Capítulo 9: El príncipe (in)feliz

70 8 168
                                    


Caracas, Venezuela. 2007.

Antes del estreno de «El violinista en el tejado».

Uri llevaba horas escondido entre los jardines de la Universidad Central. Esperaba la oportunidad perfecta para colarse entre los asistentes de la obra, pero no porque fuera un fanático particular del teatro musical.

Su misión era clara: hablar con el actor Silvio Arriola.

«Buenas tardes, Sr. Arriola, me llamo Uriel, y necesito su ayuda» Practicaba con añoranza mientras su inocente voz de niño salpicaba como pequeñas gotas de rocío entre los enormes arbustos que le servían de improvisado refugio durante aquella lluviosa tarde de domingo.

La humedad había hecho estragos con su aspecto. Su camisa, blanca en la mañana, ahora estaba mojada y arrugada, pegada a su piel trigueña. Sus pantalones color caqui se habían manchado de tierra de tanto esperar sentado en el césped, y su cabello era un matorral de adorables nudos café con reflejos rubios como el sol. Aunque a ojos externos Uri transmitía una dulzura implacable, como un joven ángel extraviado, lo cierto es que él mismo se sentía como un vagabundo harapiento, por lo que estaba bastante frustrado.

Pero todo habría valido la pena cuando Silvio Arriola escuchara lo que tenía que decir. Tenía que ser ese día. Tenía que hablar con él. De lo contrario, su madre...

—Atención, damas y caballeros, empezaremos a dar acceso al interior del auditorio en breves momentos —anunció una agradable voz femenina desde los altavoces dispuestos fuera del Aula Magna, interrumpiendo los pensamientos quejumbrosos de Uri—. Si sus asientos asignados están en el palco principal, por favor diríjanse al segundo piso a través de las plataformas laterales con ayuda de nuestro personal.

Uri vio su oportunidad. Cual felino cazador furtivo, se preparó desde su escondite y esperó agazapado a que la marea de asistentes subiera andando por las plataformas en forma de caracol. Pronto sus pies ligeros se deslizaron sin hacer ruido entre el taconeo de señoras perfumadas y los pesados pasos de señores trajeados. Si bien él pretendía ir tras bambalinas para buscar allí a Silvio Arriola, conocía un acceso interior por los palcos laterales desde el cual podría bajar sin ser visto. Su madre se lo había enseñado cuando ella había tenido que usarlo para desplazarse durante los intermedios de sus propias presentaciones.

Se escabulló hacia el acceso secreto entre cánticos internos de victoria. El aire allí era espeso, con aroma a madera antigua y a polvo acumulado. No había avanzado ni dos minutos cuando su alegría se tornó en alerta. Había alguien más allí, moviéndose entre las tenues luces del estrecho espacio. El temor a ser descubierto erizó los húmedos cabellos de su nuca.

Un niño menor que él —lo intuyó por la diferencia de sus estaturas—, vestido con un elegante conjunto de pantalones cortos, camisa y corbatín, se movía incansable por los oscuros pasillos de paredes aterciopeladas. Este ni siquiera notó la presencia de Uri. De hecho, parecía estar ensimismado en un mundo fantástico que existía solo en los confines ilimitados de su imaginación.

¡Yo voy a ser rey león! —cantó el niño con una voz encantadora, un brazo entrelazado con un viejo y oxidado pasamanos, y el otro extendido en dirección al cielo de un vasto reino inventado. Su rostro estaba iluminado por la luz tenue que se filtraba desde arriba, y sus ojos, dos inmensas joyas amatistas, brillaban con una pasión contagiosa mientras se perdía en su propia versión de la selva africana.

Ajeno a todo lo que lo rodeaba, el niño saltaba y danzaba con alevosía. Cada paso que daba era un pincel que pintaba con claridad su escenario improvisado: ramas de árboles ficticios que se alzaban hacia el techo, arroyos y cascadas que transportaban gotas de agua de manantial entre la brisa imaginaria de la sabana, y un suelo que ya no parecía de madera, sino de la más verde y suave hierba.

Entre dos estrellasWhere stories live. Discover now