CAPITULO I. El día de mi muerte: Parte 1

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"Bienaventurados los pobres en espíritu,

pues de ellos es el reino de los cielos.".

Mateo 5:3.

Era un domingo como cualquier otro dentro de la congregación a la cual asistía desde hacía ya varios años, en un principio, todo apuntaba a que el día transcurriría de forma normal y corriente, y, a decir verdad, no tenía verdaderos motivos de peso para pensar lo contrario. En esa oportunidad, llegué 10 minutos antes, tal y como acostumbraba a hacerlo; esperé a que abrieran el templo, caminé unos 20 pasos hacia el interior y me ubiqué en el mismo sitio que ocupaba durante cada fin de semana sin excepción, y estando allí de pie, aplaudía sonoramente al ritmo que marcaba el compás de la música que era emitida por parte de los chicos del ministerio de alabanza. No puedo decir con precisión durante cuánto tiempo estuve así, y siendo honesto, creo que, a pesar de estar allí físicamente, no era realmente consciente de lo que estaba ocurriendo a mi alrededor.

A pesar de que mis manos acompañaban entre aplausos al resto de los miembros de la iglesia que se encontraban junto a mí, mi mente se hallaba dispersa entre una avalancha de pensamientos intrusivos y descontrolados que me hacían actuar en piloto automático. Antes de que lograra darme cuenta, el tiempo de adoración había cesado, todos a mi alrededor habían tomado asiento, y el pastor de la iglesia había reclamado su lugar detrás del micrófono central, acompañado únicamente por el dulce y tenue sonido que emitía el teclado eléctrico.

No sé con exactitud durante cuánto tiempo había estado disociado de la realidad, y mucho menos era capaz de recordar ningún detalle de lo que había estado aconteciendo mientras mi mente divagaba entre pensamientos sin sentido, pero de lo que si estaba seguro, y que recuerdo con suma claridad, era el tema que se tocó aquella memorable mañana: Las bienaventuranzas; una porción bíblica que ilustraba la esperanza venidera representada por Jesús en toda su expresión, el único camino hacia la dicha eterna a la que aspira el corazón del hombre. Un concepto que desconocía en ese momento y que posiblemente haya sido el motivo por el cual, en ese preciso instante, su aplicación no provocó ni siquiera un ápice de emoción en mí.

Como era habitual, antes de comenzar cada sermón, se acostumbraba a que el pastor de nuestra congregación, o la persona encargada de impartir la enseñanza, diera a conocer los anuncios semanales e incluso, en raras ocasiones, mensuales, a toda la congregación. He de decir que estábamos a pocas semanas de navidad, así que era fácil anticipar lo que estaba a punto de anunciar, sin embargo, todos parecían estar expectantes de oír lo que nuestro pastor estaba a punto de dar a conocer. Cuando el tecladista cesó de tocar su música, el pastor tomó el micrófono entre sus manos, acomodó sus apuntes sobre el atril y se dirigió fervientemente a sus feligreses.

—Estimados hermanos y hermanas —dijo el pastor con una gran sonrisa en su rostro—, hoy nos encontramos aquí reunidos para celebrar con júbilo otro día más para El Señor.

—¡Amén! —respondió la congregación.

—Pero antes de comenzar con el culto del día de hoy, tengo varios anuncios que presentarles —mencionó—. Como todos saben, dentro de pocas semanas celebraremos la navidad, y con ello, el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, para lo cual, hemos decidido preparar un culto especial como motivo de esta importante celebración. El día de hoy vamos a discutir varios puntos acerca de ello, y terminaremos de definir los cargos y las ocupaciones que cada uno tomará para esta hermosa noche.

El año pasado, como el anterior, y el anterior a ese, había sucedido exactamente lo mismo, y me sorprendía mucho el hecho de como a pesar de eso, y de lo predecible que se había vuelto el momento desde que comenzaron los anuncios, las demás personas seguían emocionándose tal y como la primera vez. Quizás no lo entendí en ese momento porque me encontraba demasiado ocupado sobre pensando las situaciones que se presentaban en mi cabeza, y quizás esa era también la causa de mi exagerada irritabilidad ante escenarios tan normales como este, aun así, el pastor continuó hablando sobre el tema y detallando cada una de las actividades que se realizarían en el marco de la celebración que abarcaría poco más de una semana. Poco escuché al respecto, y no era para menos, debido a mi pequeño pero significativo trance emocional en el cual me encontraba sumergido.

Callejón sin salida.Where stories live. Discover now