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El fuego ascendía por el muro de piedra y devoraba la planta alta de la tienda, construida en madera. El aire estaba denso de humo; los hombres y las mujeres que formaban cola para pasar los cántaros de agua ya estaban negros. Sólo ojos y dientes se mantenían blancos.

Camila,  usaba enérgicamente el hacha de mango largo para destruir la tienda vecina de la incendiada. El vigor con que trabajaba no permitía sospechar que llevaba dos días completos esforzándose de ese modo.
La ciudad en donde ardía el edificio (y donde había otros tres reducidos a cenizas) le pertenecía. La circundaban murallas de tres metros y medio, que descendían por la colina desde el gran castillo Cabello. Sus impuestos constituían el ingreso de los hermanos; a cambio, los caballeros protegían y defendían a sus habitantes.

—¡Camila! — Aulló Raine por encima del rugir de las llamas. También estaba sucio de humo y sudor—. ¡Baja de ahí! ¡El fuego está demasiado cerca!

Camila pasó por alto la advertencia de su hermano. Ni siquiera miró la pared incendiada que amenazaba caer sobre ella. Sus hachazos se tornaron más vigorosos, mientras luchaba por dar la vuelta a la madera seca que recubría el muro de piedra, para que el hombre que esperaba abajo pudiera empaparla de agua.

Raine sabía que era inútil seguir gritando. Hizo una señal cansada a los exhaustos hombres que lo acompañaban para que continuaran arrancando la madera de la pared. Es taba ya agotado, aunque había dormido cuatro horas: cuatro más que Camila. Sabía por experiencia que, mientras un centímetro cuadrado de la propiedad de Camila estuviera en peligro, su hermana no dormiría ni se permitiría descansar.

Permaneció abajo, conteniendo el aliento, mientras Camila trabajaba junto a la pared en llamas. Se derrumbaría en cualquier momento. Sólo cabía esperar que acabara pronto con su tarea y descendiera la escalerilla hasta un lugar seguro. Raine murmuró todos los juramentos que conocía, en tanto su hermana coqueteaba con la muerte.

Mercaderes y siervos ahogaron una exclamación al ver que el muro ígneo se tambaleaba. Raine habría querido bajar a Camila por la fuerza, pero sabía que sus fuerza de voluntad no superaban a las de su hermana mayor.

De pronto, los maderos cayeron dentro de los muros de piedra. Inmediatamente Camila se lanzó por la escalerilla. Apenas tocó tierra, su hermano se arrojó contra ella para derribarla, poniéndola lejos de la cortina de fuego.

—¡Maldito seas, Raine! — Aulló Camila junto al oído de Raine, aplastada por su peso—. ¡Me estás asfixiando! ¡Apártate!

El chico estaba demasiado habituado a sus reacciones como para ofenderse. Se levantó con lentitud; le dolían los músculos por el trabajo realizado en esos últimos días.

—¿Así me agradeces que te haya salvado la vida? ¿Por qué demonios te has entretenido tanto tiempo allí arriba? En pocos segundos más te habrías asado.

Camila se incorporó con prontitud y volvió la cara ennegrecida hacia el edificio que acababa de abandonar. El incendio ya estaba contenido dentro de los muros de piedra y no pasaría a la construcción vecina. Segura ya de que los edificios estaban a salvo, se volvió hacia su hermano.

—¿Y qué podía hacer? ¿Dejar que se incendiara todo? — Preguntó, flexionando el hombro; lo tenía cubierto de sangre, allí donde Raine la había hecho rodar por entre escombros y grava—. O bien detenía el incendio, o bien me quedaba sin ciudad.

Los ojos de Raine despedían chispas.

—Pues yo preferiría perder cien edificios y no a ti.

Camila sonrió, haciendo brillar sus dientes blancos y parejos contra la negrura de la cara sucia.

Promesse audacieuse . ( Camila G!P!) Where stories live. Discover now