Prólogo

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Para z_angel25

Gracias por estar siempre para a pesar de que siempre te hago llorar.

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En ese instante, el tiempo se detuvo frente a sus ojos. Sus brazos alzados, con los músculos tensos por la fuerza ejercida alrededor de la empuñadura de la espada, temblaron, rígidos. Soltó la espada apenas un segundo antes de cometer el peor error de su vida, y retrocedió, sorprendido ante hazaña del pequeño omega. Tragó la bola de saliva formada en su boca, sintiéndola como una baba espesa que se deslizó por su garganta con la intención de ahogarlo. Y se le aceleró el corazón, le sudaron las manos y le temblaron las piernas ante un sutil aroma a feromonas que el viento trajo a sus sentidos. Su cuerpo se sintió desprotegido, helado y a nada de colapsar.

Ni siquiera parpadeó, no hasta que le ardieron los ojos.

—¿Q-Qué haces…? —Se le escapó la pregunta mucho antes de poder retenerla.

Esos ojos morados, centelleando como un rayo atravesando el cielo, lo observaron valerosos, imponentes y fieros. Su cabello tan rojo como el infierno y tan ondeante como la llamas de un volcán, entonó su pálido rostro, realzando la delicadeza de sus pómulos, como si lo que tuviera frente a él no fuese una persona, sino una muñeca hecha de la porcelana más fría; firme, pero inestable a la vez; duro, pero frágil a la vez; duradero, pero demasiado efímero por la forma en la que podrías perderlo a la menor brusquedad.

No era algo que una criatura como él pudiera manejar en lo absoluto gracias a la torpeza que lo caracterizaba. El omega gruñó como una criatura herida y a punto de morir, un sonido que le advirtió del verdadero peligro y de lo vulnerable que era sin su espada.

¿Sin su espada…? ¿Desde cuándo necesitaba a su espada para sentirse imponente e invencible? Sobre todo, ¿desde cuándo era que recurría a un arma filosa por culpa de un omega?

El viento arreció sobre sus cuerpos, una basurilla entró en su ojo derecho y lo cerró por inercia justo cuando las feromonas del intrépido omega lo golpearon en la piel y revolvieron sus tripas. Su instinto lo obligó a cohibirse.

—No te atrevas —amenazó el omega y el Lobo dudó por un instante de su naturaleza como alfa—. No permitiré que lastimes a más a mi padre.

El magullado rey extendió su brazo hacia el príncipe y jaló la túnica que cubría su cuerpo. Suplicó que se alejara, que dejara al destino seguir su curso y el joven príncipe más se aferró a permanecer en ese lugar; en medio de los dos e impidiendo que el Lobo llevase a cabo su cometido.

—Con una condición —el gran Lobo se agachó para recoger su espada. No pudo dejar de mirar esos bonitos ojos cristalinos en ningún momento—. Tendrás que convertirte en mi esposo.

El príncipe resopló y después soltó una risa burlesca, un muy entonado y remarcado “já, já, já” salió de sus labios húmedos y le dio la sensación de que ya esperaba una propuesta tan indignante e indecorosa como esa.

—¿Yo? —el príncipe continuó con su tono hastiado y burlón—. ¿Casado con un perro corriente como tú? Já, prefiero que nos mates aquí y ahora porque estoy seguro de que mi Querido Padre jamás permitiría que yo acabara en manos de una criatura tan sucia y pulgosa como tú.

El Lobo sonrió en respuesta, había un límite para su altanería y lo mostró cuando colocó la punta de la espada a pocos centímetros del cuello del príncipe.

—Asegúrate de cortar mi cabeza y colgarla en la torre más alta de mi reino —el príncipe tomó la espada entre sus manos y jaló el metal hacia su yugular. La sangre se deslizó y goteó, tanto de sus manos como de su cuello. El Lobo endureció su brazo, impidiendo que el omega se matara por su propia mano—, porque si no me matas aquí y ahora, juro que voy a traer ruina a tu tribu, Alfa.

Si había un límite, estaba claro que ese pequeño y osado omega no lo conocía.

La espada terminó entre las manos del omega y cuando el Lobo la soltó y la arrojó frente a sus pies, el omega no logró sostener el peso y el tajo que separó la carne de sus manos desencadenó un torrente carmín que inundó el lugar. La sangre tiñó el suelo y el omega sonrió altanero, dispuesto a humillarlo tanto como pudiese antes de morir. El Lobo parpadeó, perplejo, y sin poder procesar las acciones tan caóticas del omega. Primero casi lo rebana a la mitad y después casi se rebana por voluntad propia las manos y el cuello, ¿no le dolían esas heridas? Eran profundas y la piel se abriría apenas y extendiera sus manos hechas puño.

—Mazder… —Chilló el rey, no le importó ensuciar su ropa con tal de frenar la sangre que seguía goteando de las manos de su hijo.

El aroma era delicioso.

—Creo que malinterpretaste algo, Omega —el Lobo sujetó al omega de la muñeca y tiró de su cuerpo con tanta brusquedad que el golpe les dolió a ambos. Sus cuerpos quedaron demasiado cerca, podía sentir la fricción y las feromonas con mayor placer. Se le hizo agua la saliva. Su lobo suplicó por tener a este omega. Se arrastró como un miserable y se puso de panza.

¿De qué…?

El Lobo lo cargó sin más. Ignoró las órdenes del rey y los gritos del omega, así como se encargó de liberar sus feromonas, aquellas que utilizaba para cortejar a los de su raza y el omega se interesó ante su desastrosa propuesta. Pudo notarlo por la forma en la que sus gritos se detuvieron.

—¡Detente! ¡Te daré lo que quieras! ¡Mi reino, mi riqueza, todo! —Suplicó el rey a punta de gritos e histeria, la desesperación le arrebató la cordura y todos esos años de clases de etiqueta se esfumaron cuando se arrastró por el suelo y pegó su frente sobre la espada ensangrentada. Sus berridos fueron claros para el agudo oído del Lobo, más no tuvo intención de soltar al omega que ya había comenzado a luchar—. ¡No! ¡No te lo lleves! ¡Es lo único que amo, que adoro! ¡No te lleves a mi hijo! ¡No me arrebates a mi hijo…!

El príncipe pataleó y golpeó su pecho, su fuerza era admirable y más admirable era la valentía que tenía para llevarle la contraria. Lo miró por última vez, su osado rostro lucía más pálido, con el entrecejo arrugado y una mueca que lo instaba a agacharse y lamer sus labios.

—A partir de ahora eres mío.

El príncipe gritó el nombre de su padre antes de alejarse de su hogar, de la seguridad de su reino.

—Juro que vas a arrepentirte —amenazó—. Vas a caer de rodillas ante mí y cuando eso pase impetrar por mi perdón no servirá de nada porque mi cuerpo, para ese entonces, estará frío entre tus brazos, Alfa.

Sus palabras se sintieron como un oráculo, una profecía que se cumpliría en un futuro, quizá lejano o quizá cercano. Sus orejas se agacharon en señal de sentirse amenazado por esas palabras y emitió un gemido que atenuó la ira del omega al concentrarse en su pelaje blanco.

Cuando el omega observó sus manos ensangrentadas descubrió de dónde provenía la sangre que había manchado el pelaje blanco del Lobo y la vista que tenía por delante lo obligó a prestar atención a lo que de verdad importaba. Se removió entre los brazos del Lobo, adolorido por las heridas y resintiendo los efectos de sus actos honorables y poco prácticos para su cuerpo y mente, pues había sido secuestrado y no podía escapar.

Por ahora.




























Cuauhtlah: La Tribu del BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora