Recuerdo doloroso

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Se solía pasar horas en su tocador, cepillando su larga melena negra ondulada

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Se solía pasar horas en su tocador, cepillando su larga melena negra ondulada. Yo la observaba desde la puerta, siempre con el pensamiento de querer ser igual de bella, igual de todo. Cuando se daba cuenta que la miraba, me ofrecía una sonrisa encantadora a través del espejo. A veces me invitaba a estar con ella, me sentaba sobre su regazo y recogía mi pelo mientras ponía una expresión de desagrado. Y cuando de mi boca salían las palabras «cuando sea mayor quiero ser igual que tú», ella no se molestaba en contestarme, solo me abrazaba por detrás mientras unía mis mechones de pelo en una trenza.

Le gustaba mucho observarse en los reflejos, vestir con ropa elegante y maquillarse de tal forma que hacía resaltar sus encantos. Le gustaba llamar la atención, aunque tampoco de forma exagerada. Aunque, bueno, para qué mentir. Le encantaba ser la mirada de todos y hacía lo imposible por conseguirlo.

Ahora yo observaba el perfume a medias que aún seguía en su tocador. Me la imaginaba allí, con su sonrisa. En el armario ya no había ropa, no quedaba casi nada de ella más que ese triste recuerdo en el reflejo y creo que se estaba desvaneciendo. Llevaba tanto sin entrar en la habitación que parecía un lugar completamente diferente.

Entre tanto recuerdo olvidé lo que había sucedido, y mis ojos bajaron hasta mis brazos donde los encontré vendados y oliendo al ungüento de mi abuela. Había sangre en la venda, tardaría en cerrarse por completo mis heridas. Desde bien pequeña me había pasado, cuando me cortaba la herida podía estar demasiado tiempo abierta y debía ir con sumo cuidado. Ahora, después de tantos años, lo había dejado de lado, como si no importase. Pero me dolía, notaba el escozor que llegaba hasta los hombros y me impedía moverme con total libertad.

Entraba mucho sol por la ventana, el suficiente para alumbrar toda la habitación. No sabía cuánto había pasado y si el vampiro seguiría bajo tierra, es que ni siquiera sabía lo que había bajo tierra. Nunca había visto esa puerta.

Me quité la manta de encima y salí de aquella fría cama hacia el pasillo, de nuevo había silencio, lo único que había cambiado es que ahora corría un aire diferente. Venía del piso de abajo, y sin miedo alguno decidí bajar aquellos escalones. Veía la gran puerta con mis propios ojos, seguía descubierta, eso significaba que él estaba allí, seguramente herido, seguramente desangrándose y...

—Buenos días. —La voz de Ryu me asustó, hizo que me agarrase a la barandilla con una mano—. Pensaba que no despertarías en el día de hoy.

Observé cómo ponía un plato de comida en la mesa, después lo señaló con la mano.

—Debes de comer algo, orden de tu abuela.

Bajé los últimos escalones para acercarme lentamente hacia la mesa, no dejaba de mirar la puerta de reojo, como si esperase a que alguien la abriese, o más bien, él.

—¿Mi abuela está ahí? —pregunté sabiendo que no era necesario señalar.

Negó con la cabeza, se cruzó de brazos y apoyó en el mueble de la cocina.

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