El corredor del Laberinto

Día 1, novato

Las manos amistosas no dejaron de revolotear alrededor de Thomas hasta que se puso de pie y lograron quitarle el polvo de la camisa y el pantalón. Todavía deslumbrado por la claridad, se tambaleó un poco. Lo consumía la curiosidad, pero aún se sentía
muy confundido como para prestar atención a aquello que lo rodeaba. Sus nuevos, más bien antiguos compañeros se quedaron en silencio mientras él recorría el lugar con la vista, tratando de abarcar todo. ¿Tenía que comportarse igual que la primera vez? ¿Tenía que hacer las cosas diferentes esta vez?

Los chicos lo miraban fijamente y reían con disimulo al verlo girar con lentitud la cabeza; algunos estiraron la mano y lo tocaron. Debían de ser, por lo menos, los mismos cincuenta de la primera vez: sudorosos, con la ropa manchada como si hubieran estado trabajando duro;
eran de todos los tipos, tamaños y razas, con el pelo de distintos largos. De repente, se sintió mareado por el constante parpadeo de sus ojos, que no dejaban de observar a
los chicos ni el extraño, más bien, al mismo sitio al que había llegado.
Todo estaba ahí: el enorme patio, superior en tamaño a una cancha de fútbol, bordeado por cuatro inmensos muros de piedra gris, cubiertos por una enredadera tupida. Las paredes seguían teniendo más de cien metros de altura y formaban un cuadrado perfecto. En la mitad de cada uno de los lados había una abertura tan alta
como los mismos muros que, por lo que pudo ver, conducía a unos pasadizos que se perdían a lo lejos. El laberinto.

_Miren al Novato _dijo una voz áspera, que esta vez, pudo distinguir a quién pertenecía_. Se va a romper su cuello de garlopo por inspeccionar su nueva morada_ Varios chicos rieron.

_Cierra el hocico, Gally _ respondió una voz más profunda. Se concentró nuevamente en las decenas de extraños que lo contemplaban. Sabía que tenía aspecto
de estar aturdido, pues se sentía como si lo hubieran drogado. Un chico alto, de pelo rubio y mandíbula cuadrada, se acercó a él con rostro inexpresivo y lo olió. Otro, bajo y regordete, se movía nerviosamente, mirándolo con los ojos muy abiertos. Un muchacho de aspecto poco amigable, fornido y musculoso, se cruzó de brazos mientras lo examinaba, con la playera arremangada para mostrar sus bíceps. El mismo que le había dado la bienvenida, frunció el entrecejo. Una infinidad de caras conocidas lo observaba atentamente.

_¿Dónde estoy? _ preguntó, sorprendido al escuchar su voz por primera vez desde que despertó nuevamente en su peor pesadilla. Le sonó algo extraña, más aguda de lo que recordaba. Su cerebro no dejaba de pensar en el asunto. ¿Una simulación, quizá? ¿Estaba en coma?

Esta vez no hubo carrera terminando en caída, no quería volver a hacer el ridículo. Ojalá esa pequeña acción no cambie su futuro. Decidió que no podía contarle a nadie lo que sea que estuviera pasando, ni siquiera sabía cual era la realidad; de lo que si estaba seguro era que debía sacar a sus amigos de ahí.

_ Hola, hola nuevito, soy Alby _. Odiaba ese absurdo apodo, "nuevito, novato", otra vez lo mismo _ ¿Puedes contarle un poco sobre ti? ¿Quién eres? ¿De dónde vienes? Lo que sea _. El joven, de unos diecisiete años, le hizo una señal y comenzaron a caminar dejando a los demás atrás. Se detuvieron antes de adentrarse por completo al bosque, lejos de oídos curiosos. Thomas bajó la mirada ante el joven moreno, este pensó que se debía a la falta de memoria que todos experimentaban al llegar ahí, nunca estuvo más errado. Thomas no tenía el valor de mirarlo a los ojos.

_ No _. Mintió sin levantar la mirada. ¿Porqué que podía decirle? "Hola, soy Thomas, soy una de las muchas personas que juega con sus vidas, están aquí para que desarrollen anticuerpos fuertes y la doctora Ava pueda conseguir su preciada cura, todo esto para que al final muchos mueran y descubran, que a quién tenían que drenarle la sangre y sacarle el cerebro era a mí, a uno de sus aliados, a quién tuvieron en sus propias narices y ni siquiera se dieron cuenta. Hola, Alby, soy tu verdugo."