirse tan feliz como en esa simple época, donde solo era el nieto consentido de Dorotea Arriola.

Subido al tren de la culpa, creyó que recibiría una reprimenda por ser tan desapegado, pero Dorotea le cubrió la barbilla con sus arrugadas manos de matriarca y lo miró con ojos colmados de esperanza y amor

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Subido al tren de la culpa, creyó que recibiría una reprimenda por ser tan desapegado, pero Dorotea le cubrió la barbilla con sus arrugadas manos de matriarca y lo miró con ojos colmados de esperanza y amor.

—¡Mi nieto! —le dio un apretón con firme dulzura— ¿Cuento con que nos veremos mañana en la oficina de Venus?

—...¿Cómo?

Entre dos estrellasWhere stories live. Discover now